Daniel, Mackenson y Emmanuel: una hermosa historia familiar y de amor sin fronteras

En enero de 2015, Daniel Rueda adoptó a dos hermanitos haitianos, quienes estaban en un orfanato y habían perdido todo tras un terremoto en aquel país. A casi 7 años de ese día -que cambiaría por completo la vida de los 3-, así vive por estos días la familia. Sus rutinas, sus pasatiempos, la educación y los valores que comparten como familia.

Daniel Rueda y sus hijos, Mackenson y Emmanuel. En enero se cumplirán 7 años desde que los chicos llegaron de Haití tras ser adoptados. Foto: Gentileza Daniel Rueda.
Daniel Rueda y sus hijos, Mackenson y Emmanuel. En enero se cumplirán 7 años desde que los chicos llegaron de Haití tras ser adoptados. Foto: Gentileza Daniel Rueda.

El 28 de enero de 2015 la vida del galerista, gestor cultural y también abogado mendocino Daniel Rueda (51) cambiaría para siempre. O comenzaría a cambiar para siempre, si se permite la expresión. Del mismo modo, nada volvería a ser lo mismo tampoco para Mackenson y Emmanuel, dos hermanitos haitianos de 6 y 8 años –por aquel entonces- que fueron adoptados por Daniel. Desde entonces, los tres se instalaron en Mendoza para vivir, unirse y crecer como lo que son: una gran y hermosa familia.

Una foto de Daniel, Mackenson y Emmanuel de hace ya algunos años. Foto: Archivo Los Andes.
Una foto de Daniel, Mackenson y Emmanuel de hace ya algunos años. Foto: Archivo Los Andes.

Nunca olvidaré ese recuerdo, y pido a Dios que ese sea el último que tenga cuando deba cerrar los ojos en esta vida. Aquel 28 de enero de 2015, en el Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture en Haití y luego de una desafortunada seguidilla de errores cometidos por la aerolínea que me transportaba y que hicieron que el viaje fuera totalmente diferente a lo que había planificado desde Mendoza”, rememora Daniel Rueda a Los Andes sobre el primer encuentro cara a cara con sus hijos. Previamente ya habían mantenido un primer encuentro virtual, vía Skype, pero de apenas unos poquitos minutos.

Junto a la emoción de ese primer abrazo (eterno) y de la esperada reunión cara a cara –la misma con la que Daniel Rueda había soñado en incontables oportunidades-, el mendocino rememora la verdadera aventura que envolvió su viaje desde Mendoza hasta Puerto Príncipe. “Me derivaron vía Buenos Aires, San Paulo, Venezuela y Panamá con la intención de llegar a tomar un vuelo a Puerto Príncipe. Pero esto último nunca sucedió, y llevó a que perdiera una importante conexión para llegar a tiempo a la audiencia que debía cumplimentar. Debí sumarme a una avioneta con empresarios españoles que viajaban con motivo de una obra hidroeléctrica y quienes, gentilmente, aceptaron sumarme a su vuelo. Fue gracias a la gestión que hizo una empleada haitiana de una aerolínea caribeña cuando ya estaba en Santo Domingo. Esa extraordinaria mujer se solidarizó con mi pánico a fallarles a mis hijos, y luego de toda esa angustia, en esa avioneta a hélices y llorando como pocas veces me ha sucedido, llegué al destino final de mi viaje, donde me esperaba un abrazo fusionado entre los tres y esa sensación inexplicable de poder escuchar en vivo por primera vez la palabra ‘papá’”, recuerda Daniel.

Daniel Rueda tiene 51 años y es abogado, gestor cultural y coordinador del Espacio Integrado Cultural Plaza Independencia, reinaugurado recientemente. Foto: Archivo Los Andes.
Daniel Rueda tiene 51 años y es abogado, gestor cultural y coordinador del Espacio Integrado Cultural Plaza Independencia, reinaugurado recientemente. Foto: Archivo Los Andes.

Actualmente Mackenson tiene 14 años y Emmanuel, 12. Están cursando sus estudios y –a casi 7 años de su llegada a Mendoza-, comparten las situaciones cotidianas, actividades rutinarias y anécdotas tradicionales de cualquier familia. Mirando hacia atrás y todo lo que han transcurrido y vivido juntos como padre e hijos, pero también con la vista enfocada en el horizonte; Daniel se anima hasta a dejar un mensaje sobre la decisión de adoptar. Sobre todo en casos que suelen ser vistos como tabú y que involucran a chicos grandes, que ya han vivido algunos años y han comenzado a formar su personalidad. “Hay que escuchar más el corazón y recordar que el proyecto de familia empieza con la confianza, independiente de las edades de los protagonistas. Hay que partir siempre de la premisa de que somos extraños que nos encontramos para transitar un camino juntos, sabiendo que se requiere de un tiempo necesario e imprescindible para crear el vínculo. La adopción comprende un doble proceso, de aceptación y conocimiento. En la medida que compartí más abiertamente mi decisión, la gente me trasmitía mucho sus propios miedos e inseguridades. Pero es importante transitar esas experiencias, porque hablan de la vida misma, presente y futuro”, destaca Daniel.

Cada vez que Rueda compartía con alguien esta importante decisión que había tomado –sobre todo, al principio-, se encontraba frente a opiniones y hasta consejos variopintos. “Si bien la mayoría fueron estímulos de amor, también existieron comentarios que se extralimitaron. Nunca discutí por tal motivo y los ubiqué en el plano de las propias frustraciones e inseguridades que todos los seres humanos tenemos. No podemos olvidar que todos tenemos una historia y una personalidad de las cuales siempre podremos aprender. Pero yo me quedaba con el aprendizaje, y a esas experiencias las uso hoy como herramientas. La adopción es un camino para garantizar el derecho de las niñas, niños y adolescentes a crecer en el seno de una familia. Por eso para adoptar niños grandes es necesario que construyamos entre todos una mirada más inclusiva, y tendríamos como resultado más familias y nuevas oportunidades”, sintetizó.

La decisión que cambió su vida

Cuando Daniel Rueda cumplió 40 años, su mirada general sobre la vida hizo un click. Según él mismo describe, inició una búsqueda relacionada a la unidad y fue desde la inteligencia y la sensibilidad que tomó la decisión de adoptar. “El desafío no era menor: un hombre soltero y sin pareja que decidía sumar más vida a su vida. Luego de iniciado el trámite en silencio y soledad, recién comencé a compartir la decisión y lo que había hecho con mis afectos más cercanos”, reflexiona.

Así están hoy Mackenson y Emmanuel, los hijos que adoptó el gestor cultural Daniel Rueda. Foto: Gentileza Daniel Rueda.
Así están hoy Mackenson y Emmanuel, los hijos que adoptó el gestor cultural Daniel Rueda. Foto: Gentileza Daniel Rueda.

A raíz de la inquietud y del interés, Rueda se interiorizó en los tiempos y en las características que suelen involucrar a una adopción en Argentina. “En ese entonces era público lo extenso de los tiempos que podía demandar gestionarlo en Argentina. Tenía amigos que estaban en lista de espera desde hacía más de 10 años y yo no podía visualizarme frente a esa decisión cuando tuviera 50 años. No supe responderme si iba a tener la fuerza necesaria que plenamente tenía en ese entonces. La decisión estaba tomada, pero el sistema no me acompañaba. Por ello opté por la adopción internacional”, rememora Daniel, quien actualmente se desempeña como coordinador del Espacio Cultural Plaza Independencia (que involucra el MMAMM, Teatro Quintanilla y la Biblioteca Ricardo Tudela).

La abogada especializada en Derecho internacional, Fabiana Quaini, fue quien asesoró y acompañó en la parte legal a Rueda, y junto a ella, el mendocino gestionó el certificado de idoneidad que prevé la ley de adopción internacional. En ese momento, Daniel todavía no sabía cuál sería el origen de los niños que adoptaría.

“Ya con el certificado en mis manos comenzó todo un recorrido informativo por varios países para conocer cuál me recibiría siendo aspirante monoparental. Recuerdo haber navegado por internet hasta altas horas en la madrugada e ir a trabajar muy cansado al día siguiente para conseguir información de Burundi, Colombia, Costa de Marfil, Brasil y México, hasta que finalmente llegué a Haití. Luego de varias instancias, traducciones, apostillas y trámites en las embajadas y Cancillería Argentina, el Instituto de Bienestar Social Haití, a través de un juez haitiano, ponderó el interés superior de dos hermanitos que esperaban en un orfanato desde el terremoto de 2010 en ese país”, sigue con su repaso el gestor cultural, quien además dirige y coordina salas de arte privadas en la provincia.

Una nueva familia

Cuando Rueda comenzó a darle forma a la adopción de los dos niños, Mackenson tenía 8 años, mientras que Emmanuel tenía 6. Como el propio Daniel recuerda, eran dos hermanitos que habían nacido y vivían en Puerto Príncipe (capital de Haití) y que habían llegado a un orfanato tras perder lo poco que tenían en un terremoto que azotó a este país caribeño en 2010.

“Mi primera comunicación fue vía Skype, aunque solamente por unos minutos. Recuerdo que mi corazón latía a mil y los cruces de mirada con Mackenson y Emmanuel. Intercambiamos algunas palabras en creole (lengua criolla de aquel país), e inglés, porque el orfanato dependía de una misión norteamericana. Intercambiamos muchas señas y hasta besos en la pantalla de nuestras computadoras. Paralelamente, en lo personal yo estaba complementando todo este proceso con una buena cantidad de sesiones con el psicólogo Sergio Cardone, con quien trabajé el proceso para habilitarme un espacio de escucha, contención y orientación”, sigue el gestor cultural.

Luego de aquel 28 de enero de 2015 –el día que marcó un antes y un después en la vida del padre y los dos hijos-, Daniel, Mackenson y Emmanuel comenzaron a transitar un mismo camino. Y, sin importar lo que pasara a su alrededor, cuando cualquiera de ellos giraba su cabeza hacia el costado veía a los otros dos acompañándolo incondicionalmente.

“Nuestra historia familiar es la de prejuicios derrotados, en especial en aquellos relacionados a la adaptación a una nueva vida. Porque desde el primer momento le ponemos mucho amor. Comprendí que ellos me adoptaron, formamos un equipo que partió con tres extraños y donde no hubo que armar un relato para introducirlos en mi mundo, ni yo en el de ellos. Pudimos verbalizar lo que vivimos desde el primer momento. Sabemos entre los tres todo lo que queremos saber”, reflexiona en voz alta Daniel.

Anécdotas y recuerdos imborrables

A los seis meses de haber llegado a Mendoza, los dos niños (que ya cuentan con la ciudadanía argentina y haitiana) manejaban el español con importante fluidez. Claro que la conjunción de los idiomas –español e inglés- dejó algunas situaciones, cuando menos, cómicas. “En casa teníamos papeles pegados por todos lados, en los muebles y objetos, con los significados en español. Nos comunicábamos con un poco de inglés y siempre recordamos un día en que les dije vehementemente -en inglés- que estaba enojado por algo que había pasado. Por error cambié el verbo “angry” (enojado) por “hungry” (hambriento). ¡Aún no puedo olvidar la mirada de ambos! Pasado los años nos reímos, porque la anécdota fue que entendieron que me los iba a comer como castigo. Hoy lo recordamos con muchas risas entre los tres”, recapitula Daniel. Y, por supuesto, vuelve a reír.

La familia de los Rueda, quienes viven en la Ciudad de Mendoza, es pequeña. La integran la abuela de Mackenson y Emmanuel –quien tiene 86 años-, una tía, un tío y, por supuesto, Daniel Rueda. “Si tuviese que recordar lo más complejo que me tocó pasar, recuerdo haber dormido sentado al borde de la cama de uno de ellos porque tuvo febrícula cuando completó su calendario de vacunación. En ese momento, como en muchos otros, la inexperiencia dijo presente”, recuerda Daniel.

En estos casi 7 años compartidos, la rutina de la familia Rueda es la de cualquier familia, según resume Daniel. Se levantan temprano para desayunar, luego los chicos van a la escuela y él a trabajar, mientras que en casa todos colaboran al momento de los deberes y otras actividades. “Disfrutamos elegir una película y ellos aman que les prepare comida chatarra para ese encuentro ocasional frente al televisor. Con las comidas soy bastante exigente, por lo que necesariamente hay verduras, carnes, frutas y pescados. Estos últimos alimentos los tienen internalizados desde antes de venir a Argentina y yo trato de mantener esta conducta, porque hay una construcción fundamental que da cuenta de su origen y su posicionamiento en la vida. Es la identidad, en su dormitorio están las banderas de Argentina y Haití. También tienen el diccionario de su lengua y convivimos con algunos objetos como pinturas y esculturas haitianas. De vez en cuando, incluso, cocino recetas de su país. Eso sí, después de 7 años aquí, claramente aman las empanadas y los asados”, destaca con simpatía.

Mackenson está terminando el primer año en el Liceo Agrícola de la UNCuyo y –según cuenta su padre- ha tenido muy buenos resultados, además de una contención extraordinaria de autoridades, profesores y alumnos. Por su parte, Emmanuel está en vías de completar la primaria en la Escuela Quintana y su aspiración es ingresar a la Escuela Vicente Zapata, empujado por su pasión con el mundo audiovisual.

“Conozco sus presentes y allí me detengo por el momento, dejando fluir. Por ello los escucho y observo sus intereses, los que –seguramente- pueden y van a cambiar en la medida en que vayan creciendo. Deseo que sigan desarrollando sus capacidades de pensamiento críticos, porque resulta una tarea cada vez más compleja en la sociedad actual. Anhelo que, como seres humanos, analicen, evalúen, cuestionen, critiquen y obtengan conclusiones propias ante un hecho o tema. No podemos olvidar que lo importante no es lo que se piensa, sino cómo se piensa. Nos gusta discernir entre lo que es real y lo que no, entre lo que es ético y moral y lo que no, entre lo que es valioso y lo que no. Y lo hacemos usando ejemplos concretos”, sintetiza.

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