Monseñor Marcelo Colombo: “En cuarentena no hay lugar para el cálculo político y la mezquindad”

El arzobispo de Mendoza cree que sólo se saldrá de la crisis con diálogo y dejando de lado prejuicios y mezquindades. Afirma que a la Iglesia le preocupa el deterioro económico y social.

El arzobispo Marcelo Colombo.
El arzobispo Marcelo Colombo.

Como a la sociedad en general, el aislamiento obligado por la pandemia de coronavirus también alcanzó a las distintas comunidades religiosas. Entre ellas, la Iglesia católica debió adaptarse en todo este tiempo al cierre de sus templos y a la suspensión de sus celebraciones, pero sin dejar de lado la función social que siempre ha cumplido a través de sus comunidades en cada barrio o localidad.

En diálogo con Los Andes, el arzobispo de Mendoza, monseñor Marcelo Colombo, opinó de la experiencia vivida y aportó su mirada sobre cómo la dirigencia política debería, sin mezquindades ni intereses, buscar el camino de salida de la crisis económica y social agravada.

-¿Cuál es la mirada de la Iglesia ante esta realidad tan especial de la pandemia? El mundo que prácticamente se detuvo ante un embate tan grande.

-Efectivamente, se nos ha planteado a todos, como humanidad, una situación inédita, inesperada, que nos sorprendió por su crueldad mortal y por la masividad de su difusión. Creo que aquella oración del Papa del 27 de marzo, en soledad y ante millones de fieles que lo seguían virtualmente, enunció con realismo y esperanza lo que vivíamos: ‘Estamos desafiados todos en una misma barca y nadie se salva solo’, dijo el Santo Padre aquella vez basándose en un trascendente pasaje del Evangelio. Así, países, regiones y continentes tan lejanos y diferentes entre sí viven situaciones afines y necesitan compartir estrategias para luchar contra el virus en lo sanitario, para animar la vida social y productiva, para pensar juntos el día después.

Esto que dijo a nivel mundial me parece que vale para cada país, para cada sociedad. Si bien tenemos que aislarnos o distanciarnos por razones sanitarias, no nos podemos desentender de lo que les pasa a los otros, ni ignorarlos o ser indiferentes. El miedo no puede paralizarnos y el cuidarnos y cuidar no puede sustraernos de buscar salidas humanas, dignas, entre todos y para todos.

-¿Cómo se adaptó la Iglesia a un año sin celebraciones y festejos presenciales, templos cerrados y ceremonias emitidas por redes sociales o televisión?

-Fue un desafío muy grande; para la Iglesia lo vincular y presencial es muy significativo y necesario. Pero esta vez era imprescindible seguir juntos, aún en la distancia y el aislamiento, así como animarnos a nuevas gestualidades que nos permitieran vivir en comunión y sintonía. Nunca me voy a olvidar de la noche del Jueves Santo. En esa misa el sacerdote lava los pies de un grupo de personas que evocan a los apóstoles en la última cena, como signo de servicio de los unos para los otros. Pero este año la mayoría de los sacerdotes celebramos la misa en soledad y se transmitió para cada comunidad como cada uno pudo. Pero en las casas se multiplicaron los lavados de pies, de padres y madres a los hijos. Así, cada hogar fue un templo. Es un ejemplo que da el tono de lo que vivimos.

Descubrimos y nos alegramos de ser parte de una Iglesia viva y multiplicada en los hogares. Pero hay que decir que no podemos ni queremos enamorarnos de lo virtual. Ciertamente sirve sólo como instrumento en la coyuntura. Anhelamos poder vivir otra vez plenamente cada celebración.

-En virtud de las limitaciones por la pandemia ¿cómo respondió la gente? ¿Hubo más solidaridad con los necesitados?

-La respuesta fue extraordinaria por la solidaridad tangible de nuestros fieles. No sólo con la colecta anual de Cáritas, que pese a las dificultades tuvo resultados satisfactorios, sino con la solidaridad inmediata de todos los días. Ayuda con las compras y los servicios a los adultos mayores, llamadas telefónicas, etcétera. Para nosotros fue significativo el aporte de los jóvenes, que en muchos casos se pusieron al hombro la labor de Cáritas en cada parroquia. Instituciones y movimientos juveniles ayudaron para tomar la posta en el reparto de alimentos y abrigos. Lo que antes hacían los mayores, ahora recluidos, lo hicieron los jóvenes.

Monseñor Colombo hizo extensivo el reconocimiento a las organizaciones pastorales de la calle, de los migrantes, carcelaria y de la salud, monjas de clausura, voluntarias, seminaristas. “Fue y es una solidaridad real, concreta, vivida a cuerpo entero por nuestra comunidad eclesial”, remarcó.

-¿Cuál es la experiencia en general para la Iglesia desde el punto de vista operativo?

-Siempre tuvimos en Mendoza y el país una interacción respetuosa entre nuestra Iglesia y las áreas del Estado a cargo de la emergencia sanitaria. Hubo que reinventar los modos de actuar y resolver situaciones con la adopción de protocolos y pautas de higiene y seguridad para poder seguir. Por eso un poco en broma decimos que ahora hay protocolo para todo.

-¿Cree que esta situación tan dramática y especial debería contribuir para acercar posiciones antagónicas que ha sufrido Argentina en lo social y político en los últimos años?

-Si estamos en la misma barca, si la humanidad atraviesa este drama con un dolor único, con una desesperación conmovedora y común a países, regiones y continentes, ¿cómo no animarnos a vivir en nuestro propio país los desafíos de una comunión en lo profundo de los corazones y las actitudes? Todo esto, más allá de los enfoques y miradas diferentes en las salidas concretas que se propongan. Sobre todo al principio de la cuarentena vimos gestos y palabras de grandeza de la dirigencia política que fueron muy oportunos y eficaces para ayudarnos a sobrellevar la experiencia.

A todos nos tiene que preocupar el peligro de vida, el desastre económico que causa esta pandemia, las consecuencias sociales de la cuarentena. No hay lugar para el cálculo político partidario o para la mezquindad en las miradas. La propuesta necesaria para mí es dialogar, encontrarse, escucharse y dejar de lado prejuicios y actitudes excluyentes. Para eso están los resortes institucionales de la democracia, que no pueden archivarse o despreciarse.

Pero también debemos tener en cuenta las formas creativas de participación social y el servicio que prestan los medios de comunicación y las redes sociales. En estos casos hay que ayudarse atemperando el lenguaje, muchas veces ofensivo, asegurando la veracidad y objetividad de lo que se informa o se difunde. Si la coyuntura es tan impactante y sus embates tan fuertes, ¿cómo no estar a la altura de las circunstancias con actitudes y compromisos generosos, atentos a los desafíos de corto y mediano plazo? Es ahí donde nos necesitamos todos.

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