La abuela de Agostina Trigo: “Me privaron de darle un último beso; nadie nos dejó verla porque estaba desfigurada”

A tres meses del aberrante femicidio en San Martín, Los Andes tuvo una charla cara a cara con Gladys Domínguez. “Ella me da la paz que necesito para que no me torturen los pensamientos de cómo habrá sufrido”, admite entre llantos.

Gladys lleva el dolor en sus ojos ya sin brillo. "¡¿Tanto daño le iba a hacer?! ¿Con qué necesidad?”, se pregunta desde hace tres meses. Foto: José Gutiérrez / Los Andes
Gladys lleva el dolor en sus ojos ya sin brillo. "¡¿Tanto daño le iba a hacer?! ¿Con qué necesidad?”, se pregunta desde hace tres meses. Foto: José Gutiérrez / Los Andes

Devastada por el dolor y con la tristeza espejada en la mirada, Gladys Domínguez, la abuela de Agostina Trigo, abrió las puertas de su casa en San Martín a tres meses del brutal femicidio que conmocionó a Mendoza y que hizo eco en el país. En una cálida recibida, la mujer que crió a la joven de 22 años desde que nació, contó cómo es volver a ser madre de un pequeño de 4 años y pidió que se haga justicia. Por el crimen detuvieron a Diego Caballero (35), pero las pruebas apuntan a que no fue el único autor.

“Me privaron de darle un beso porque la destrozaron. Nadie nos dejó verla porque estaba desfigurada. Nos entregaron el cajón sellado. Yo la habría querido ver, por lo menos para saber si era ella, y darle un último beso”, es lo primero que confiesa Gladys con los ojos llenos de lágrimas mientras luce una remera que tiene impresa la última foto que le sacaron a su nieta.

Sin embargo, se trata de la segunda pérdida trágica que atraviesa la familia. Hace 10 años, un hermanito de Agostina falleció ahogado con sólo 4 años y ella, que en ese entonces tenía 12, fue testigo de esa secuencia fatal. “Agostina no pudo superar la muerte del hermano”, agrega Fernanda, la hija más chica de la mujer, que la acompaña en la charla con Los Andes.

A partir de ese momento, Agostina tuvo una adolescencia complicada, sumergida en una depresión que la llevó a tener múltiples crisis, con internaciones incluidas. A los 18 años se fue a vivir a San Luis para cambiar de aire. Allí se enamoró y quedó embarazada, pero las diferencias con su pareja hicieron que la relación se terminara, por lo que decidió volver y criar al pequeño en San Martín.

Gladys y su hija más chica, quien se tatuó el último posteo de Agostina: "Si algún día salgo y no vuelvo, búsquenme. Yo jamás dejaría a mi hijo". Foto: José Gutiérrez / Los Andes
Gladys y su hija más chica, quien se tatuó el último posteo de Agostina: "Si algún día salgo y no vuelvo, búsquenme. Yo jamás dejaría a mi hijo". Foto: José Gutiérrez / Los Andes

Gladys ahora tiene la custodia completa de ese niño, por lo que a sus 60 años ha vuelto a convertirse en madre, aunque le asusta la idea de creer que en unos años no podrá continuar con esa misión. “Yo siempre le decía a Agostina que no quería que el nene se apegara mucho a mí porque yo ya estoy grande y no quiero que sufra cuando yo me vaya... Y fue todo al revés”, expresa con la voz temblorosa previo a romper en llanto.

“Él es mi vida. Es por lo que sigo y por lo que me levanto cada día para pedir justicia. Porque si me dejo llevar por la tristeza no me levanto más y ¿quién va a seguir pidiendo que paguen por lo que le hicieron a mi nieta? Hasta que Dios me dé vida yo voy a seguir pidiendo justicia por ella”, asegura Gladys. “Sé que ella habría hecho lo mismo por mí”, agrega, reflejando la gran conexión tenían.

“Se fue a volar con los pajaritos”

Contarle al pequeño lo que le había sucedido a su madre fue lo que tuvo en vilo a la familia tras el femicidio ya que dar una noticia así no es fácil. “Antes de decirle lo que estaba pasando, lo consulté con los psicólogos y ellos me dijeron que le dijera la verdad a través de un cuento. Le dije que su mamá se tenía que ir y que ahora se iba a volar con los pajaritos”, relata Gladys sobre el duro momento de justificarle al niño sobre la ausencia de su mamá.

No obstante, para sorpresa de todos, el nene de Agostina le contestó: “Vos vas a ser mi mamá ahora y yo voy a ser tu ‘pollito’”, en referencia al apodo con el que lo nombraba su madre.

“Ella era una madraza y ese niño era la razón de vivir de Agostina. Siempre le dio lo mejor y yo quiero que él siempre sepa que su mamá lo amaba”, asegura la amorosa mujer.

“Voy y vuelvo, abuela”

El domingo 3 de julio pasado, cuando desapareció Agostina, estaban todos festejando el bautismo y el cuarto cumpleaños de su hijito. “Hicimos un almuerzo y para la tarde alquilamos un castillo inflable para que jugaran los niños. Pasamos un día hermoso”, relata la abuela, recordando a flor de piel cómo fueron las últimas horas de su nieta.

Pasadas las 20, Gladys vio a Agostina cambiándose y le pidió que no fuera a Buen Orden porque ya era tarde y podía ser peligroso. Esa corazonada la tuvo porque horas antes había escuchado ese audio que jamás va a olvidar. “El atorrante este le decía que fuera, que se iba a ir de viaje porque era camionero y para que ella comenzara el día lunes a trabajar. Como ella quería ese trabajo porque le habían ofrecido un buen sueldo, entonces él le insistía que fuera, aunque sea un ratito, para que conociera al nene que tenía que cuidar”, recuerda Gladys.

A pesar del pedido de la abuela, la joven se dispuso a ir para empezar a trabajar como niñera, ilusionada de obtener un buen sueldo para darle una mejor calidad de vida a su hijo. Entonces se puso la campera y, cuando estaba saliendo, le dijo a Gladys: “Voy y vuelvo, abuela”.

Gladys la esperó. Pero la espera se hizo larga y el silencio de la joven hizo que pasadas las 18 del lunes denunciara desesperada la desaparición de su nieta. A los dos días le notificaron la peor noticia que una madre y abuela podría escuchar: Agostina había sido hallada asesinada en un galpón desolado, abandonado en el medio de la nada.

Galpón donde fue hallado el cuerpo de Agostina Trigo en Buen Orden, San Martin. Foto: Claudio Gutierrez / Los Andes
Galpón donde fue hallado el cuerpo de Agostina Trigo en Buen Orden, San Martin. Foto: Claudio Gutierrez / Los Andes

Gladys fue trasladada en un móvil hasta ese descampado en el carril Robert para reconocer a su nieta. Sin embargo, profesionales del Cuerpo Médico Forense le pidieron que identificara las prendas pero no el cadáver debido a que la muchacha estaba completamente desfigurada. “Era su ropa, estaba todo lo que se había puesto cuando se fue. Todo lleno de sangre”, rememora la abuela entre sollozos que contagian.

“Cuatro puñaladas, violada por la vagina y el ano. Y como no la alcanzó a matar con eso le reventó la cabeza con un ladrillo. Esa fue la muerte terrible que tuvo. Y de la cintura para abajo, toda pinchada con arma blanca y las piernas todas lastimadas. Dios mío ¡¿tanto daño le iba a hacer?! ¿Con qué necesidad?”, describe Gladys pensando en cómo sufrió Agostina.

“Me dijeron que jamás habían visto una muerte tan terrible así”, detalla con angustia.

Gladys Domínguez, abuela de Agostina Trigo. Foto: José Gutiérrez / Los Andes
Gladys Domínguez, abuela de Agostina Trigo. Foto: José Gutiérrez / Los Andes

Más involucrados

Con los ojos del país puestos en el caso, a las semanas los investigadores dieron con el presunto autor del salvaje femicidio. Diego Armando Caballero fue trasladado al penal porque su ADN estaba en todo el cuerpo de la joven. Aunque para la familia de la víctima hay más personas involucradas.

“No puede haber sido él solo. Agostina era grandota y cuando tenía esas crisis por la depresión no la podíamos parar con mi marido. Yo tenía que llamar a la Policía. Además, en la escena encontraron colillas de cigarrillo con el ADN del que está preso y de otra persona”, denuncian con seguridad la abuela y la tía.

El femicidio de Agostina estremeció al pueblo de San Martín y se hicieron protestas que terminaron en destrozos contra la fiscalía del Este por la bronca que generó que un crimen de esa magnitud se hubiera dado en una comunidad pequeña.

“Agostina vivió toda su vida conmigo, yo la he criado. La cuidé desde que nació. Extraño todo de ella: llegar de trabajar y que me esté esperando, sus comidas, verla sentada en la mesa, su perfume, las charlas, todo. Yo creo que ella me da la paz que necesito para que no me torturen los pensamientos de cómo habrá sufrido antes de morirse, gritando, sufriendo, pidiéndonos ayuda”, concluye Gladys mostrándose valiente a pesar del dolor que corroe su cuerpo.

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