La intolerancia, la desinformación y la polarización minan las libertades

La pluralidad de la oferta informativa permite a las audiencias optar por uno u otro medio, premiando y castigando de ese modo eventuales desvíos o una desconexión con sus necesidades y demandas.

El periodismo nutre el corazón que mantiene vivo el proyecto común. / Gentileza
El periodismo nutre el corazón que mantiene vivo el proyecto común. / Gentileza

“Si uno quiere arrancarle el corazón a la democracia, hay que perseguir los hechos”. La frase es de Maria Ressa, la periodista filipina galardonada con el Nobel de la Paz 2021. Después de 86 años, el premio destacó la relevancia de la libertad de prensa en nuestras sociedades.

La distinción llega en medio de una pandemia que demandó a la humanidad, en una primera instancia, el reconocimiento de la gravedad de la amenaza. Y luego la coordinación de esfuerzos para ajustar comportamientos y desarrollar una estrategia de contención a través de la vacunación. La información y la libertad para intercambiar opiniones fueron, y siguen siendo, insumos imprescindibles para que el mundo enfrente el flagelo.

La intolerancia, la desinformación y la polarización minan las libertades. Todo esquema de convivencia libre y armónica requiere un consenso sobre nuestra capacidad para percibir y distinguir aspectos básicos de la realidad, una agenda mínima de cuestiones sobre las que debemos acordar posiciones y el respeto por el diálogo para dirimir diferencias. La prensa es una herramienta indispensable de la ciudadanía para participar en ese proceso.

Hoy la Argentina atraviesa una etapa de extraordinaria aceleración histórica, con un horizonte cargado de incertidumbre. En esos contextos debemos redoblar los esfuerzos para preservar el vigor de los mecanismos de debate y resolución de conflictos con que cuenta una sociedad y evitar así caer en el precipicio que nos lleva al autoritarismo y al colapso de nuestro proyecto colectivo.

Por ese motivo corresponde alertar, con particular énfasis, sobre los atropellos y las descalificaciones que alteran la libertad necesaria para ejercer adecuadamente el oficio periodístico.

La velada amenaza en Twitter del ministro de Seguridad de la Nación contra el dibujante Nik, con una alusión implícita a sus hijas, fue una muestra del desequilibrio de poder entre el Estado y uno de sus ciudadanos, que eventualmente manifiesta una crítica. Hubo referentes de la coalición gobernante que rechazaron esa acción, pero no lo hizo el Presidente de la Nación.

Tampoco contribuyen al cuidado del clima democrático declaraciones que intentan deslegitimar el rol de la prensa. “Los argentinos merecerían mejores medios, que no los amarguen tanto”, dijo la vicepresidenta Cristina Kirchner en un acto al que no se había permitido el ingreso a los medios privados. El periodismo argentino es reconocido internacionalmente por su calidad, su vigor y su diversidad. La pluralidad de la oferta informativa permite a las audiencias optar por uno u otro medio, premiando y castigando de ese modo eventuales desvíos o una desconexión con sus necesidades o demandas. El público no requiere una tutela o una prescripción gubernamental, con observatorios inhibitorios o normativas asfixiantes, que terminan afectando la posibilidad de que la prensa refleje la forma en que los gobernantes administran los intereses de todos.

Graves declaraciones de funcionarios públicos se multiplicaron en el último semestre. El intendente Mario Ishii, de José C. Paz, en el conurbano bonaerense, vaticinó un “levantamiento del pueblo” contra los medios, seguido por aplausos del presidente de la Nación desde un palco, en un acto público. El diputado nacional Máximo Kirchner, al referirse al atentado con un arma de fuego sufrido por el diputado correntino Miguel Arias, afirmó que el periodismo  genera “el caldo de cultivo para este tipo de actitudes”. Meses atrás, el entonces jefe de Gabinete de la provincia de Buenos Aires, Carlos Bianco, en alusión a la pandemia dijo que “la oposición y los medios influyeron en la cantidad de muertes”.

La semana pasada se presentaron los resultados 2021 del Índice de Chapultepec, barómetro de la Sociedad Interamericana de Prensa que mide, apoyado en criterios homogéneos y con la opinión de especialistas, los niveles de libertad de prensa en el continente americano. La Argentina presentó una caída pronunciada en relación con la anterior edición del mismo monitoreo, con resultados a mayo de 2020.

Uno de los factores que inciden en este deterioro del nivel de libertad de prensa es el incremento del acoso judicial a periodistas. El caso de Daniel Santoro se convirtió en un paradigma de la persecución de ciertos sectores del Poder Judicial contra el periodismo de investigación. Decisiones de cámaras de apelaciones que revocan procesamientos son desoídas con nuevos procesamientos de jueces de primera instancia, sin que aparezcan elementos probatorios distintos a los que habían sido descartados. Esta reedición de la amenaza original actúa como una espada de Damocles que vuelve a colocarse sobre la cabeza de quienes se atrevan a investigar la corrupción.

Como sabemos, la pandemia y la gestión de sus consecuencias han dejado lastimada a una sociedad que previamente se apoyaba sobre una frágil estructura económica e institucional. Para los medios, como para otros sectores, los últimos dos años equivalieron a un lustro o más en la aceleración de ciertos procesos. Uno de ellos es el de la migración de ingresos publicitarios hacia las plataformas digitales. Adepa, junto a entidades nacionales que van desde Canadá y Estados Unidos hasta el extremo austral del continente y asociaciones internacionales como la Sociedad Interamericana de Prensa y Asociación Mundial de Editores, reclamó públicamente un reconocimiento justo a sus derechos de autor por parte de los gigantes digitales, que lucran con los contenidos que genera el periodismo. Los medios pierden combustible imprescindible para funcionar debidamente en el momento en que las sociedades más los necesitan, ante la contaminación de las noticias falsas, el crecimiento del autoritarismo y la fragmentación social que se ve acentuada por las burbujas informativas.

Los Estados nacionales de las democracias desarrolladas han apoyado decididamente a sus medios de comunicación en esta etapa de fragilidad. Las más recientes cifras públicas de la distribución de la publicidad estatal nacional, correspondientes al segundo año de gobierno de Alberto Fernández, exhiben desproporciones que, en ciertos casos, no se condicen con criterios objetivos como los niveles de audiencia, que subestiman a determinados medios o que relegan al periodismo del interior. Resulta necesario lograr equilibrios en ese aspecto, como también recomponer un volumen que hoy es sustancialmente inferior al promedio de las últimas dos décadas, precisamente en un momento en que esta disminución se convierte en un acelerador procíclico de la crisis del sector.

Volviendo a la metáfora cardíaca de Maria Ressa, los argentinos debemos cuidar ese órgano vital de nuestra democracia, hoy afectado por un proceso de arritmia ante la nueva crisis que experimentamos. Nuestra nación, como cualquier otra que aspire a vivir en libertad, debe reconocer los hechos y problemas fundamentales sobre los que debe decidir, debatir posibles soluciones, arribar a consensos y, finalmente, trazar un rumbo. El periodismo nutre el corazón que mantiene vivo el proyecto común.

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