Las barcos en los que naufraga Alberto Fernández

El presidente argentino debería autoimponerse la obligación de no seguir pronunciando el nombre de los otros países y de sus mandatarios en vano para no seguir armando escandaletes internacionales innecesarios.

Presidente Alberto Fernández
Presidente Alberto Fernández

La Argentina ha tenido políticas internacionales pragmáticas y políticas internacionales ideologizadas, pero esta es la primera vez que tiene una política exterior que no es nada, o en todo caso si es algo, es un desastre con todas las letras.

Con Menem se impusieron las políticas carnales con los Estados Unidos de Bush y con los Kirchner se partió de un realismo razonable pero al final se instaló un bolivarianismo creciente que primero se subordinó a Hugo Chávez y luego pretendió sustituirlo en su supuesto liderazgo sudamericano, apoyando “linduras” como el repulsivo pacto con Irán.

Alberto Fernández no va ni para un lado ni para el otro, sino que va para ningún lado. Ya al principio se incorporó como el único presidente en ejercicio perteneciente al Grupo de Puebla, un conjunto de expresidentes o aspirantes populistas jubilados o aún no asumidos, o en espera del retorno y desde allí no dejó de actuar como un chiquilín en una estudiantina, olvidando el cargo trascendente en el que estaba por elección popular.

Luego, en un rapto de descuidado independientismo, asumió una posición enteramente propia (de él y de su improvisado canciller Felipe Solá) cuando adhirió al informe Bachelet sobre las características dictatoriales con delitos de lesa humanidad del régimen venezolano conducido por Maduro y Diosdado Cabello. Fue la única vez que pareció definir una política internacional sensata. Pero a partir de ese “exceso” de sensatez fue acosado por el cristinismo duro hasta que luego de incontables ataques terminó admitiendo que los derechos humanos habían vuelto a ser aplicados en Venezuela, con la cual indultó al régimen de todos sus delitos, y volvió a ser su aliado estratégico, como siempre quiso Cristina.

Fracasado en su único intento de imponer una política exterior definida por él mismo, desde allí se dedicó a divagar más como un comentador que como un presidente, criticando a los primeros mandatarios de muchos países del mundo, olvidando su dignidad institucional, según le pareciera a su limitado poder sin calcular las inevitables consecuencias para el país y para su propia investidura.

El ejemplo más patético lo dio con sus constantes críticas a los más diversos países cuando, con puntero en mano y pizarrón a la vista, se convirtió en una especie de general televisivo por lo que todas las semanas explicaba los supuestos logros de la Argentina en sus primeras luchas contra el coronavirus. Como si fuera un campeonato deportivo o una contienda bélica, explicaba que estábamos ganando y lapidaba sin ninguna contemplación a todos los países que según él estaban perdiendo por no aplicar la receta argentina, generalmente con datos falseados que eran rebatidos uno por uno por los países cuestionados. Desde Chile a Suecia, no perdió oportunidad de explicar las ventajas del modelo argentino contra la pandemia que hoy se encuentra entre los más fracasados del mundo, casi como una moraleja a tanta soberbia imprudente.

Salvo con Venezuela donde se subordinó a lo que le ordenó el ala dura del cristinismo, cuando pudo se metió a opinar sobre cuestiones internas de otros países, como con Ecuador donde criticó a su presidente para apoyar al aspirante a sucederlo que a la postre terminó perdiendo, o como con Uruguay a cuyo primer mandatario le insinuó que si no le gustaba lo que proponía la Argentina, que se bajara del barco del Mercosur, aunque los demás países compartían postura con el uruguayo, por lo que el que se tendría que bajar del barco es Fernández.

Pero hablando de barcos, ahora se subió a otro delirio. Citando una canción popular de los 80 de Litto Nebbia afirmó en un acto institucional con el presidente de España que los mexicanos vienen de los indios, los brasileños de la selva y los argentinos de los barcos, armando otro lío internacional de envergadura simplemente por hablar de más, o más bien por hablar al cuete, como hace todo aquel que sin tener la menor capacidad de decisión propia tiene permitido decir lo que se le parezca total se supone que su parla no tiene consecuencias. Pero ocurre que aunque sea de modo cada vez más formal y más vacío, Alberto Fernández sigue siendo el presidente nominal de la Argentina y sus palabras tienen efectos aunque él no lo sepa o no le interese saberlo al haber aceptado su destino de subordinado al poder real que claramente él no ejerce.

Una cosa es la letra de una canción, de una poesía, o una metáfora literaria, pero otra muy distinta es incorporar sin matices dichas frases en un acto institucional donde se habla de otros países de modo que se pueda disgustar a los mismos, o incluso del propio país donde se pueda ser injusto con las distintas y múltiples proveniencias u orígenes de la sociedad argentina, discriminando aunque esa no haya sido la intención.

Lamentablemente no tiene un canciller que lo pueda asesorar sobre el buen trato internacional porque Felipe Solá tiene menos idea que él. Semejan dos aldeanos recién venidos a la ciudad que no conocen no solo las calles sino la dirección de las mismas y por eso marchan casi siempre a contramano.

Debería autoimponerse el presidente argentino la obligación de no seguir pronunciando el nombre de los otros países y de sus presidentes en vano para no seguir armando escandaletes internacionales con tonterías que provienen más de su desubicación y desconocimiento que de cualquier razón ideológica, aunque a veces la ideología se suma a tantos estropicios.

Por ende, lo único que le falta a este cóctel de tonterías banales en que hemos convertido nuestra política exterior es el realismo y el pragmatismo que hagan defender los intereses nacionales por encima de cualquier otra cosa. La política internacional fernandiana solaniana consiste en defender cualquier cosa menos el interés nacional. Y lo peor es que ni siquiera se dan cuenta de lo que hacen.

En pocas palabras, estamos en problemas.

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