Misterix, el regreso de la historieta con la que deliraban nuestros abuelos

La revista Fierro recuperó en su web muchos originales de esta tira icónica de la edad dorada de la historieta argentina.

“No te hagás el Misterix”, decía mi abuelo Antonio cuando veía que me estaba pasando de vivo. O, mejor dicho, cuando me daba un arranque infantil de ego. Misterix era su historieta favorita, un personaje que comenzó a amar allá por la década de 1950 y que, de una manera u otra, tuvo presente a lo largo de toda su vida. Por lo que contaba, Misterix fue un fenómeno de masas en su época: un científico británico que mutaba a superhéroe gracias a un traje que lo volvía prácticamente invencible. El sentido de su vida era el combate contra unos malos-malísimos que se parecían bastante a los nazis (claro, acababa de terminar la Segunda Guerra) y para ello contaba con la inestimable ayuda de Quirón, su compinche alienígena, una especie de Robin, pero del espacio exterior. Tenía, además, una esposa encantadora llamada Jolly, muy comprensiva con los imprevisibles horarios de los defensores del orden universal. La historieta la crearon los italianos Garnier y Campani, pero fue acá donde realmente la rompió, de la mano del guionista Alberto Ongaro y Eugenio Zoppi, un dibujante exquisito que le puso imágenes al primer guión de Héctor G. Oesterhled, quien, años más tarde, iba a convertirse en el padre de El Eternauta. Hasta ahora, Misterix era para mí los relatos de mi abuelo y un álbum amarillento y desgajado que conservaba en su casa. Pero la revista Fierro hace poco recuperó muchos de sus originales y los publicó en su web. Pasé una tarde entera leyéndolos. Una maravilla. Un viaje hermoso a los años dorados de la historieta argentina, que fueron también los de mi querido Antonio.

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