Historias de vida: los que pasan solos el Año Nuevo en Mendoza

Por distintos motivos, cuatro mendocinos decidieron o se vieron obligados a despedir el año sin compañía, que no siempre significa en soledad ni desamparo.

Desde su casa metálica, un viejo colectivo que compró hace 30 años, Oscar Ortiz espera que pronto termine la pandemia para volver a trabajar normalmente.
Desde su casa metálica, un viejo colectivo que compró hace 30 años, Oscar Ortiz espera que pronto termine la pandemia para volver a trabajar normalmente.

Llegó el último día del año. Tiempo de balances y de sentimientos encontrados. Si, por lo general, las emociones afloran en estos tiempos festivos, mucho más frente a los cambios que supone la pandemia por el Covid-19.

¿Qué harán, qué piensan y qué desean quienes decidieron o se vieron obligados a estar solos esta noche?

Por decisión propia o porque no les ha quedado otra opción; para resguardarse y cuidar a los demás o por el deseo de vivir una experiencia diferente y en soledad. Los motivos pueden ser numerosos. Lo cierto es que muchos hoy estarán solos.

Así, cuatro mendocinos cuentan cómo y por qué se encontrarán recibiendo el 2021 sin compañía, que no siempre significa soledad.

Para Diana, pasar fin de año sin estar rodeada de gente es un tema circunstancial y nada tiene que ver con un estado de ánimo.

A sus 62, esta médica clínica que vive en Ciudad fue una decisión que tiene que ver con la necesidad de cuidarse y hacer lo propio con los demás.

Por eso, aunque tiene cuatro hijos, permanecerá tranquila en su hogar esperando el 2021.

Lejos de sentirlo como un peso, dice que está feliz con la decisión; que se encuentra más viva que nunca y que es consciente de que en este contexto cuidar la salud representa lo más importante.

Diana, que ocupa buena parte de su tiempo como docente universitaria, desea que la humanidad pueda salir airosa de este 2020. Ni más, ni menos.

Solo y en un viejo Mercedes Benz

Oscar Ortiz –“Cacho” para quienes lo conocen en la zona de Maza Sur y calle San Zenón, en Lunlunta—vive en el interior de un viejo Mercedes Benz destartalado que compró a 60 pesos hace 30 años.

Allí pasa sus días añorando su infancia repleta de carencias pero también del amor de sus 12 hermanos menores a quienes cuidó como si fuera un padre. Y también allí pasará la última noche de un año que fue para el olvido.

Porque Cacho estuvo más solo que nunca; las changas desaparecieron con la cuarentena y su salud no lo acompaña.

“Deseo que todo pase pronto”, murmura bajito, mientras confiesa que está habituado a esta vida solitaria y que a esta altura no piensa modificarla. Son los vecinos quienes suelen ayudarlo, acercarle comida y hasta cortarle el pelo. “¿Cómo es vivir en un micro? Ya no me doy cuenta, estoy acostumbrado y, además, cuando hay terremotos al menos no se cae el techo”, bromea el vecino de Maipú.

Se emociona cuando evoca su niñez y repite lo lindo que sería volver a ver a sus hermanos, su única familia. Cacho cuenta que no se casó ni tuvo hijos.

También sueña con un mundo mejor, con el fin de la pobreza y con que la pandemia sea parte del pasado. Un país tan rico, advierte, merece salir adelante.

En un hospital y con angustia

Para Amalia Suárez la fiesta de Fin de Año pasó a un último plano. El menú y el festejo resultan para ella tan superfluos que ni siquiera lo piensa: su hija Alma, de un año, padece Leucemia Linfoblástica Aguda y sus días transcurren en la habitación 12 del segundo piso del Hospital de Niños Alexander Fleming.

Le dieron el diagnóstico el 15 de julio y el mundo se le vino encima. Desde entonces atraviesa los momentos más difíciles de su vida, pero está confiada y tiene fe.

Hoy la cena en el hospital será a las 19, la hora de siempre, y luego se irá a descansar temprano, mucho antes que el 2020 se despida.

Amalia cuenta que es oriunda del paraje La Majada, en San Miguel, Lavalle, en el límite entre San Luis, San Juan y Mendoza. Es celadora de una escuela y también cría chivos. Una mañana, llevando a pastorear a los animales, Alma se quejó del dolor y ahí comenzó la pesadilla.

“Era una nena sana y libre. No puedo creerlo. Solo deseo que en 2021 se recupere”, reflexiona y agradece la cálida atención del hospital.

Está convencida de que todo pasa. Y que la vida le dará a su hija una gran oportunidad.

“Lo mejor está por venir”

“La pandemia me trajo cambios profundos, mi matrimonio se estaba terminando desde hacía tiempo pero ninguno de los dos quería aceptarlo”, comienza señalando Lucía Peralta, profesora de Literatura en colegios secundarios, de 47 años.

Pasará esta noche sola y feliz de la vida, como iniciando una nueva etapa en su vida.

“No tenemos hijos y no saber qué nos depararía la soledad fue difícil, pero me animé”, comenta la docente.

Al principio se mudó a un departamento y más tarde a una casa con un jardín encantador y repleto de plantas. “Aquí pasaré el 31, sola pero feliz por mis logros. Y completamente segura que lo mejor está por llegar”.

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