Reconversión vitícola: una gesta mal pagada

Viñateros cuyanos realizaron entre 1990 y 2010 una reconversión de viñedos espectacular, entendiendo por tal el cambio de variedad de vid implantada de aproximadamente 100.000 ha sobre un total de 210.000 actualmente en producción.

De mediados de los ‘70 a fin de los ‘80 se erradicaron 125.000 ha, más del tercio de lo existente, consecuencia de la crisis provocada por un modelo que solo atendía el mercado interno, saturado y decreciente.

En el ‘90 habían 37.000 ha de uvas tintas varietales (malbec, cabernet, merlot, bonarda, syrah) y hoy hay 100.000 y 40.000 de blancas.

Esto implicó arrancar y volver a plantar, introduciendo no solo nuevas variedades, sino nuevos sistemas de conducción (espalderos) y en muchos casos de riego (goteo). Palos nuevos, alambre nuevo, cepas nuevas y esperar tres o cuatro años para que produzcan.

Varios cientos de millones de dólares

Este trabajo y este dinero lo pusieron los viñateros de acá, casi en su totalidad. El único auxilio financiero fue el que proporcionó el Fondo de la Transformación a partir de 1995.

La inversión extranjera, que fue muy importante y significativa para la llamada segunda gran modernización de la vitivinicultura argentina (la otra ocurrió a fines del siglo XIX), se destinó en un 30% a las bodegas y el resto para comprar antiguas y tradicionales empresas (con todos sus activos incluidas las marcas y viñedos).

Esta inmensa transformación permitió que de exportar el 2% de la producción pasáramos a casi el 30%, de unos pocos millones a 1.000 millones de dólares.

La nuestra es una de las economías regionales que más creció y se modernizó en estos últimos 23 años.

Al principio de este proceso, entre el ‘96 y el 2000 los vinos tintos pasaron de valer 19,27 pesos (en el uno a uno) a $ 41,54 el hectolitro. Hoy esos mismos vinos (tomándolos como referencia de valor por ser los más significativas en volumen y precio) han bajado de $ 2,50 el litro a $ 2,10, en los últimos dos años, no obstante haber habido en ese lapso no menos de un 50% de inflación. El vino que en el ‘99 se pagaba 41 centavos de dólar, hoy se paga 30 centavos de dólar (tomando este a un valor intermedio de $ 7 la unidad).

Todo esto sin que haya disminuido ni el consumo interno ni el externo, aunque sí ha dejado de crecer, y sin que haya excedentes de ningún tipo.

En síntesis, la vitivinicultura argentina, realizó una exitosa transformación, que obviamente nació y se sustenta en la calidad de las uvas, proceso que llamamos de reconversión vitícola.

Hoy, uno de los artífices insustituibles de ese proceso está viendo disminuida su participación en la distribución de los ingresos que ayuda a generar -situación profundamente injusta-, tanto que pone en riesgo todo el sistema y su sustentabilidad, porque sin buenas vides y uvas no hay buenos vinos.

La gran concentración en la comercialización y los altísimos costos del monopólico transporte automotor se llevan la parte del león.

Es hora de premiar aquella gesta y sostenerla. Hay que distribuir mejor.

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