Belgrano y San Martín, semblanzas heroicas de nuestra independencia

Los dos emblemas de la historia argentina compartieron un objetivo común y también algunas particularidades de cómo imaginaban el nuevo país. Por ejemplo, ambos se decantaban por la monarquía en las Provincias Unidas del Sud.

Belgrano y San Martín, los máximos próceres de la historia argentina.
Belgrano y San Martín, los máximos próceres de la historia argentina.

Manuel Belgrano y José de San Martín ocupan un sitial de relieve en la mitología nacional. Ese lugar resulta tributario del protagonismo de ambos personajes en la revolución rioplatense y la independencia sudamericana, y de las narrativas fundacionales de la nacionalidad argentina. Ante todo, de la empresa intelectual y política encarada por Mitre y el elenco de románticos argentinos, quienes percibieron el papel del pasado revolucionario en la creación de una cultura nacional que permitiera sedimentar sensibilidades colectivas con el Estado nacional. El recuerdo selectivo de los héroes de la independencia se tradujo en un sinfín de textos, homenajes y monumentos que gravitaron en la edificación del panteón nacional en el siglo XIX, y que resulta resignificado por la liturgia oficial hasta hoy.

Belgrano secundó al Padre de la Patria a raíz de interpretaciones que hicieron hincapié en los contrastes en la conducción de la guerra y la factura de los ejércitos revolucionarios. Fue el general José María Paz quien trazó un contrapunto entre los modelos de ejército ensayados por uno y otro. A su juicio, mientras la escuela de Belgrano había pretendido suministrar a la Patria buenos ciudadanos, la de San Martín había dado excelentes militares que le había permitido coronar de gloria sus hazañas. En particular, la creación de los escuadrones de granaderos a caballo, que había tenido su bautismo de fuego en el combate de San Lorenzo, representaba el ejemplo de formación militar moderna en que la disciplina era la norma y el entrenamiento la clave de su profesionalización. Se trataba de un modelo opuesto a los cuerpos armados dirigidos por Belgrano, el general que había llegado a serlo sin formación o instrucción específica, y que había padecido el efecto desolador de la derrota.

La correspondencia de Belgrano a San Martín atestigua el latido de ese dilema antes y después de que el coronel de granaderos lo remplazara en la jefatura del Ejercito del Norte. “Con Ud. se salvará la Patria”, le escribió en la navidad de 1813. La confianza residía en el lamentable estado de la fuerza militar luego de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma: una formación armada sin disciplina ni unidad de mandos, y compuesta por extendido plantel de oficiales que licuaba el gasto militar e impedía frenar la deserción de los soldados. Un conglomerado de hombres armados con lanzas y vestidos con chiripá; grupos de paisanos (campesinos o pequeños propietarios de ganado) aglutinados en torno a idea de Patria limitada a la localidad, y esquiva al concepto de Nación por la que Belgrano venía bregando desde 1810. Por eso había tenido que habilitar la acción de guerrillas con el fin de entorpecer avances de partidas realistas en Salta y Tucumán.

Ese crítico estado de situación sería el que terminó de convencer a San Martín de la necesidad de modificar la estrategia de la guerra una vez que llegó a Tucumán en el verano de 1814. Así lo manifestó al gobierno de Buenos Aires más de una vez, y también volcó la misma opinión ante sus aliados mediante conversaciones y epístolas diversas. La nueva estrategia o plan no sólo suponía orientar la guerra hacia el Pacífico. Suponía también crear un nuevo ejército con unidad de mandos, entrenamiento específico y presupuesto suficiente para cumplir con el salario del personal militar, la piedra de toque de la obediencia.

En el plano político, Belgrano y San Martín fueron firmes promotores de la independencia americana, aunque desconfiaban de los tumultos populares, es decir, rechazaban la alteración de las jerarquías sociales disparadas con la politización y movilización popular. Belgrano tenía una opinión negativa de los negros o libertos movilizados por los preceptos libertarios y la revolución; en cambio, San Martín depositó en las castas o grupos de color expectativas favorables para integrarlos al ejército (mediante la política de rescate), les confirió grados de conducción según instrucción o procedencias sociales, y estimuló su participación en la campaña al Perú ofreciéndoles la libertad para quebrar la influencia de las elites limeñas.

Un último punto de contacto vale la pena recordar: San Martín y Belgrano fueron partidarios de la monarquía temperada para fundar el gobierno de las Provincias Unidas de Sud América, a cuya cabeza podía figurar un príncipe americano o un príncipe europeo. Una solución institucional que creyeron posible con el fin de frenar la “hidra” de la anarquía, sostener el gobierno de unidad frente a la lucha de Artigas y los federales del Litoral, y obtener el reconocimiento de las Cortes europeas en el sombrío escenario de la restauración legitimista refractaria de toda revolución.

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