Mendocinos de verdad: Angélica, la vecina de Guaymallén que lucha para sacar a los chicos de la droga

Historias. Angélica Frías tuvo una vida difícil y tal vez eso la llevó a trabajar por los niños y jóvenes del asentamiento Castro, en Guaymallén, donde las adicciones crecen al ritmo de la pobreza y el desempleo.

Angélica Frías es referente barrial del asentamiento Castro de Guaymallén. Foto: José Gutiérrez / Los Andes
Angélica Frías es referente barrial del asentamiento Castro de Guaymallén. Foto: José Gutiérrez / Los Andes

Tal vez por su propia historia de vida y por las necesidades que padeció desde pequeña, Angélica Frías supo, con el correr del tiempo, ponerse en la piel de las personas más vulnerables de la sociedad, aquellas que pasan hambre, frío y las que sufren violencia de género y adicciones, entre otras problemáticas. Desde el propio lugar donde vive junto a sus cuatro hijos, el asentamiento Castro, en Guaymallén, Angélica se ganó un lugar como referente barrial.

Codo a codo, con otras voluntarias, abrieron el merendero “Juguetes Perdidos” y desde ese lugar comenzaron a ayudar a chicos de la calle y en especial a quienes sufren problemas de adicción. Sin embargo, el consumo de drogas y su devastador efecto, algo que se observa cada vez más en su entorno, la “atraparon” para trabajar desde lo más básico, como convocar a esos niños, dialogar y volcar la premisa de darles ocupaciones y responsabilidades.

Como promotora barrial, asegura que el flagelo de la droga debe atacarse tempranamente. “No sirve que el Estado intervenga cuando el chico salió a delinquir y está preso”, advierte, por eso insiste en el acompañamiento que deben poner de manifiesto asistentes sociales antes de que la situación se agrave. En su propia casa, años atrás, Angélica empezó a ofrecer chocolate y galletitas para los niños del sector. Luego fueron incorporando juegos, deportes y entretenimientos. De a poco se fueron acercando más personas y, con el tiempo, Fundación Evita ayudó a poner en marcha el merendero que hoy es referente en el barrio.

“Esta actividad abre muchas puertas para abordar problemáticas como el consumo de drogas, algo que se repite. Me resulta injusto que a estas personas se las juzgue o se las mire mal”, reflexiona.

En las charlas en grupo, Angélica comenzó a notar que surgían grandes posibilidades de dar una mano. “Hablamos de los sueños, del futuro, de cómo nos veríamos de acá a unos años y surgieron temas muy interesantes. De a poco los chicos se fueron sumando y hoy es un orgullo ser un sostén”, cuenta la mujer. Y agrega:”Me duele cuando se juzga mal a las mamás de estos jóvenes porque en general sus vidas fueron muy duras y no han tenido herramientas ni autoestima”.

La droga, moneda corriente

El asentamiento Castro está ubicado en Jesús Nazareno, Guaymallén. Viven cerca de 200 familias y está marcada por ser una de las zonas más pobres de la provincia. En muchas ocasiones es noticia por varios hechos policiales que lo ponen nuevamente en la mira. La droga es uno de los principales.

“Hay droga y se vende. Esto se observa siempre y más en enero, cuando el merendero cierra y empezamos a ver a los niños en las esquinas, consumiendo”, admite. “Apenas los soltamos, caen”, completa, para agregar que afecta a chicos desde muy temprana edad. “El problema de consumo de drogas fuertes no es tan grande, pero sí es cotidiana la marihuana y el alcohol. A este ritmo el flagelo irá creciendo”, sostiene.

Desde el propio merendero y desde la Organización “Generando Puentes” se incentiva la producción para mantener ocupada a esta franja a través del trabajo en las huertas, la alfabetización, el deporte, la música y el entretenimiento.

Una infancia con dificultades

De niña Angélica era una alumna aplicada pero en sexto grado tuvo que salir a trabajar porque en su casa el dinero no alcanzaba. Cocinaba milanesas para vender junto a su hermana y de allí en adelante jamás se quedó de brazos cruzados: fue empleada doméstica, cuidó a personas mayores, barrió veredas. A los 14 dejó la escuela, se escapó de su casa; se juntó con su pareja y fue madre adolescente.

Los años que lleva en el asentamiento Castro la llevan a entender todas las situaciones que observa a diario. “Me gusta mucho trabajar con los chicos marginados porque compruebo que se puede. Un merendero es la llave y mi casa siempre está abierta”, insiste, para agregar: “Tengo pileta y en el verano a veces cuento 18 personas adentro”, señala.

Hoy, mientras finaliza la secundaria vuelca todos sus esfuerzos en el barrio. Sobre todo a brindar afecto y acompañamiento, algo que, asegura, resulta clave pero insuficiente. “Hay que dedicar tiempo, conversar, proyectar y también brindar un plato de comida”, advierte Angélica, con el conocimiento que le dio la experiencia

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