La rebelión pequeñita de Suárez, para quedar justo en el medio de Cornejo y Fernández

El Gobernador obedeció el DNU del Presidente, pero de acuerdo a la interpretación de sus juristas. Así, su espíritu conciliador pudo más que las voces que le pedían romper con la Nación.

El gobernador Rodolfo Suárez, al anunciar el lunes que Mendoza no vuelve a Fase 1 del aislamiento.
El gobernador Rodolfo Suárez, al anunciar el lunes que Mendoza no vuelve a Fase 1 del aislamiento.

A diferencia de su antecesor Alfredo Cornejo, al gobernador Rodolfo Suárez le encantan los consensos porque coinciden con su espíritu conciliador. Cornejo era un ferviente propulsor de la gestión concreta realizada por su propia tropa aún en contra de las tropas ajenas, porque veía al consenso como una abstracción de improbable realización y a la pelea como la lógica más connatural a la política. No obstante, urgido por las circunstancias, intentó el consenso una vez porque necesitaba dos tercios para reformar la Constitución provincial y lograr su reelección.

Puso a operar al mejor cuadro político que tiene el radicalismo para eso, el ya legendario Juan Carlos Jaliff, quien hizo una labor impecable y logró el compromiso de los intendentes, los caudillos locales del justicialismo, para conseguir la gesta. Pero, a pesar de que a lo largo de todo el proceso los caciques lo entusiasmaron con un sí, en el momento de la decisión final le dieron un rotundo no. Desde allí Cornejo entendió que había que gobernar con lo que tenía, imponiendo la fuerza de la mayoría sino se la pasaría en amagues y no concretaría nada.

Por supuesto, la oposición culpó al estillo caudillesco y personalista de Cornejo el no lograr acuerdos. Tenían razón en la primer parte, en el carácter de Cornejo, pero no en la segunda, porque fuera como fuera jamás le hubieran dado ningún consenso solicitado.

Al principio, Suárez un poco se ilusionó con su carácter tan distinto al de su antecesor. Él no era conciliador por necesidad como Cornejo, sino que en toda su vida política fue así y eso lo había llevado nada menos que al sillón de San Martín.

Además, desde los primeros momentos aparecieron los cantos de sirena de la oposición justicialista. Le dijeron al flamante gobernador: vos sos bueno y Cornejo es malo, si te separás de él o criticás su estilo, nosotros te vamos a apoyar.

Suárez no les hizo caso en separarse de Cornejo o en criticarlo porque no es ni ingenuo ni tonto para caer en una trampa tan elemental, pero sí creyó que él podría lograr consensos mayores que Cornejo debido a que su estilo iba en ese camino. Lo intentó con el tema minero y al principio le fue bien, acordó con Alberto Fernández y por ende con el peronismo provincial siempre obediente del nacional. Pero una pueblada lo hizo cambiar de opinión y el consenso voló por los aires.

Otra vez intentó consensos por la ley de educación con todos los sectores implicados, les pidió que cambiaran todo lo que querían el borrador enviado pero le dieron una cachetada en la mejilla que puso, porque los sindicatos del sector no querían acordar nada de nada con el gobierno, ni siquiera si ellos escribieran entero el proyecto de ley. Acá un par de movilizaciones bastaron para bajar el proyecto. Algo peligroso porque al ser la segunda vez que el gobernador baja una ley por una movilización popular, corre el riesgo de que de ahora en adelante se las hagan siempre.

Sin embargo el hombre insiste, ahora quiere una reforma constitucional y el justicialismo otra vez le hace ojitos como diciendo, en una de esas esta vez te apoyamos. Pero eso no será posible, no podrá serlo nunca salvo que desde la Nación le ordenaran apoyarlo porque el justicialismo local no tiene un líder al cual todos obedezcan y entonces no existe posibilidad alguna de ningún acuerdo. Cuando un partido de la oposicion no tiene líder, la facción que suma más puntos sobre la otra es quien más ataca al oficialismo, y el que acuerda es visto como un traidor.

Por eso, quizá, a pesar de su carácter conciliatorio, a Suárez le convenga olvidarse un poco de los consensos, hoy por hoy inviables en una Mendoza con escasos liderazgos políticos, y dedicarse a aprovechar la mayoría legislativa que posee, con la que puede obtener bastantes leyes siempre y cuando no se deje apretar por las movilizaciones que seguro le harán cada vez que puedan. El consensuador deberá dejar paso al gestor, porque sino quedará como el gobernador que tuvo todas las mejores intenciones pero ninguna de las concreciones.

De Cornejo a Fernández

Sin embargo, así como no le puede ir bien a Suárez en la búsqueda de consenso en una provincia políticamente fracturada en su oposición, su carácter sí lo está beneficiando en lo que se trata de las conciliaciones, de ponerse en el justo medio. Con habilidad ha logrado diferenciarse de Cornejo sin que éste pueda criticarle nada y ha logrado acercarse a Alberto Fernández sin que nadie lo vea como un radical que entregó sus banderas por necesidades de cash.

Fernández, sin dejar de ser amable con él, no lo es tanto como lo es con los gobernadores suyos, porque es un presidente muy partidocrático. Por eso lo dejó solo en el tema de Portezuelo del Viento aunque por ahora no le quitó el dinero (el día que lo haga, definitivamente habrá traicionado a Suárez y a Mendoza como ya lo hizo con Larreta y la Capital) y enfatizó en lo mal que andaba Mendoza con el coronavirus minimizando incluso a otras provincias que andaban igual o peor. Incluso intentó una picardía mayor con la cual perjudicar no solo a Suárez sino al interior del país.

Como su estrategia contra el virus se está demostrando cada vez más inefectiva al haberle pedido a los argentinos infinitos sacrificios económicos por seis meses para lograr iguales o peores resultados que los países que les pidieron muchos menos esfuerzos a sus ciudadanos, ahora quiere compartir sus propias culpas con todo el resto del espectro político.

Por eso ahora que la pandemia avanza por el interior del país, Fernández quiere que todos hagan lo que hizo él: considerar a la cuarentena estricta como el único remedio existente (así lo dijo, textualmente). Cuando en realidad la cuarentena no es remedio alguno sino sólo un tiempo para ganar mientras se prepara otro tipo de artillería antivirósica. Una artillería que Argentina no preparó, quizá porque carece de ella, pero a la vez por una concepción ideológica por la cual la cuarentena es nacional y popular y los que la critican son anticuarentenas defensores de la muerte (así lo dicen textualmente los intelectuales K).

Conocedor de todo esto, Suárez aplicó esta vez todo su estilo conciliador y no es que le haya dicho que no a Fernández, sino que sostuvo una interpretación más laxa, más flexible del DNU presidencial que ordenaba reforzar la cuarentena en el interior. Obedeció pero de acuerdo a la interpretación de sus juristas más que a las disposiciones literales del DNU. Fue una rebelión pequeñita, pero en un país con políticos tan obsecuentes, lo suyo trascendió en todos los medios del país como un No rotundo, una desobediencia plena a la desmesura presidencial. Las noticias lo hicieron más heroico de lo que realmente fue la decisión. Si Fernández juzga a Suárez por lo que dicen los diarios de su decisión, posiblemente se enoje con él, pero si Suárez le explica lo que realmente hizo, no se podrá enojar.

Así, en ese equilibrio inestable pasa la pandemia nuestro gobernador tratando de encontrar la punta del ovillo que le permita definir con claridad los rumbos a seguir en lo mucho que le queda de gestión. Hasta ahora no le fue bien como consensualista pero le va bien como conciliador. Y está por verse cómo será con la gestión. El futuro todavía es todo suyo, pero hay que apurarse porque en Argentina todo envejece muy rápidamente.

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