Las impensadas razones por las que 2022 se convirtió en el mejor año de Fito Páez

En una especie de segunda edad de oro, el rosarino está cerrando un 2022 de fábula: estadios llenos en Argentina, Latinoamérica y España para celebrar los 30 años de “El amor después del amor”, tres premios Grammys y la publicación de “Infancia y juventud”, una biografía hecha de canciones que abre la intimidad de uno de los grandes maestros del rock argentino.

Fito Páez postergó un show de su gira / Instagram
Fito Páez postergó un show de su gira / Instagram

2022 fue un gran año para Fito Páez. El músico celebró el aniversario número 30 del disco más vendido de la historia del rock nacional, “El amor después del amor”, llenó ocho veces el estadio Movistar Arena de Buenos Aires y emprendió una gira internacional que lo llevó a Estados Unidos, Venezuela, España, Chile y Uruguay, dedicada a conmemorar su álbum más famoso. En paralelo a este revival noventoso, Fito lanzó el libro de memorias “Infancia y juventud”, editado por Planeta, donde realiza un repaso honesto por su niñez en Rosario, los inicios de su carrera, la explosión de sus canciones, los amores que marcaron su producción y los próceres de la música que sellaron su camino.

La llama de la creatividad de Fito parece inagotable. Si bien es reconocido por su música, su carrera artística también lo llevó a experimentar en el cine. Escribió y dirigió La balada de Donna Helena (1994), Vidas privadas (2003) y ¿De quién es el portaligas? (2007). En literatura, publicó las novelas La puta diabla (2013) y Los días de Kirchner (2018) y el volumen Diarios de viaje (2016). Pero, lo que tiene de característico este nuevo libro, son las condiciones de su producción: fue escrito durante el encierro de la pandemia. En el prólogo, Fito cuenta que la cuarentena fue el momento ideal para largarse a escribir su autobiografía, luego de la insistencia “casi sicopática” de Nacho Iraola, por entonces director editorial de Planeta. “Nacho, por favor, ¿quién podría tener ganas de ponerse a revisar su propia vida? Nadie en el uso de sus cabales”, respondía Fito. Pero el tiempo libre y la desesperación por el largo encierro del Covid-19 terminaron siendo el terreno donde creció este libro. “Una noche comencé. Fue sobre el recuerdo de las visitas a la tumba de mi madre junto a mi papá, en la primera infancia. De manera intuitiva empecé por lo esencial, la ausencia de aquella mujer fundamental. Escribí esa página de un tirón. Al otro día me levanté. Increíblemente, me gustó”, se sincera Fito en el prefacio. A partir de allí, comenzó un viaje a su propio pasado, que lo llevó a investigar momentos clave de su biografía, por momentos con un gesto detectivesco, por momentos con métodos periodísticos. “Llorar, reír, que suba y baje la presión, no comer durante algunos períodos, vivir en estado de delirante desconcierto, de lisergia creada por la ensoñación de la escritura y la pérdida de tiempo y espacio por algunos momentos en los que no sabía quién era el que estaba escribiendo. Si el niño que fui o quién creía que era o el Fito Páez de bolsillo”, escribe en el comienzo del libro. A lo largo de casi 400 páginas, Fito deja correr su pluma, maneja las palabras con pericia, sin demasiada adjetivación ni sentimentalismos y demuestra que, además de ser un músico genial, también puede ser un escritor de calidad. Se puede intuir que este libro, además, será una base fundamental para el guión de la serie de Netflix, “El amor después del amor”, cuyas primeras imágenes ya fueron adelantadas por el gigante del streaming, que lo tendrán al joven actor Iván Hochman personificando a Fito en la serie biográfica.

Rosario siempre estuvo cerca

La primera parte del libro está dedicada a la invocación de sus primeros años de vida en la ciudad de Rosario. Como si fuera un dron que sobrevuela el lugar, Fito nos lleva a conocer las imágenes del barrio y su casa de la calle Balcarce, donde convivía junto a su abuela, su tía abuela y su padre. Allí el cantante ubica el primer elemento que lo conectó con la música: un piano rojo August Förster. La historia de Fito es también la historia de sus instrumentos, esos objetos refinados, cajas de sonidos con teclas que van mutando con la tecnología y la maduración de su dueño. “Reinaba el piano en aquel espacio, con la solemnidad de un sepulcro imperial. Inviolable. Pasarían muchos años para que mi abuela Belia me diera la llave que abriría el cofre que contenía el santo grial familiar”, rememora Fito, sobre aquel piano alemán, decorado con candelabros estilo Drácula que le daban un aspecto gore. Sus primeras incursiones al piano consistieron en musicalizar una serie televisiva de terror.

En este viaje aéreo, llegamos a su debut musical ante el público, cuando Fito iba a cuarto grado y cantó y tocó el bombo legüero en un grupo escolar, interpretando clásicos del cancionero folclórico, como “Zamba de mi esperanza”. Entonces surge una primera confesión: la importancia de las mujeres en su vida. “Lo primero que noté en aquellas tertulias escolares fue que, después de esos miniconciertos, las chicas comenzaban a interesarse en mí. No es un dato menor. Posiblemente este haya sido el caldo donde se cocinó e hirvió el monstruo”, narra Páez. El pudor infantil comenzaba a ceder ante la mirada ajena.

Hay otro momento fundacional de esta parte iniciática de su biografía. Fito recuerda la fecha con exactitud: el 7 de agosto de 1976. Asiste al recital de La Máquina de Hacer Pájaros, grupo de Charly García. Tiene trece años y es su primer concierto: “La energía que se desplazó por aquel espacio fue tan fuerte que hoy que vuelvo a revivirla, en este preciso momento de la escritura, se me hace un nudo en la garganta y mis pulmones se inflaman de la misma libertad que sentí aquella noche. La noche en que los dioses me dieron una clara señal. No habría otra posibilidad. Tenía que aprovecharla. La música era la libertad. Decidí en aquel momento que iría tras ella”. A partir de ese momento, no solo su vínculo con la música quedaría sellado, sino que también fue la semilla de una intensa relación –artística, de amistad, camaradería y admiración- con Charly García, que pervive hasta hoy.

Algo “especialísimo”

La segunda parte del libro comienza con el “sueño del pibe”, cuando Charly lo invita a formar parte de su banda. En ese primer encuentro, sucedieron dos situaciones bisagra. Fito conoció a quien sería una de las mujeres de su vida, Fabiana Cantilo, vocalista de Charly. Y escuchó, en el departamento de García, su próximo disco: el revolucionario Clics modernos. Nada fue igual desde entonces. “Siento que Charly García es un fusible de la Argentina. La sociedad colapsó muchas veces a través de él, que ofrendó su integridad física e intelectual. Él pagó, muchas veces, por todos nosotros”, escribe Fito, en una alusión claramente religiosa a su mentor. La escritura del libro tiene algunos tramos donde el humor o la ironía es el fusil que permite conectar con la historia.

Sobre Fabiana Cantilo, recuerda que en los primeros ensayos de la banda nadie lo registraba, en cambio ella le preguntó si le interesaban los ovnis: “Le dije que sí. ¿Qué otra cosa ibas a contestarle a la muchacha más hermosa del mundo?”.

Las páginas del libro corren a través del romance entre Fito y Fabiana, la grabación del primer disco solista “Del ´63″, las giras de presentación y su consagración con el álbum “Giros”, de la mano del hit “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. También dedica elogios a otro maestro, Luis Alberto Spinetta, con quien grabaron en el año 1986 el discazo “La la la”.

El libro de sus memorias no solamente está construido sobre colores luminosos. Atraviesa momentos de dolor y oscuridad, donde Páez reconstruye el salvaje crimen contra su abuela, su tía abuela y la empleada doméstica, cometido en la casa de su infancia. En esta historia, además, la actriz Cecilia Roth, musa inspiradora de “El amor después del amor”, merece capítulos aparte. “Ella logró sacarme de mi ostracismo. Vivía replegado, revolcándome en el dolor. Cecilia trajo el sol, el mar, la alegría y una pizca de sabiduría que me hizo mucho bien”, cuenta Fito. Por eso, durante la grabación de “El amor…”, Páez podía intuir que estaba haciendo algo diferente. Ya había desarrollado cierta madurez artística, a pesar de su corta edad. Y admite que “había una sensación en el aire de estar haciendo algo especialísimo”. Ese “algo” fueron catorce canciones que el tiempo convirtió en clásicos y que situaron al rosarino en el Olimpo del rock vernáculo. Eso sucedió en el año ´92. Todavía quedaba mucho por rodar.

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