Las buenas lágrimas

Cuando esta agua de los ojos expresa nuestra emoción, sentimos que no hay nada mejor. ¿Para qué ocultarlas?

Lágrimas de emoción. Juan Manuel Aróstegui, goleador de Sportivo, convirtió el penal y se fue hasta el alambrado para festejarlo con su pequeña hijita. El delantero metió el tanto decisivo para que el Verde ascienda. // fotos: Facundo Luque
Lágrimas de emoción. Juan Manuel Aróstegui, goleador de Sportivo, convirtió el penal y se fue hasta el alambrado para festejarlo con su pequeña hijita. El delantero metió el tanto decisivo para que el Verde ascienda. // fotos: Facundo Luque

De pronto un amigo nos dice: “Si vos no estuvieras a mi lado, no sé qué sería de mí”.

De pronto un niño se nos aferra a nuestras piernas y casi nos quema los pantalones con tanta ternura.

De pronto una canción nos mueve cosas adentro, tan fuertes, que uno siente que está en primavera en pleno julio.

De pronto una abuela nos acaricia el rostro con manos rugosas, como si nos estuviera impregnando con un ungüento de vida.

De pronto alguien que nos dice “gracias”, pero no las gracias formales -las del cumplido, las que se dan porque algo hay que decir-, sino el “gracias” vívido, palpitante y tibio como un pájaro. Y uno siente que la emoción se le sube hasta alcanzar los ojos. No pretende otra cosa la emoción más que la vean en ese lugar acostumbrado a ver.

¡Qué maravilloso invento son las lágrimas! Se pasó Dios con es golpecito de distinción, con esa gotita de arte que cada uno puede crear.

Se nos cambia el rostro, hermana, hermano, se saca el rostro su traje de rutina, de tedio, de mufa, y viste las mejores galas de la vida.

Hablo de las buenas lágrimas, que producen las buenas emociones. No las contengas, no te las reprimas, por favor, no te prives de ellas. Son tan pocos los momentos que nos suceden que es necesario dejarlas en libertad, y, cuando caen, sembrarlas, y cuando estén sembradas regarlas con las mismas lágrimas.

Cuando Dios nos hizo puso nuestra identidad en los dedos, nuestra palabra en los labios, las palabras de los otros en nuestros oídos y dos centinelas en los ojos.

Pero junto a ellos, casi adentro de ellos, también puso dos pequeñas fuentes para que salieran las emociones a mostrarse en toda su transparencia.

Dicen “los hombres no deben llorar”... ¿Quién inventó semejante estupidez? Órgano que no se usa, se atrofia, hermano, y no debe de haber peor pérdida que tener atrofiadas las lágrimas, amputada la emoción.

No sólo podemos llorar, sino que es imperiosamente necesario que lo hagamos y no tratemos de explicarlo con palabras.

No hay “Sopena Ilustrado” que pueda abarcar tanto. Además la emoción no sabe nada de gramática. Escribilo con lágrimas si tenés sangre en tu tintero.

Mañana será lunes, comienza una nueva semana, seguramente estará cargada de jefes, memorándum, biblioratos, trajín, obligaciones, vencimientos, discusiones, molestias de sueldos, demoras, reproches, silencios hoscos y ruidos depredadores. Eso ya lo conocés, si querés dejarlos pasar, sentate en la vereda y que se hagan pelota entre ellos, pero a las buenas emociones, no, hermana, hermano, definitivamente no las dejés pasar.

Porque, ¿sabés?, no hay forma de recuperarlas, no admiten fotocopias, ni responden al enter de tu computadora.

Las buenas lágrimas de las buenas emociones cambian todo a favor de todos. Cayó una gota de lluvia en el amor, el mar ya no fue el mismo.

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