Por un uso racional y solidario del agua

En aquellas tardes de verano, no había mayor diversión que desplegar la manguera en el patio, abrir el surtidor y dejar correr el agua mientras jugábamos, barríamos y chayábamos. Seguíamos limpiando hasta salir a la vereda y luego regábamos la calle de tierra.

Pocas veces disminuía la presión del agua, ni siquiera en Dorrego donde vivía mi abuela.

Hoy con los primeros calores, en esa misma zona -por nombrar una de las más perjudicadas- se quedan sin servicio. Aunque a los niños de ahora ni se les ocurriría “derrochar” el agua como lo hacíamos a fines de los ‘70, principios de los ‘80.

No obstante, muchos adultos aún siguen con aquella vieja costumbre de arrastrar la basura del patio y veredas con el chorro de la manguera.

Quienes han empezado a tomar conciencia encaran estos menesteres durante la noche o bien temprano a la mañana. Pero hay quienes sin prestar atención a las recomendaciones “lavan” la vereda en pleno día.

Según el censo de 1980, casi 69% de la población residía en centros urbanos; mientras que los datos del censo 2010 refleja que 81% de la población de Mendoza vive en ese sector geográfico.

Nadie duda del crecimiento inmobiliario; donde por aquel entonces había campos que contaban con agua de riego, hoy hay casas y departamentos que se nutren de la red domiciliaria.

Y más allá de que las inversiones no han acompañado ese ritmo, hace siete años que las precipitaciones no alcanzan para salir de la emergencia hídrica.

En este contexto, sueño con que las obras se hagan, se cumpla con el mantenimiento y, por sobre todo, tomemos conciencia para hacer un uso racional y solidario del agua tal como lo hicieron nuestros ancestros, los huarpes.

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