Músicos callejeros: historias de los que le ponen melodía al centro de la Ciudad

A lo largo de la avenida San Martín, cantantes melódicos, románticos, raperos y saxofonistas se ganan la vida a la gorra y sortean, como pueden, estos tiempos de pandemia.

Maximiliano Álvarez, cantautor. Sus temas melódicos suenan en una de las principales calles comerciales de Mendoza, y suelen dejarle un buen ingreso a la gorra. / Foto: Ignacio Blanco
Maximiliano Álvarez, cantautor. Sus temas melódicos suenan en una de las principales calles comerciales de Mendoza, y suelen dejarle un buen ingreso a la gorra. / Foto: Ignacio Blanco

Si la pandemia obligó a reinventarse, mucho más debieron hacerlo los numerosos músicos que solían actuar en shows privados y que hoy encuentran en la calle una forma de ganarse la vida.

Con el sistema de recaudación “a la gorra”, músicos melódicos, de rap y saxofonistas, entre otros, encuentran la veta en la emblemática avenida San Martín de Ciudad, donde al final de una jornada óptima recaudan entre 1.000 y 2.000 mil pesos.

En todos los casos, la tecnología les da una mano grande, con los parlantes y las “pistas” grabadas en pendrives.

Por ejemplo, Maxi Álvarez es uno de los que encontraron en la calle una salida laboral por partida doble. Sus temas melódicos suenan en una de las principales calles comerciales de Mendoza, y suelen dejarle un buen ingreso a la gorra. Al mismo tiempo, la actividad representa un “trampolín” para ser contratado en fiestas privadas. “La calle representa para mí una vidriera, me abrió muchas puertas”, sintetiza.

Oriundo de Maipú, Maxi canta desde muy pequeño, aunque a los 16 empezó a proyectarse más profesionalmente. Probó suerte en Madrid y, después de dos años, regresó a Mendoza, donde ya es conocido.

Hace unos días vivió una de las experiencias más maravillosas de su carrera: “metió” en el Teatro Imperial 250 personas, la máxima capacidad en estos difíciles tiempos.

En un día “muy bueno” -con movimiento de gente y buen clima- suele recaudar alrededor de 2.000 pesos. Pero si logra un contrato en alguna fiesta, percibe otros 5.000 pesos por hacer un show que deja a todos contentos, según dice.

La gente se engancha siempre y él canta lo que le pidan. Además, admite, el encierro generó la necesidad de divertirse y pasarla bien.

“¿Anécdotas? Montones y todas buenas, porque siempre me dan aliento”, señala. “Nunca faltan personas de 70, 80 años o más, que se ponen a bailar en la vereda, y ese es el mejor regalo”, confiesa.

Maxi no se queja. Dice que eligió el mejor lugar de calle San Martín y que la “frutilla del postre” fue el disco que pudo grabar el año pasado.

Juan Pablo Chiavetta tiene 43 años y toca el saxo como los dioses.
Juan Pablo Chiavetta tiene 43 años y toca el saxo como los dioses.

A pulmón

Juan Pablo Chiavetta tiene 43 años y toca el saxo como los dioses. Sonriente, carismático, cuenta que trabajó varios años en el comercio hasta que una reducción de personal finalmente lo terminó impulsando a hacer lo que siempre soñó.

“Dedicarme a esto no tiene precio, aunque, ojo, la crisis económica generada por el Covid-19 se siente muchísimo”, reflexiona.

Hace casi dos años que Juan Pablo trabaja en San Martín y Buenos Aires, del centro capitalino. Es ese para él un mundo en el que vuelca horas y pasión.

La pandemia lo llevó a redoblar la apuesta, Todos los días, temprano en la mañana, lleva su parlante con las pistas de los temas que interpreta, la infaltable gorra y su instrumento.

Soltero, vive en una pensión y asegura que los contratos privados lo ayudan muchísimo económicamente, pero el confinamiento obstaculiza las cosas. “Tengo excelente experiencia con la gente, que suele ser excepcional. Claro que el saxo es dulce, melódico e invita a escucharlo siempre”, se entusiasma.

Sergio Villegas, improvisa letras con una facilidad que asombra.
Sergio Villegas, improvisa letras con una facilidad que asombra.

Un rap al paso

En San Martín al 1200, Sergio Villegas, conocido en el ambiente del rap como Peco Flow, de 20 años, improvisa letras con una facilidad que asombra.

Claro, comenzó a los 14 y desde ese momento se fue perfeccionando: no solamente trabaja “a la gorra” sino que también dicta talleres y compite en las hoy famosas “batallas” a nivel nacional.

Cuenta que para actuar en el Luna Park -experiencia notable para él- durante tres años consecutivos primero debió sobresalir en certámenes regionales. “Allá quedé en el camino, pero nadie me quita esa experiencia”, confiesa, orgulloso. Cuando llega la hora de definir en palabras su música, lo hace casi de memoria, como si no fuera la primera vez que lo hace. “Mi música es la voz del pueblo, una rama de la cultura del hip hop. Puede interpretarse escrito o improvisado y yo prefiero esto último”, cuenta.

“Simplemente Pascual”

Aunque suene raro Simplemente Pascual es el nombre artístico de otro músico, y este no desea ser llamado de otro modo.

Sanjuanino de nacimiento, se radicó en Mendoza hace 42 años e hizo de todo: trabajó en viñedos, fue albañil y pintor, entre otros rubros.

Hasta que, pasados los 60, se decidió a cristalizar su sueño de cantar y empezó a ser contratado en fiestas privadas. Hoy, se gana la vida en las puertas del Banco Nación de la calle San Martín.

“La pandemia me perjudicó, es cierto, pero al menos para la ‘diaria’ alcanza”, advierte. Luego, al hablar de su tarea, simplemente dice: “Tengo un estilo propio”.

Simplemente Pascual ofrece al público clásicos románticos, como temas de Sandro, Camilo Sexto, el mendocino Leonardo Favio y hasta de Abel Pintos.

Una de sus mejores anécdotas, cuenta, fue días atrás, cuando cantaba “Mi viejo”, el clásico éxito de Piero. “Un hombre se acercó llorando y me pidió que lo cantara de nuevo. Me dejó buena plata y se alejó sin parar de llorar”, evoca.

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