“Futbolítica” o el papel del fútbol en la política

Nunca el fútbol estuvo distante del abrazo del oso de las apetencias políticas. Sobran los ejemplos para confirmarlo y para evitar que una venda ingenua distraiga las prevenciones de las sociedades atentas.

Imagen icónica del Mundial '78, con Daniel Pasarella (Télam)
Imagen icónica del Mundial '78, con Daniel Pasarella (Télam)

Con una pluma solvente (capaz de escribir que cada cuatro años el Mundial se abre como una “marmita de infancia recobrada con olor a Panini, magdalena de Proust en barrio obrero y plaza de pueblo”, pese al cenizo sermón que lo rechaza como al opio que atonta y el circo que distrae), el escritor Pablo Cerdá acaba de recordar en el diario El País, de España, que siempre existió la “futbolítica”. Que siempre el fútbol tuvo un papel en el teatro de los sueños que es la política.

Más aun, cita la idea atribuida al historiador marxista Eric Hobsbawm, según la cual el fútbol pudo ser una religión laica, con sus iglesias de distintas congregaciones, sus catedrales majestuosas, sus misas monumentales y su feligresía fanatizada.

Sin embargo, la política se adueñó de la pelota. Los ejemplos históricos abundan. Ahí están los festejos de la selección italiana vestida con el uniforme fascista, en 1934; los jugadores ingleses obligados a hacer el saludo nazi en Berlín, en la previa de Francia 1938; el triste final del húngaro Ferenc Puskas tras la derrota que humilló al “fútbol socialista” en Suiza, 1954.

Hay ejemplos más contundentes y cercanos: las preparatorias del Mundial 1974 que vaciaron en Chile el Estadio Nacional, el mismo que usó para sus matanzas el dictador Augusto Pinochet. En ese campeonato se enfrentaron por primera y última vez las dos selecciones de la Alemania dividida.

Maradona contra Inglaterra, en el inolvidable Mundial de México 1986.
Maradona contra Inglaterra, en el inolvidable Mundial de México 1986.

Y, por cierto, el Mundial de 1978 en Argentina, cuya final se jugó a pocas cuadras de distancia del centro clandestino de detención que la dictadura tenía en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, la tristemente célebre Esma. O la revancha apenas simbólica de Diego Maradona contra Inglaterra, en 1986; o la muerte en manos de sicarios del defensor Andrés Escobar. Cuando toda la política en Colombia estaba ahorcada por el narcotráfico.

En cualquier caso, sugiere Cerdá, la “mirada almibarada sobre el Mundial, un entusiasmo naif que exige vendarse los ojos siendo adulto”, es algo que conviene evitar para no despertarse luego en la madrugada oscura de los peores disgustos.

Hace apenas cuatro años, el mundo entero celebraba la modernización de Moscú a los pies de Vladimir Putin. En primera fila estaba la misma Europa que hoy asocia, con sobrados motivos, la figura del autócrata ruso con los nacionalismos expansionistas de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, en Qatar, nadie quiere acordarse de Putin. Ni la Cancillería argentina, que le ofreció nuestro país como felpudo cuando ya los tanques rusos gruñían impacientes en la frontera con Ucrania.

Tampoco parece conmoverse esta vez la feligresía del fútbol con los derechos humanos postergados por el régimen catarí, al cual el progresismo le hace precio con un discurso acomodaticio sobre la relatividad cultural. El periodista Alejo Schapire lo explicó dias atrás: “Hay un superpoder para ser impermeable al legítimo cuestionamiento y convertir a la crítica en una patología racista. Basta con agregar el sufijo fobia”. Qatarfobia, por ejemplo.

Gianni Infantino, presidente de la FIFA.
Gianni Infantino, presidente de la FIFA.

Schapire compara con singular agudeza este atajo para evitar la crítica con la perspicacia demostrada por el Partido Comunista Chino, que también entendió lo interesante de la Critical Racial Theory y su foucaultiano “el racismo es prejuicio más poder”.

“Y como el poder es del patriarcado blanco, el único racismo y sexismo viene de este. Si lo hace otro, es mera consecuencia del imperialismo occidental”.

Tras el discurso inicial del presidente de la Fifa, Gianni Infantino, Schapire lo fustigó sin vacilaciones: “Infantino entendió perfectamente y utiliza el chantaje identitario progresista. No pueden criticar a Qatar porque los blancos sometieron a los oscuros tres mil años. Con estos discursos, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre se convierte en papel mojado”.

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