La reina perdida: una joya olvidada de la literatura española

Egilona era joven y bella, pero se destacaba por sus dotes políticas. Al conocerla, Abd al-Aziz se enamoró perdidamente.

LA RECONOCIDA ESCRITORA CORDOBESA CRISTINA BAJO. FOTO: RAMIRO PERYERA
LA RECONOCIDA ESCRITORA CORDOBESA CRISTINA BAJO. FOTO: RAMIRO PERYERA

Si es que aún se enseña literatura española en los colegios, recordarán aquellos cantares de gesta que contaban la derrota del rey Rodrigo y la invasión de los árabes a España. Estas historias me fascinan –mis abuelos nos hablaban del Cid Campeador y de la reina Urraca–, y entre libros de viejos cantares di con la reina Egilona, casi desconocida para nosotros.

Su historia me atrapó, pues jugó un gran papel en la pacificación posterior a la ocupación árabe. Era la esposa del rey vencido y, siendo dama de importancia, quedó como botín de guerra. Dice la crónica que era joven y bella, pero que su mayor virtud eran sus dotes políticas, y que, derrotado su marido, quedó en Mérida como rehén de Abd al-Aziz, el vencedor.

Un documento de la época describe a Abd al-Aziz como un hermoso joven “de áurea barba y rostro moreno”. Dicen que, en cuanto vio a la reina, quedó enamorado de ella e hizo cuanto pudo para mantenerla a salvo, “logrando, luego, que correspondiera a su amor.”


Después de la derrota española se acordaron matrimonios políticos, y algunos tuvieron que convertirse al Islam: a estos se los llamó “mawlas”, término que resultó en nuestro “maula” gauchesco.

Pronto la reina tuvo tal dominio sobre su esposo, que lo convenció de que debía proclamarse rey y que, además, debía usar la corona, puesto que los vencidos no verían en él al monarca sin aquel símbolo de poder.

Aziz no estaba de acuerdo –eso iba contra el Corán–pero cuando un califa decapitó a su padre, él se hizo coronar como rey de España, quedando dueño de casi toda la Península.

La corte de Egilona y Aziz, en Sevilla, era deslumbrante: el rey le concedía a su esposa cuanto quería y la colmaba de regalos, entre estos, las perlas más famosas de toda España. Y reconociendo su inteligencia, oía sus consejos y le concedía favores para que los cristianos pudieran mantener sus propios jueces y sacerdotes, sus ritos y templos: es decir, los convirtió en tributarios, casi en igualdad de derechos con los conquistadores.

Creó un Consejo de hombres sabios de ambos pueblos para discutir los problemas del reino, puso alcaldes y funcionarios al estilo visigodo y protegió las artes y las letras.

Dicen que fue una dama envidiosa de la reina –una española conversa– quien, aprovechándose de la tolerancia del rey con los vencidos, sembró dudas contra Aziz, acusándolo de haber dejado a Mahoma para servir en secreto a Cristo.

Cuando estas mentiras llegaron al más alto cargo, el mismo Soleimán decretó la muerte del emir. Lo terrible fue que obligó a cinco de sus íntimos amigos a llevar a cabo la sentencia, que lo lancearon y decapitaron mientras oraba en la mezquita.

Era el año 717 d.C. y con aquel crimen quedó cerrada una época de tolerancia religiosa y convivencia pacífica entre cristianos y mahometanos. Egilona reclamó su cuerpo, y se le permitió dejar Sevilla. Se refugió con los visigodos, que le tenían gran respeto; y nunca se supo cuándo murió ni dónde fue enterrada, pero los cantares rescataron esta historia de amor y tolerancia.

Sugerencias:

1) Buscar en Internet el poema de Arturo Reyes, y el de Francisco Pi y Arsuaga.

2) Leer el de la Cava Florinda, quien dio pie, al ser deshonrada por Rodrigo, a la invasión de los árabes.

* Escritora cordobesa. Contenido especial para revista Rumbos.

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