Aferrados a la alegría de la Selección argentina: el opio de la risa

Messi y la Scaloneta trajeron tanta alegría a los argentinos que a veces pareciera que no se puede dejar de hablar de eso, de volver a ver videos, de leer notas sobre el tema. Muchas familias lo notaron en las fiestas, a las que asistieron (a veces) con temática albiceleste incluida. Aquí, una reflexión sobre este fenómeno.

El seleccionado argentino no pudo llegar al Obelisco por la cantidad de gente que se volcó a las calles.
El seleccionado argentino no pudo llegar al Obelisco por la cantidad de gente que se volcó a las calles.

Uno se aferra tanto a los buenos momentos que corre el riesgo de vivir del pasado. Aunque el pasado tenga aroma vivo aún, el mismo del presente. Para quienes llevan sobre las espaldas días, años, décadas de golpes, no es extraño este comportamiento: que las grandes alegrías tiendan a ser preservadas, alargadas y festejadas por mucho tiempo, revividas en conversaciones que siempre vuelven a lo mismo.

Un fenómeno que ilustra esta tendencia es el que viven muchos argentinos con la alegría por la obtención de la Copa Mundial de Fútbol de parte de nuestra Selección Argentina. Un triunfo que, a la vista de la inédita masividad de los festejos al regreso del equipo al país, ha dado combustible de buen ánimo a muchos. No es que no se lo merezca: para un pueblo ajetreado desde hace décadas por políticas económicas y sociales diluyentes, con índices inéditos de pobreza, con una inflación que destruye cualquier previsión, la felicidad de un gol, la empatía con los triunfadores, la consagración de los ídolos (especialmente una figura tan amada como Lionel Messi) son parte de un modesto bálsamo que difícilmente alguien impute como impropio.

Ese aferrarse a los buenos momentos, y en especial a este triunfo tan fresco (del 18 de diciembre) de nuestra Selección ha hecho que en muchos argentinos se dé un comportamiento especial: la imposibilidad o el escaso interés por dejar de gozar y repasar ese buen momento. Se ha visto con la cantidad notable de reproducciones en diversas plataformas de videos que, por un ángulo u otro, repasan aspectos de esa alegría. Para dar ejemplos, el resumen de los penales de Argentina contra Francia publicado por el canal de YouTube de la TV Pública tiene nada menos que 4,6 millones de reproducciones: como si todos y cada uno de los que se dieron cita en las calles en el regreso de la “Scaloneta” hubiera visto alguna vez al menos esa síntesis.

Otro ejemplo: el spot realizado por un grupo de mendocinos para saludar por la Navidad, y que hace referencia al “regalo” de la copa del mundo, tiene casi un millón de reproducciones sólo en la cuenta de Twitter de Nicolás Tagliafico, el jugador campeón del mundo que la eligió para saludar en las redes. Allí no se cuentan un estimado del doble en la cuenta de Instagram del jugador, ni los de las cuentas originales de Stell’Arts (la productora local que lo hizo) o las veces que se vio con los videos enviados por WhatsApp.

Justamente las celebraciones de Navidad y Año Nuevo han sido muestra de lo difícil que es “soltar” los buenos momentos para los argentinos. Cualquiera puede dar fe que seguían siendo tema de conversación esa alegría (como si se tratara del día siguiente a la obtención del título). No por nada los colores albicelestes fueron los elegidos temáticamente por muchas familias para las reuniones de fin de año.

En este punto uno puede pensar en que se corre un riesgo. Y es recaer en aquello de lo que hablaba Karl Marx al referirse a la religión, como un distractivo en un punto contraproducente. “La religión es el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, y también es el espíritu de situaciones carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo. Renunciar a la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es exigir para este una dicha verdadera”, se puede leer en su Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. Trasmutado al festejo interminable por el triunfo futbolístico de la Selección Argentina, uno podría estar de acuerdo con Marx: el “circo” alegre de la Scaloenta quizá distraiga (o sea utilizado como distracción por la clase dirigente) de las grandes preocupaciones que deben llevar a todos a salir de este espanto.

Pero lo cierto es que, a pesar de eso, así como existen los estados de luto, en los que se mantiene un estado de tristeza manifestado en gestos y vestuario, tal vez es necesario un estado de risa, un poco opiácea (quién lo duda), que nos lleve a hablar hasta el cansancio de si MacAllister debe ser comprado por el City, de cuándo Leandro Paredes volverá a Boca, de si el Dibu es el mejor arquero de la historia, hablar de que el fútbol dio alegrías este año y la tristeza de la muerte de Pelé, hablar de si Messi ya superó a Maradona. Que la alegría siga: el opio de la risa debe durar un poco más.

Cierro esta reflexión con un poema alusivo de alguien que, como muchos, se había vuelto a ilusionar, y se imagina después de muchos años recordando aún este buen momento.

El opio de la risa

El año de la muerte de Pelé

ya no quedaba espacio para el llanto.

Estábamos naciendo a un nuevo canto,

como si este surgiera de la piel.

En un campo de guerra sin cuartel

andábamos, asidos al espanto

de una nación a pique del quebranto

hasta que trajo fe un tal Lionel.

A veces ese opio de la risa

es todo lo que quiere el corazón,

para darse a sí mismo un empujón

que lo aleje por fin de la cornisa.

El año de la muerte también fue

el tiempo en que el jamás se hizo un tal vez.

(poema inédito de Fernando G. Toledo).

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