Una guerra declarada entre Alberto y Cristina que pone en riesgo al país

El Presidente y su vice no se ponen de acuerdo sobre cómo procesar la derrota y desde el domingo la Argentina está paralizada.

Alberto Fernández habla, Cristina Kirchner mira hacia otro lado. Fue el domingo a la noche, cuando reconocieron la derrota en las PASO.
Alberto Fernández habla, Cristina Kirchner mira hacia otro lado. Fue el domingo a la noche, cuando reconocieron la derrota en las PASO.

En las últimas 48 horas, el país ha asistido a una peligrosa e irresponsable pulseada entre el Presidente y la Vicepresidenta en la que la victoria de cualquiera de los dos acerca las manos de ambos al fuego. Y nos pone a todos al borde del abismo, nuevamente.

La arriesgada y extorsiva jugada cristinista de hacer renunciar en bloque a parte de sus leales al Gabinete nacional, para forzar la salida de los “funcionarios que no funcionan”, ha desencadenado una guerra en el oficialismo con final impredecible.

Cada uno con su estilo, ayer los dos protagonistas rompieron el habitual silenzio stampa con el que se manejó el kirchnerismo en sus administraciones anteriores y dieron su versión pública de la pelea. Lejos de calmar, profundizaron la incertidumbre en un país cuyo hábitat es la incertidumbre.

Cristina Kirchner jugó a fondo, destemplada, acechada por una derrota que puso al oficialismo en un escenario impensado: nueve puntos abajo de Juntos por el Cambio en el país y algo más de cuatro en la provincia de Buenos Aires. La alianza opositora no perdió adhesiones desde la presidencial de 2019 y el oficialismo cayó 17 puntos. Alerta roja y estampida.

Lo deja en claro ella misma en la carta que difundió ayer. “El domingo pasado nos abandonaron 440.172 votos de aquellos que obtuvo Unidad Ciudadana en el año 2017 con nuestra candidatura al Senado de la Nación”, dijo refiriéndose a la derrota bonaerense y recordó que cuando Néstor Kirchner perdió en 2009 en ese territorio, aunque habían ganado el país, renunció a la presidencia del PJ y ella renovó su gabinete.

El culebrón del oficialismo, que a última hora de ayer era casi ruptura, ha tenido desde el miércoles a la siesta al borde de un ataque de nervios a los dirigentes peronistas de todo el país, que buscan respuestas a través de sus teléfonos al mismo tiempo que cambian canales nerviosamente en sus TV. Claro, el problema es que no es una de las novelas turcas de la tarde, son el presente y el futuro del país los que están en juego.

Lo mejor es que esto pase rápido, como sea. El Presidente debe salir fortalecido, aunque no sé cómo podría hacerlo. Si les acepta la renuncia no es bueno, si no las acepta se debilita. Es muy complejo”, analizó un peronista mendocino aún perplejo por la situación y que pronto, en este contexto, deberá salir a la calle nuevamente a hacer campaña. Ayer a la tarde, no sabía en nombre de quien.

La crisis política desatada por esa decisión al interior del oficialismo es más grave que la que el mismo kirchnerismo vivió el 17 de julio de 2008, cuando el entonces vicepresidente Julio Cobos decidió con su “voto no positivo” mandar al archivo el proyecto de retenciones a las exportaciones.

Al fin de cuentas, Cobos era un socio minoritario que podía ser fácilmente eludido y condenado el resto del mandato a la indiferencia.

Ahora, nuevamente un aliado de escaso peso previo se retoba a los deseos de Cristina. No la contradice, pero no los ejecuta en los tiempos que ella quisiera. La diferencia es que ese socio no es vice sino presidente y es más difícil pasarlo por alto. No tiene el poder real, pero sí la lapicera.

¿Y ahora qué?

Un audio de una diputada kirchnerista, Fernanda Vallejos, que descalifica al Presidente como lo suelen hacer los opositores más fanatizados en las redes sociales, fue el preludio ayer a la mañana de lo que se venía. Trata a Fernández de “ocupa”, “mequetrefe” e “inquilino”. “La que lo sentó ahí es Cristina”, sentencia.

Está claro que es lo que piensa la vice. Otra vez, su carta lo corrobora: “Cuando tomé la decisión, y lo hago en la primera persona del singular porque fue realmente así, de proponer a Alberto Fernández como candidato a presidente de todos los argentinos y las argentinas, lo hice con la convicción de que era lo mejor para mi Patria. Sólo le pido al Presidente que honre aquella decisión”. Otras palabras, el mismo concepto que la diputada Vallejos.

Aún aturdido y acorralado, Fernández desoyó lo que muchos en el peronismo, que quieren pero no se animan a despegarse del cristikirchnerismo, le susurraban al oído: que acepte las renuncias de esa decena de funcionarios y ponga allí a leales.

Eso sería romper con la accionista mayoritaria del Frente de Todos, la “dueña” de gran parte de los votos y de las bancas del oficialismo en el Congreso. Y lo obligaría a negociar con Juntos por el Cambio cada artículo de cada ley durante los próximos dos años. La coalición opositora, por las dudas, ya avisó que no está dispuesta a ser parte de un cogobierno.

Es cierto, el Presidente hizo lo suyo antes. El lunes, con las heridas de la derrota en carne viva, llegó a la Casa Rosada con su pareja, Fabiola Yáñez, la homenajeada en el cumpleaños durante la cuarentena que se volvió viral y que muchos ven como una de las razones de la derrota. Luego, se mostró en dos actos oficiales con los ministros que más enfurecen a su vice.

Ayer, por Twitter, Fernández salió a marcar la cancha y recordar que él detenta la conducción del Estado: “La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”.

El Presidente también hizo una jugada para poner nervioso al otro bando: desde el Gobierno hicieron trascender que había aceptado la renuncia del ministro del Interior, Wado de Pedro. Fue a las 13.30. Lo que en principio era un hecho, al rato se transformó en una decisión tomada pero aún no consumada. Y exactamente 45 minutos después fue desmentida.

“El Presidente no ha aceptado ninguna renuncia de las presentadas”, dijo Vilma Ibarra. Ya habían podido medir las repercusiones internas.

De Pedro no sólo es la figura más encumbrada del cristinismo en el gabinete por el cargo que ocupa (u ocupaba). También es, de todos los fundadores de La Cámpora, salvo su hijo obviamente, el preferido de la Vicepresidenta.

Fernández dijo que se tomará su tiempo para decidir y en una charla con el periodista Mario Wainfeld, de Página 12, reveló que en su última charla con Cristina, el martes a la tarde, habló del cambio de gabinete: “Lo charlamos, acordamos nombres. Eso sigue en pie. No entiendo para qué se apuraron”.

Había una diferencia entre ellos. Según Cristina, ella quería como jefe de Gabinete a Juan Manzur, gobernador de Tucumán, y el Presidente a De Pedro, el primero que puso a disposición su renuncia el miércoles a través de los medios y sin avisarle. Anoche, se insistía en que estaba más afuera que adentro del Gobierno.

Fernández había decidido no decidir y lo ratificó en esa charla con Página 12: “Con presiones, no me van a obligar”. Pero eso fue antes de la carta de Cristina, que puso más que nunca en duda la autoridad presidencial. Ahora, está obligado a tomar una decisión, aunque duela. A él o a ella. Porque mientras el oficialismo no se pone de acuerdo sobre cómo procesar su derrota, la Argentina está paralizada.

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