Cansada del encierro, la gente prioriza la familia y los amigos

Aunque no están permitidas, son cada vez más los que volvieron a la costumbre de las reuniones familiares dominicales. Hay menos controles y más permisividad. El factor psicológico.

El Parque Benegas, en Godoy Cruz, reunió a varios grupos de jóvenes, sobre todo, ayer a la tarde.
Foto: Mariana Villa / Los Andes
El Parque Benegas, en Godoy Cruz, reunió a varios grupos de jóvenes, sobre todo, ayer a la tarde. Foto: Mariana Villa / Los Andes

“Estuve más de seis meses sin ver a mis viejos. Pero que no me permitieran ir a visitarlos para el Día de la Madre me pareció demasiado ya. En el medio había pasado, además, el cumpleaños de mi mamá. Así que fui a almorzar a su casa ese domingo. Llevé el tapabocas, alcohol en gel en la cartera y ese día ni siquiera la saludé con un beso o un abrazo. ¡Pero no iba a dejar de verla!”. Mariela tiene en claro que -legalmente hablando-, lo que hizo el domingo 18 de octubre no estaba permitido.

De hecho, y más allá de que el gobernador, Rodolfo Suárez, ha solicitado a la Nación que se autoricen las reuniones familiares, éstas siguen prohibidas en la provincia. Sin embargo, Mariela (al igual que otros tantos mendocinos y mendocinas) prefieren priorizar la necesidad social y afectiva de reencontrarse con sus seres queridos, antes que respetar la disposición del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO).

Son cada vez más los ciudadanos que se inclinan por esta realidad. “Mis viejos viven solos, están jubilados, pero siguen trabajando desde sus casas. Con mis hermanos, todos estamos aislados y también con home office. Entonces, no entiendo dónde está el delito de ir a visitarlos una vez cada 15 días, ir a comer un asado un domingo y sin andar a los besos o a los abrazos. La verdad es que nosotros nos estamos juntando cada dos semanas, con todos los cuidados”, se confiesa a su turno Fernando, quien vive en Godoy Cruz.

Incluso, y más allá de la disposición vigente, es una realidad que los controles policiales se han reducido desde hace ya algunas semanas y esto en particular se percibe los domingos, como si se tratara de un acuerdo tácito. Aunque si hay una reunión multitudinaria o si hay llamados al 911 para denunciar un encuentro no permitido, la Policía interviene.

En un contexto de desesperanza o de angustia como el que estamos pasando, la gente no tiene casi de dónde aferrarse. Ante el permanente mensaje de negatividad, de miedo y de que va a morir, elige al menos reencontrarse con sus familiares. Piensan: “Ya que voy a morir igual, al menos voy a disfrutar de mi familia’”, explicó el psicólogo Mario Lamagrande.

Más allá de que no están autorizadas y que el Gobierno insiste en evitarlas, teniendo en cuenta que las familias se reúnen igual, la recomendación oficial es que al menos se use el tapabocas, se propicien los encuentros en espacios abiertos con distanciamiento y se eviten besos o abrazos.

Hartazgo

En Europa, en plena ebullición de la segunda ola de contagios, varios países ya anunciaron y aplicaron nuevas restricciones (ver página 27). Aislamientos, toques de queda y cuarentena, son algunas de esas medidas. También los alzamientos populares ante estas medidas no se han hecho esperar.

“Es todo parte de un fenómeno de desgaste. Desde lo comunicacional, la estrategia está centrada en el temor desde el primer momento. El mensaje que se baja es ‘si haces esto, va a pasar lo otro’. Pero todas las estrategias centradas en el temor empiezan a fallar porque hay un elemento que no se encuentra y es la alternativa de solución. Si vos acorralás al sujeto, tiene que tener la sensación de que puede manejar la situación. Si no la tiene, se entra en otro fenómeno: la desesperanza”, se explayó Lamagrande.

Los embotellamientos que supieron formarse en algunos puntos de las ruta y calles mendocinas hace ya algunos meses, motivados por los retenes policiales, han dado una tregua. Es que muchos de estos puestos fijos ya no están activos, a excepción del situado en San Martín y Peatonal.

Desde el Ejecutivo destacaron que los puestos no han desaparecido ni se han levantado, sino que se han convertido en controles móviles y rotativos. No obstante, marcaron una diferencia: “Una cosa son las reuniones familiares, a las que muchas veces llegamos y encontramos a los padres con tres hijos que fueron a visitarlos, y otra muy distinta son las fiestas clandestinas o juntadas masivas”.

Las Fiestas que se vienen

Quedan menos de dos meses para las Fiestas de Fin de Año, y las reuniones familiares -brindis incluido- en épocas de pandemia serán todo un tema, más cuando, de por sí, el cierre del año suele ser un momento de muchas tensiones y necesidad de desahogarse. “Comunicacionalmente hablando, antes de favorecer el desmán, se debería dar a la gente pautas o protocolos para manejar lo que va a pasar. Si suscitás una suerte de rebelión y generás un encierro, se genera un problema. Porque cuando la persona se siente encerrada, va a buscar escaparse”, destacó el psicólogo Mario Lamagrande. Para el psicólogo, es fundamental que se empiece a trabajar en medidas preventivas desde ya de cara a las Fiestas. “Lo ideal sería poder dar la chance de que el sujeto vea que puede manejar algo. Si no, vamos a ver un fuerte conflicto, que se va a manifestar en desobediencia. Y quien quiera desobedecer, va a ir por todo”, anticipó.

Bajó la percepción de riesgo

Un estudio nacional demuestra que hubo una disminución en la percepción de riesgo a medida que avanzó la cuarentena (inversamente proporcional a la circulación del Covid-19) y que la necesidad económica de salir a trabajar se estabilizó en un punto alto desde el comienzo. Además, evidenció que las necesidades psicológicas y sociales (salir para visitar a alguien o hacer ejercicio) son más maleables y volátiles.

El estudio desarrollado por la fundación Bunge y Born permitió evaluar el costo de oportunidad que tuvo para el sujeto mantener la cuarentena, así como identificar a grupos de personas con reticencia al aislamiento y su percepción del riesgo de contraer la enfermedad. En ese sentido, se observa que la percepción de riesgo es inversamente proporcional al nivel educativo. Es decir: a mayor nivel educativo, hay una menor percepción de riesgo. En cuanto a la edad, es directamente proporcional a la percepción de riesgo: a mayor edad, mayor percepción.

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