Veranear con Disney, vacunarse con Putin

El progreso que antes se lograba desde la educación, el trabajo, el mérito, la empresa, el talento o el esfuerzo, hoy sólo se logra accediendo o estando al lado del poder político.

Imagen ilustrativa / Archivo
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El título de esta columna no es una crítica o una ironía sino palabras de la actual vicepresidenta, dos veces presidenta y la dirigente política viva más importante del país, Cristina Fernández de Kirchner, con las que resumió todo su planteo ideológico de fondo. Cristina alegó: yo no soy tonta por eso para veranear llevé siempre mis hijos a Disneylandia pero cuando se trata de defender los intereses del país, tampoco soy tonta y por eso para vacunar a los argentinos me alío con Rusia o con China (como antes con Irán).

El sueño del pibe es lo que logró Cristina: poder defender con sólo el relato los ideales revolucionarios de los veinte años, pero vivir como un burgués conservador en plena edad madura. Sin embargo, de esos hay muchos por el mundo, pero lo que ocurre acá es más complejo: acá los revolucionarios no es que hablen como añorando lo que no fue o aun no llegó, sino que creen que en la Argentina están construyendo lo que soñaron en los 70. Los resultados de la revolución ya están entre nosotros, aunque nunca la hayamos hecho.

Es una revolución rarísima. En general toda revolución se hace para cambiar una sociedad por otra, pero en la Argentina lo que buscan los revolucionarios es tratar de que no se cambie esta sociedad por ninguna otra. Quizá alguno que otro matiz, alguna que otra estatización, pero en lo esencial que todo siga igual. Un Vicentín, una marcha atrás con alguna privatización, Aerolíneas. Una especie de revolución congelada a la mexicana, que aunque nunca se hizo, igual ya llegó, ya está con nosotros y hay que defenderla.

En educación es donde más se ve: la revolución consiste en no evaluación, no obligaciones, no exigencias, no exámenes de ingresos, que no exista el menor impedimento para que todos masivamente entren a los colegios o universidades aunque luego no se eduquen y casi ninguno complete el ciclo entero. Así como los garantistas en su extremo abolicionista lo que buscan es que desaparezcan las cárceles, para los baradel y los ideólogos educativos de la revolución lo ideal sería que se apruebe sin evaluación, por mera asistencia y ni siquiera necesariamente eso porque ahora la gran lucha es para no asistir presencialmente a la escuelas. No hay ninguna otra propuesta educativa de fondo o a futuro o transformadora en cuanto a los contenidos del saber, sólo conservar todo como está pero hacerlo más permisivo para que entren todos y todos los que quieran se puedan recibir, aprendan o no. Un modelo ideológicamente a lo cubano, pero metodológicamente su opuesto absoluto, porque allá el esfuerzo y el mérito son centrales en educación.

La otra gran conquista de esta sociedad no es la pobreza de la cual todo -incluso los revolucionarios- se lamentan. Su gran conquista son los pobres subsidiados. Para los revolucionarios el culpable de la pobreza es el neoliberalismo, pero como aún no han podido eliminarlo y por ende la pobreza sigue creciendo (aunque ellos lleven gobernando 14 años y los neoliberales 4), han creado el subsidio revolucionario. En la división de tareas, los neoliberales crean pobres y ellos crean subsidios para dignificar a los pobres ya que no pueden hacer que dejen de serlo. Mejoran las villas, al trabajo en negro lo llenan de subsidios y crean millones de empleos públicos no para que funcione el Estado, sino como subsidio aunque hagan que el Estado funcione aún peor.

Han impulsado el sindicalismo a lo Moyano (una marca revolucionaria en sí misma), que son sindicalistas convertidos en empresarios aliados al Estado que roban afiliados con apoyo oficial y crean sus propias empresas privadas desde el sindicato,

A veces, cuando se va una empresa extranjera como Wallmart y la compra una nacional como el consorcio De Nárvaez, los Moyano igual le hacen la guerra hasta tornarla imposible, porque no paga el tributo al sindicato y el Estado mira para cualquier lado porque no es un capitalista amigo. Para los Moyano o para Grabois (el santito de la revolución), enemigo público número uno es la empresa Mercado Libre porque aunque sea otra empresa capitalista nacional (la única argentina que figura entre las cien más importantes del mundo) tampoco es capitalismo de amigos.

Quieren empresas subsidiadas y las demás que quiebren. Son las únicas que están permitidas en la sociedad revolucionaria, como Cristóbal aunque estafe al fisco, como Lázaro que su único mérito fue ser un cajero bancario convertido en testaferro o un tal Sigman, al que ahora han cambiado por otro parecido porque vende vacunas y no las entrega. Pero son todos empresarios revolucionarios, los demás que se vayan, sean nacionales o extranjeros. Se está con la revolución o se está contra ella.

El acceso a la riqueza ha cambiado sustantivamente en la sociedad revolucionaria: ahora el único camino para progresar es el Estado o la cercanía al mismo. Sólo accediendo al poder político se puede acceder a cualquier otro poder, económico o cultural o social. Antes se avanzaba en la movilidad social y el progreso individual y familiar a partir de palabras que hoy figuran en el muestrario de palabras contrarrevolucionarias: talento o mérito personal. Malas palabras.

En síntesis, lo mismo que antes brindaba la educación, el trabajo, la empresa, el talento, el esfuerzo o el mérito, hoy en la sociedad revolucionaria sólo se logra desde la política.

Además, ascender desde la política tiene otros beneficios, porque en la sociedad revolucionaria el derecho común es sólo para los hombres comunes, pero para los políticos la figura jurídica que se aplica es el lawfare. Vale decir, nada que venga de la política -aunque sea inmoral o delictivo- es susceptible de ser penado. El político revolucionario está por encima de la ley y del derecho.

La sociedad tal como la estamos viviendo hoy es la revolución, incompleta pero revolución al fin. Cualquier intento de querer modernizarla, hacerla más desarrollada es neoliberal. Hay que dejarla como está más algunos parches, avanzar lo que se pueda con estatizaciones truchas pero sin mucha prisa para sostener la épica revolucionaria en los creyentes. Se posee la lideresa, la elite, los militantes y los votos. Aún sin propuesta alguna de cambio esta revolución ya se concretó, de lo que se trata es de no perderla porque ellos son sus beneficiarios, sus únicos beneficiarios.

Son estos revolucionarios los verdaderos conservadores de este estado de cosas, los únicos que en serio creen que en la Argentina de las últimas dos décadas ellos han mejorado la vida de los argentinos. Son los únicos que no comparten este enorme fracaso colectivo que hasta ahora somos como país porque ellos grupalmente no han fracasado. No sólo han impuesto su sociedad sino que se han beneficiado largamente de ella, económica o política o simbólicamente.

Hablan como revolucionarios, viven como burgueses y tienen un conformismo que los lleva a ser conservadores frente a cualquier intento de cambio que no se atenga a sus anteojeras ideológicas, que están preparadas para rechazar todo cambio, salvo una profundización del modelo, que quiere decir, dejar todo como está pero más socializado en la medida que se pueda, ser pobres más solidarios.

La revolución conservadora está triunfando y los revolucionarios viven en ella felices y contentos mientras el resto del país sobrevive malamente con esta gente que no les garantiza el progreso pero sí una sobrevivencia mediocre y gris porque con ellos la crisis nunca estalla, mientras que con los otros estalla siempre.

Ellos son la única garantía de mantener con vida a los enfermos, de que no los mate la enfermedad que ellos mismos han creado, ya que si vienen otros no sólo no saben curar la enfermedad, sino que ni siquiera con vida saben mantenerlos.

La sociedad revolucionaria a la argentina es la más conservadora de todas, está congelada, es inmodificable y está a punto de consolidarse para siempre. Nuestra elites están empeñadas entusiastamente en ello.

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