Embajador de la esperanza: fue abusado, le ganó a la droga y da charlas motivacionales

“Toqué fondo, robaba para conseguir cocaína, mentía y engañaba”, recuerda Marcelo Castañón, un mendocino de 43 años. Su vida dio un vuelco cuando decidió internarse. Hoy habla de prevención.

Marcelo Castañón Robaba para conseguir cocaína, decidió internarse para  recuperarse de las adicciones a las drogas y ahora da charlas motivacionales. Actualmente trabaja en el comercio de su padre, ferretería industrial y venta de gases industriales.
Marcelo Castañón Robaba para conseguir cocaína, decidió internarse para recuperarse de las adicciones a las drogas y ahora da charlas motivacionales. Actualmente trabaja en el comercio de su padre, ferretería industrial y venta de gases industriales.

Marcelo Federico Castañón mira hacia atrás y siente que ganó una batalla: con la ayuda de sus seres queridos y su gran decisión de salir adelante, superó la etapa más dolorosa de su vida, la etapa signada por la droga.

Tenía 7 años cuando un vecino mayor de edad, en la Cuarta Sección, empezó a abusar de él, y lo hizo durante años. Marcelo se mantuvo en silencio hasta los 17, cuando por fin pudo confesárselo a su madre y entendió el porqué de muchas conductas. Hicieron lo que pudieron en familia, aunque el tema siempre siguió latente.

Y así fue que a los 25 se encontró frente a frente con el camino de ida que es la marihuana, la cocaína y el alcohol. “Vengo de un hogar muy bien constituido, pero las adicciones me llevaron a lo peor, a robar para consumir, a mentir, a engañar. Les robaba a mis propios hijos”, se sincera hoy, cuando se siente un paciente “recuperado”, porque, según aclara, la cura completa no existe.

La vida de Marcelo comenzó a sufrir vaivenes de todo tipo durante los 10 años más difíciles. Por entonces ya era papá de sus dos primeros hijos, Lautaro, de 22 años y Marcelo, de 21, ambos de un primer matrimonio.

“Una tarde me encontré con una persona que me dijo las palabras exactas. Entendí que tenía que hacer algo y así fue que decidí internarme, siempre con el apoyo de mis padres. Fueron procesos difíciles pero finalmente buscar ayuda me salvó”, recuerda.

Entre 2012 y 2013, estuvo en La Fazenda de la Esperanza (filial Córdoba), una institución que trabaja para recuperar a adictos. Luego, en 2017, en la sede de La Rioja. Allí, además, se encontró “con Dios”, también “un camino de ida”. “Hacía todo lo propio de un adicto: negaba mi situación y creía de manera soberbia que podía solo, que la cocaína no me iba a ganar. Mis mezclas eran explosivas, entré sin querer en un círculo vicioso de robos y mentiras. La pasaba bien mientras estaba bajo los efectos de la droga pero cuando volvía a la vida real era un calvario”, rememora.

Sus padres y su nueva mujer, Natalia, mamá de sus dos hijas menores, Emma y Jazmín, lo apoyaron de manera incansable. La Fazenda, según relata, tiene tres pilares fundamentales: espiritualidad, convivencia y trabajo.

“Justamente de eso carece un adicto, por eso representa una escuela de vida de la que siento que egresé como embajador de la esperanza. Me hizo descubrir que entré a la droga porque tenía algo guardado muy adentro, algo que, según creo, fueron los abusos recibidos”, confiesa.

En las buenas y en las malas

Un adicto no sólo se intoxica a sí mismo, sino a su entorno. “Sin embargo, de todo esto te das cuenta después gracias a la presencia Divina. Jamás pensé en creer en Dios ni en la vida espiritual, pero fue así: Dios me tomó la mano y me llevó”, se sincera.

Durante todo ese proceso, Marcelo supo quiénes estuvieron con él: muchísimos amigos de fierro y familia leal. También conoció historias de vida inspiradoras con las que quedó “enganchado” para siempre.

Hace tres años que está “limpio” y no piensa siquiera en la posibilidad de volver a consumir. Trabaja en una ferretería industrial que es de su familia. Siente que su vida está en orden.

“Mi padre me ayudó mucho y también quedó involucrado con la labor de La Fazenda, por eso estamos atentos a ayudar, apoyar a quienes sufren o sufrieron adicciones de todo tipo, de juego, droga, alcohol o sexo”, enumera.

Así, brinda charlas motivadoras y de prevención a quienes deseen escuchar su testimonio duro pero lleno de esperanza. “Es una manera de conectarme con Dios y de sentirme útil. Además, siento que tengo que devolverle a la sociedad lo mucho que hizo por mí. La satisfacción que me brinda me recuperación es indescriptible, pero eso sí, vivo el día a día y nunca digo que estoy curado”, reflexiona.

Hoy Marcelo transita una etapa muy especial: es un feliz abuelo de Einar, un hermoso bebé de casi dos meses. “Nunca pensé que a los 43 iba a llegar este momento tan pleno de mi vida, disfrutando a mi familia y amigos y valorando lo mucho que he recibido”, concluye.

“Ni siquiera pienso en tener recaídas. Hoy me siento al cien por cien, trabajo, doy charlas en colegios y me considero un ejemplo de que cuando se quiere, se puede. Y eso les digo a los adictos con los que suelo hablar, a sus padres y a sus familias, que tengan esperanza, que se puede salir”, finaliza.

Marcelo no olvidó, pero perdonó a quien alguna vez le hizo daño. Aceptó la realidad, se puso de pie y empezó a caminar de nuevo.

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