La grieta en las redes: ¿Quién se esconde detrás de la agresividad viralizada?

Escraches y tuits maliciosos Vs. debates genuinos. El efecto “posverdad” y la batalla que libran el narcisismo y la emocionalidad.

Con justa indignación, por venganza o malicia, todo el mundo usa las redes para opinar sobre personajes públicos, pero también sobre un vecino o una ex pareja.
Con justa indignación, por venganza o malicia, todo el mundo usa las redes para opinar sobre personajes públicos, pero también sobre un vecino o una ex pareja.

Hacia fines de 1894, el capitán del ejército francés Alfred Dreyfus fue humillado, degradado y condenado a reclusión perpetua en la Isla del Diablo bajo el cargo de alta traición. Se lo acusaba de ser espía y de haber entregado documentos secretos al gobierno alemán. Una trama de complicidades, una montaña de pruebas insostenibles y –sobre todo– la difamación por parte de un importante sector de la prensa habían construido el culpable perfecto: Dreyfus era judío y alsaciano y su condena era exactamente lo que una opinión pública antisemita y nacionalista esperaba escuchar.

Tras años de presidio y penurias, se encontró al verdadero culpable y fue tardíamente absuelto. Émile Zola fue decisivo para ello al usar el poder de la prensa con su famoso escrito “Yo Acuso”, movilizando al público esta vez en favor de Dreyfus.

“De eso se tata el efecto de posverdad: importan las creencias y los sentimientos más que los hechos objetivos.”

En el siglo XIX, cuando la idea de opinión pública definía solo al sector social instruido que leía diarios, la presión mediática fue clave para condenar a un inocente. Hoy, que el término incluye al vastísimo y heterogéneo conjunto conectado transversalmente por las redes sociales, el poder de las opiniones que circulan es enorme, al punto de escapar del control de quienes las inician.

Ya se refiera a una figura notoria, a una expareja o a un vecino. Sea con justa indignación, por venganza o malicia, por las redes todo el mundo puede opinar. Algunos lo hacen detrás de un nombre de fantasía, otros denuncian con su foto y apellido en la ilusión de que la viralización los saque de la indefensión del anonimato. Encuentran, además, un placer narcisista, un cierto sentimiento de poder al exponer en su propia plaza pública virtual de contactos y seguidores.

Posteos y tuits se vuelven resumidos manifiestos de lo mejor y lo peor, de causas genuinas y de pequeñas miserias.

“Lo que acelera la viralización no es la veracidad de la información, sino la intensidad de los afectos que moviliza.”

¿Por qué se toma por cierto lo que se dice en las redes sociales? Porque coincide con las emociones del lector. Lo que acelera la viralización no es la veracidad de la información, sino la intensidad de los afectos que moviliza. De esto se trata el efecto de posverdad: importan las creencias y los sentimientos más que los hechos objetivos.

Como fácilmente todo se vuelve personal, escasean el cambio de opiniones y la polémica racional, y abundan escraches, bloqueos y agresiones.

Las redes son el espacio virtual en el que habitan y circulan sueños, ideas y frustraciones individuales. Pero, también, en sus excesos, expresan la impotencia del ciudadano común para hacerse escuchar.

“En las redes sociales algunos encuentran un placer narcisista, cierto sentimiento de poder al exponer alguien en su propia ‘plaza pública virtual’ de contactos y seguidores.”

En ellas, se ejerce (hasta el abuso) el derecho a la libertad de expresión, en una suerte de caótica democracia directa que, a su vez, denuncia la crisis de nuestra democracia representativa. La agresión en las redes no es más que el reflejo del profundo malestar en nuestra cultura social y política.

El caso Dreyfus generó en la opinión pública francesa una profunda grieta, cuando aún no se usaba esa palabra. Si Dreyfus hubiera nacido en nuestros días, tal vez con otros reproches y acusaciones, su suerte no habría sido muy distinta.

* Médico psiquiatra y psicoanalista.phorvat@fibertel.com.ar Contenido exclusivo de revista Rumbos.

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