Asesinos seriales: tres historias que conmovieron a mendocinos

Uno cometió la mayoría de sus delitos fuera de la provincia, más concretamente en Estados Unidos. Otro está condenado a perpetua y mató a varios internos que estaban presos con él.

El mata presos. Diego Roberto Casanova, aun en la Penitenciaría no paraba de matar. Ejecutó a varios internos.
El mata presos. Diego Roberto Casanova, aun en la Penitenciaría no paraba de matar. Ejecutó a varios internos.

Asesino serial es la calificación que se da al individuo que asesina a tres o más personas. Las crónicas policiales de nuestro país, contienen nombres famosos como Robledo Puch, detenido desde hace casi 50 años; Cayetano Santos Godino (“el Petiso Orejudo”), por las muertes en 1912 de Arturo Laurora de 13 años, Reina Bonita Vainicoff (5) y Jesualdo Giordano (4). Ese año cayó en manos de la Justicia. Otro célebre es Arquímedes Puccio, ya muerto, mientras que hay otros que, sin tanta prensa, hicieron de los asesinatos las crónicas policiales más oscuras. Entre ellos se destacan dos: Florencio Roque Fernández llamado el “vampiro tucumano”, un enfermo mental y criminal sexual que, en la década de los 50, sufría de delirios los cuales le hacían creer que era un vampiro. Este pensamiento le llevó a asesinar a 15 mujeres succionándoles la yugular a mordiscos. Se dice que el beber sangre le provocaba orgasmos. Fue detenido en febrero de 1960 a la edad de 25 años, mientras vivía en una cueva oscura, ya que sufría de fotofobia. Murió 8 años después en un manicomio. Otro fue “El Sátiro de San Isidro”, como se lo identificó a Francisco Antonio Laureana, un violador y asesino en serie que se considera responsable de la muerte de 13 mujeres. Se cree que, por lo general, actuaba los días miércoles y jueves cerca de las 6 de la tarde. Casado con una mujer que tenía tres hijos y a quien le decía antes de salir de la casa: “No saqués a los pibes porque hay muchos degenerados sueltos”. Había nacido en la provincia de Corrientes en 1952 y murió en un enfrentamiento con la policía 23 años después.

Sin embargo esas historias escritas con sangre inocente, también tienen nombres y apellidos de vecinos mendocinos. Los hermanos J.L. y M.L están catalogados como los primeros asesinos seriales que pisaron estas tierras; Ricardo Silvio Caputo, que viviendo en los Estados Unidos asesinó a cuatro mujeres y después de confesar sus crímenes fue condenado a 25 años de prisión, murió en la cárcel. Diego Casanova es otro que, con el alias de “Matapresos”, lo señalan como el autor de 5 muertes dentro de la cárcel. Es el único vivo cumpliendo varias condenas, entre ellas una a prisión perpetua.

Mendocino en NY. La crónica que cuenta los asesinatos de Ricardo Caputo.
Mendocino en NY. La crónica que cuenta los asesinatos de Ricardo Caputo.

Los primeros

Fue allá por la Navidad de 1916 cuando los hermanos confesaron sus crímenes y dieron origen a una profunda investigación que empezó en un sótano donde fue encontrado el cadáver de Tufik Ladekani, un comerciante sirio de 18 años, dedicado a la compra y venta de moneda. A ese cuerpo, poco después se le sumaron los del “Vasco” Julián Azcona, vendedor de cigarrillos y más tarde el de Juan Dávila, un acreedor hipotecario al que los hermanos le debían una gran suma de dinero. La muerte de Francisco Petruolo, a quien le debían unos 10 mil pesos, ocurrida en un presunto accidente de tránsito, nunca pudo ser probada contra los hermanos. En el juicio J.L. fue condenado a 25 años de prisión, mientras que su hermano, M.L., a la pena de muerte, hecho que nunca se concretó debido a la intervención de la Asociación de Damas Pro Glorias Mendocinas, que se oponían a las ejecuciones sumarias. Ambos fueron beneficiados con una rebaja de pena, pero enviados a la cárcel de Ushuaia, donde murió M.L., mientras que su hermano recobró la libertad.

De la Cuarta a EEUU

Ricardo Silvio Caputo, “Caíto” para los íntimos, nació en esta provincia en 1949. Hijo de Alberto y Alicia, compartió el hogar familiar en la Cuarta Sección, junto a dos hermanos: Alberto y Alicia, hasta que emigró, como tantos argentinos al país del Norte, con sólo 19 años, dejando atrás una vida “complicada y traumática”, según su propia confesión y la de profesionales de la salud que lo atendieron. Convocado para cumplir con el servicio militar, volvió a los pocos meses. Sin embargo, terminada la “colimba” que cumplió en la IV Brigada, volvió a viajar y lo hizo a la ciudad de Nueva York a donde llegó con una visa de turista, pero consiguió trabajo (en forma ilegal) en un hotel y en una pensión, donde conoció a su primera novia: Natalie Brown, de 19 años y a la que mató a golpes. A lo largo de un par de años sumó más víctimas que fueron identificadas como Judith Becker, de 26 años y Bárbara Ann Taylor (28) ambas norteamericanas y la mexicana Laura Gómez de 23. Durante una veintena de años escapó del FBI, utilizando 17 identidades falsas, hasta que volvió a la provincia y se confesó ante su madre, para regresar al país del norte donde, después de una entrevista televisiva, fue detenido y encarcelado. Murió unos años después, mientras jugaba un partido de básquetbol. Hoy sólo queda un libro “Ámame hasta la muerte” de la escritora especialista en temas policiales Linda Wolfe, y sus cenizas repartidas en tres lugares, uno de ellos en Mendoza.

El “matapresos”

Se llama Diego Roberto Casanova, tiene 40 años y está cumpliendo una condena a prisión perpetua. Hace algunos años mató, en medio de un asalto, a un jubilado, hecho por el que fue condenado a 20 años de encierro. Ya entre los altos muros del penal de Boulogne Sur Mer, comenzó a dar crédito a su apodo, cuando mató a Diego Ferranti, de 32 años y Gerardo Gómez (28), partícipes del motín vendimial del 2000 y que un día antes habían sido “repatriados” de la cárcel de Córdoba para ser testigos en el juicio. Junto al “matapresos” fueron condenados a perpetua Víctor Ramírez, Cristian Tejada, Enrique Montuelle y Gastón Lucero. Así el hombre que a lo largo de su encierro suma casi 70 faltas de disciplina por participar en peleas, en una de las cuales perdió su ojo izquierdo, mató a otro interno identificado como José Manuel Cruz, que había llegado al penal sólo 30 días antes.

Después, le robó las llaves a un guardiacárcel y llegó a la celda de Darío Vega González, un condenado por violación, al que mató de una decena de puñaladas. Finalmente, hasta ahora, en mayo de 2016, mató con golpes de un caño a Andrés Florentino Peñaloza, de 22 años y compañero de celda. “Prefiero tener el cuerpo encerrado y mi cabeza libre, que vivir en libertad pero con mi cabeza presa”, la frase con la que cerró el juicio contra Ricardo Silvio Caputo.

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