Mendoza huarpe, parientes de Hunuc

La mirada de un investigador sobre los pueblos que habitaron nuestro suelo en tiempos precolombinos

Acuarela de Natalia Cabrera 2016 que formó parte del libro Huarpe: Arqueología e Historia de un pueblo vivo.
Acuarela de Natalia Cabrera 2016 que formó parte del libro Huarpe: Arqueología e Historia de un pueblo vivo.

Entre los pueblos originarios del norte de Mendoza se destaca la etnia huarpe. Hoy sus comunidades habitan en montañas y llanuras, como así también en zonas rurales y los conglomerados urbanos de la provincia. Debe remarcarse la vitalidad cultural que manifiestan los huarpes en la actualidad; aspecto claramente contrastante con ideas que en el siglo pasado indicaban que en poco más de cien años, luego de la conquista de Mendoza, la etnia había sido extinguida. En efecto, el proceso de impacto colonial cristalizado en 1561, derivado en una intensa desarticulación social, impactó fuertemente en su demografía. Sometidos al trabajo bajo el régimen de “encomienda”, los traslados a Santiago de Chile “en collera” y el cambio en sus modos de vida, sin duda, generó transformaciones y estrategias de resistencia que produjeron nuevas manifestaciones en torno al uso del territorio y a las identidades. Esto entendemos que fue mal interpretado por historiadores por los enfoques que predominaban en su disciplina, ya que al reemplazarse la denominación de huarpe por la de indio en la documentación, creyeron detectar su desaparición cultural. No obstante la cultura y el pueblo huarpe supieron proseguir con independencia a lo que creían los investigadores. Hoy se han establecido nuevos diálogos y perspectivas para el presente de este pueblo y su visibilización.

El estudio de su cultura material arqueológica y la documentación escrita ofrece interesantes contrastes, lo que permite comprender que los huarpes experimentaron fuertes cambios en sus modos de producción y de organización social y política, además de sus costumbres en general, al interactuar hacia la segunda mitad del siglo XV con los incas, en un contexto dominante/dominado, y luego con los conquistadores europeos, que exploraron la zona en 1551 y fundaron la ciudad de Mendoza en 1561, estableciendo con ella un sistema colonial que controló a la población e impactó duramente sus prácticas culturales.

Las exploraciones llevadas a cabo por diferentes investigadores de la Facultad de Filosofía y Letras (UNCuyo) en la precordillera, la planicie noreste de Mendoza y fundamentalmente en el Área Fundacional bajo el auspicio municipal, permitieron ampliar sustancialmente el conocimiento de la etnia al desarrollar sus trabajos en un área nuclear de la población y que actualmente está bajo la ciudad. Se definió un patrón de asentamiento y subsistencia que, centrado en una economía con énfasis en la pesca, incorporó tempranamente los productos de origen exótico introducidos por la conquista europea en América, lo que supuso impactos en los modos de producción y el ecosistema. También se avanzó en el conocimiento de la dominación inca y su influencia en la tecnología e iconografía de la alfarería huarpe (denominada como Viluco). En definitiva, las excavaciones arqueológicas urbanas en Mendoza han ampliado exponencialmente el conocimiento de este grupo y de los procesos de cambio experimentados, especialmente entre los siglos XV y XVII.

En este contexto, el territorio que ocuparon los huarpes históricos existen evidencias de un remoto poblamiento. Hace doce mil años, grupos cazadores recolectores dejaron evidencias de sus actividades cotidianas en abrigos y aleros precordilleranos, donde huesos de guanacos y herramientas talladas en piedra (industrias líticas) dan cuenta de una economía centrada en la explotación de esos animales por medio del uso de puntas de proyectil atadas en dardos que eran arrojados como lanzas o en lanzadardos. Entre los doce mil y tres mil años atrás, se registran pocos asentamientos, los que se ubicaron especialmente en zonas montañosas aledañas al valle de Uspallata, Potrerillos y Mendoza. La característica de esta sociedad era su movilidad, con la que articulaban tierras altas en estaciones cálidas y tierras bajas en las frías.

Unos dos mil años atrás se registraron dos cambios culturales notables. Por un lado, las poblaciones comenzaron a consumir –posiblemente obtenidos a través del cultivo y también del intercambio con otras poblaciones– vegetales como la quínoa, el maíz y la calabaza, lo cual amplió la base de una dieta que se había centrado en la recolección, la caza y también en la pesca en lagunas, ciénagas y ríos de la planicie. Por otro lado, se desarrolló la tecnología cerámica y la producción de vasijas de diversos tamaños, formas y funciones, que permitieron procesar –como fermentar y cocinar en recipientes directamente sobre el fuego–, almacenar y consumir diversos tipos de alimentos.

Los arqueólogos registraron que hace unos mil quinientos años existió una entidad cultural que se expresa especialmente por el modo de hacer su cerámica y que corresponde a grandes pucos, jarros y ollas de tonalidades grises y marrones, que tienen las superficies escobilladas, decoradas con incisiones y punteados, que generalmente representan motivos geométricos. Esta materialidad se conoce como Cultura Agrelo y tiene sus principales lugares de hallazgo en los sectores aledaños al río Mendoza en Luján y en el Valle de Uco, aunque se encuentra distribuida en todos los ambientes del norte y el centro mendocinos (en Mendoza se destaca lo excavado en el lugar que se emplaza Memorial de la Bandera). Algunos investigadores estiman que esta cultura pudo ser el sustrato a partir del cual se desarrollaron posteriormente los huarpes antes del impacto inca y español. No obstante, hay que aclarar que no es posible postular linealmente el desarrollo de una etnia a partir de una cultura arqueológica lejana en el tiempo, especialmente si aún no se han ajustado las cronologías por métodos absolutos ni existen abundantes elementos contextuales que permitan conectarlas. No obstante, por el momento ha quedado demostrado que las formas de hacer y decorar la cerámica tuvo una fuerte impronta de los incas. Las de la cultura de Viluco, son cerámicas anaranjadas y pintadas en colores rojo, marrón y crema, que recrean formas y decoraciones vinculadas al diseño inca.

Si bien los documentos históricos permiten estudiar el pasado del pueblo huarpe, ha sido la arqueología la disciplina que más avanzó en el conocimiento en las últimas décadas. Los arqueólogos estudiaron la cultura Viluco, la cual es considerada la evidencia material de este pueblo y abarca desde la dominación incaica en el área hasta el siglo XVII, en plena colonia española. Desde esta perspectiva, la evidencia Viluco no corresponde sólo a aquellos restos materiales que dejaron los huarpes prehispánicos en cementerios y sitios domésticos, sino que gran parte de la evidencia procede de contextos de contacto entre huarpes y europeos, razón por la cual la arqueología ha aportado valiosa información referida a diversos aspectos de su vida doméstica durante la colonia, es decir, en momentos de franca crisis y reconfiguración (tanto de los grupos nativos, como de las comunidades esclavizadas implantadas y de los propios conquistadores europeos). Esto, sin duda tiene una razón de ser: que la sociedad mendocina comprenda las mil y una aristas de la historia y contribuir al pueblo huarpe en su presente.

Dr. Horacio Chiavazza.

Prof. titular de la cátedra Ambiente y Cultura en América Prehispánica, Facultad de Filosofía y Letras. UNCuyo.

Director de Patrimonio Cultural y Museos de la Provincia de Mendoza, Gob. de Mendoza

Es coautor junto a Cristina Prieto-Olavarría del libro: Huarpe. Arqueología e Historia de un pueblo vivo. (2019 Ediciones Culturales)

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