Brunilda volvió a la escuela a los 65 años y su “seño” Sandra le enseñó a volver a creer

Con una vida de sacrificios y una hija discapacitada, esta vecina de La Favorita se inscribió en un plan de alfabetización que cambió su vida. Su tierna relación con Sandra, su maestra.

Brunilda es muy aplicada y en siete años logró modificar hábitos, vocabulario y hasta gestos, cuenta su maestra Sandra. Foto : Orlando Pelichotti
Brunilda es muy aplicada y en siete años logró modificar hábitos, vocabulario y hasta gestos, cuenta su maestra Sandra. Foto : Orlando Pelichotti

Cuando creyó que todo estaba perdido, Brunilda Gómez, de 65 años, encontró una luz de esperanza en una vida llena de sacrificios.

Volver a leer, a sumar y a restar eran sus objetivos pendientes. Y así fue que un día de 2013 decidió acercarse al plan de alfabetización municipal “Dr. Juan Draghi Lucero”, de Ciudad. A partir de allí -ella no lo sabía- su vida iba a cambiar para siempre.

De niña Brunilda se había visto obligada a renunciar a la escuela cuando debió hacerse cargo de sus hermanos menores, en el campo. El estudio, por entonces, no era cosa de mujeres, que debían cumplir innumerables quehaceres domésticos.

Recién siete años atrás, a través de un plan llamado “Ellas hacen” que promovía el trabajo y una mínima remuneración con la condición de estudiar, Brunilda inició la marcha en el gimnasio 3 de La Favorita.

Pero nada fue fácil. Tiene una hija discapacitada y organizar su hogar para destinar las tardes a estudiar era una verdadera odisea. Así y todo, ella insiste en que llegó al mundo de la educación para quedarse.

Las escuela resultó un mundo inimaginado: no sólo halló la ayuda y comprensión que tanto necesitaba de parte de sus “seños”, sino por el grupo de compañeros que logró forjar.

“Éramos y seguimos siendo una gran familia. Cuando uno tiene un problema, allí estamos todos”, relata emocionada, mientras rememora, feliz, el paisaje de Potrerillos en uno de los tantos viajes educativos que organizó el plan y que le permitió descubrir lugares que jamás había visto.

“Me había olvidado de las letras, los números y necesitaba cumplir con los trámites de discapacidad de mi hija, era todo un problema”, recuerda Brunilda.

“¿La experiencia? Tan hermosa que no puedo describirla. Sandra, mi maestra, Nelda, Norma… Las quiero tanto, no sé si se darán cuenta de cuánto me han ayudado”, reflexiona.

Sandra Villalba, la “seño” de Brunilda, también se conmueve cuando habla de su esfuerzo y de sus ganas de salir adelante. “Si bien es difícil abordar a un adulto, porque muchos se avergüenzan de confesar que son analfabetos, con el afecto todo se logra”, resume.

Recuerda que Brunilda llegó a las clases “enojada con la vida” y que más allá de sus avances, en todo este proceso de años logró modificar hábitos, vocabulario y hasta gestos.

“Hoy es una mujer solidaria con sus compañeros, autónoma y disciplinada a pesar de sus necesidades y problemáticas personales. Es gratificante observar sus cambios y la estoy alentando a iniciar la secundaria”, detalla la docente.

Una relación que trascendió el plan

Sandra y Brunilda han logrado una relación maravillosa que se generó en el aula pero se consolidó en los viajes, las mateadas y las largas conversaciones.

Porque Sandra asume que su entrega no sólo debe relacionarse con la transmisión de conocimientos, sino más bien con el aporte social, con el cariño y la escucha.

El plan, de hecho, tiene fin un educativo pero también social: “Trabajamos con personas de barrios vulnerables; por eso el municipio nos provee todos los útiles. Los alumnos, de 15 años en adelante, sólo deben llevar una taza para recibir la merienda”, detalla Sandra.

Los momentos que se viven son enriquecedores en todo sentido. Incluso aquellos que no son tan felices. “Porque a mucha gente le falta recursos, pero le sobran ganas”, aclara la docente.

El plan de alfabetización tiene numerosos beneficios para quienes lo integran: es flexible, no es gradual y brinda a la persona autoestima y autonomía.

Después de tantos años de labor, la pandemia obligó al equipo docente a reinventarse y los resultados fueron alentadores. “Nos obligó a reinventarnos y a aplicar el ingenio y la vocación. Hemos acercado impresiones con tareas integrales, recaudado teléfonos para donar y enseñado a través de la pantalla a quienes sí tenían herramientas”, relata Sandra.

En definitiva, explica, el plan de alfabetización se arregló como pudo con los elementos que tuvo.

Sandra se emociona a la par de Brunilda. Dice que no hay tope de edad para aprender. Brunilda, en tanto, admite que se le abrió un mundo y asegura que hoy enfrenta a la vida de manera diferente, firme, segura.

Confiesa, además, que puede hablar codo a codo con sus semejantes. Que, en definitiva, logró tener armas para defenderse.

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