Viña Trasplantada

Soy una cepa trasplantada del este mendocino al este cordobés, y creo que esta cepa sí ha prendido. Ojalá pueda terminar siendo como el buen vino de las Bodas de Caná.

Viña Trasplantada

Mi perfil de X dice: “mendocino cordobés”, aunque debería añadir también: “piamontés”.

En agosto pasado se cumplieron once años de mi llegada a Córdoba, como obispo de San Francisco. Así comenzaron a entreverarse en mí esas tres identidades: la del sanmartiniano, la del cordobés y la de los hijos de la “pampa gringa”.

Una de las pocas palabras en piamontés que aprendí nomás llegar es “magún”: la nostalgia que siente el que está echando raíces lejos de casa. De hecho, más pasa el tiempo, más extraño Mendoza (tierra, amigos, historia…), y más me siento en casa. Esta experiencia revela algo fascinante del corazón humano: nostalgia y felicidad no solo pueden convivir, sino también potenciarse recíprocamente.

En esto, la fe en el Dios encarnado y mi condición de cura hacen lo suyo. Agudizan ese proceso fascinante e inacabado de alumbrar la propia identidad personal. Y le doy gracias a Dios por ello.

Me suele pasar que, de repente, irrumpen en mi memoria recuerdos mendocinos. Por ejemplo, la última Semana Santa en las parroquias del Valle de Uco. Entonces, tuve que manejar de Tupungato a Eugenio Bustos el domingo de Pascua. Una mañana espléndida del mejor otoño del mundo. Vuelvo a ver el paisaje que iba recorriendo: viñedos, cordillera, rutas y, sobre todo, la luminosidad del sol.

Para la tradición cristiana, Cristo resucitado es el Oriente que ilumina la vida. Lo evocamos cada mañana, en la primera oración del día: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto…”.

Mendoza es mi tierra madre. En ella recibí el regalo más grande: la fe católica y el bautismo. Familia y parroquia fueron el hogar donde, de niño y adolescente, la experiencia de Dios se hizo experiencia vocacional.

En Mendoza también empecé a aprender a ser cura y obispo, en la medida en que mi vida se fue entrelazando con la vida de tantas personas, grupos, comunidades o situaciones. Y en ese aprendizaje sigo en estas tierras, con otros rostros y vivencias.

En las Escrituras -los salmos, por ejemplo- la imagen de la viña evoca cómo trabaja Dios en la vida. Jesús será el que desentrañe su significado más hondo: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador… ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.” (Jn 15, 1.5).

Hace un tiempo, visitando un colegio agrícola salesiano de esta diócesis, me contaron que estaban empezando a cultivar la vid con cepas de Mendoza. Querían ver si se adaptaban al clima más seco del norte de la pampa húmeda.

No sé si lo lograron; pero la imagen sirve.

Soy una cepa trasplantada del este mendocino al este cordobés, y creo que esta cepa sí ha prendido. Ojalá pueda terminar siendo como el buen vino de las Bodas de Caná. Se lo pido a la Virgencita cada día, que de eso sabe mucho.

* El autor es Obispo de San Francisco (Córdoba). Fue Obispo Auxiliar de Mendoza hasta 2013.

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