Una semana de terror para el peronismo que terminó con una bandera blanca

La crisis en la relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner tuvo al país paralizado y a la dirigencia en pánico. Desde Mendoza, los referentes locales siguieron los idas y vueltas con un solo temor: perder más votos en noviembre.

El peronismo local ha tenido un mala semana tras perder las elecciones.
El peronismo local ha tenido un mala semana tras perder las elecciones.

Un mensaje de Whatsapp con una simple bandera blanca, pasadas las 7 de la tarde del viernes, fue la señal que el peronismo mendocino estaba esperando. Recién allí empezó a respirar aliviado. La mayor crisis del Frente de Todos desde que asumió hace casi dos años el Gobierno nacional había encontrado una salida.

Tres horas después, llegó la confirmación oficial a través de un comunicado con los nombres de los próximos ministros. Era el nuevo gabinete de Alberto Fernández, pero sobre todo el de Cristina Kirchner. Aquella bandera blanca que podría haber sido símbolo de tregua, fue en realidad el aviso de una capitulación.

El “papelón”, como lo definió un dirigente de cuya militancia fervorosa por el proyecto no se puede dudar, estaba llegando a su fin. Obviamente, tendrá coletazos, pero ayer todos buscaban ver el lado positivo.

Las miradas locales sobre lo que ocurrió a 1.100 kilómetros, en el centro del poder, no difieren mucho. Tampoco difieren las lecturas del impacto que tendrá. Todos agradecen que el huracán pasó rápido.

Una semana después de una derrota que ni el opositor más optimista soñaba ni el oficialista más escéptico se planteaba, el Gobierno nacional se reordenó a los tumbos, aunque esto no garantiza nada. “El 15 de noviembre veremos si sirvió”, puso paños fríos un intendente del peronismo.

Ese mismo intendente cree que la guerra interna tuvo un punto de inflexión: la carta de la vicepresidenta. “Antes, era correcta la idea de Alberto de esperar a que pasaran las legislativas para hacer los cambios y así no desgastar a los nuevos si perdemos. Pero después de la carta, fue claro que no había margen para no renovar. Fue muy fuerte la presión “, analizó.

“Alberto sabe cómo es Cristina, la conoce bien, no se puede hacer el sorprendido”, resume un legislador del peronismo sobre el entuerto.

Esa carta, que parecía romper con todo y exponer al Presidente, terminó actuando como disparador del acercamiento final para llegar a un acuerdo, contó un mendocino al tanto de las negociaciones.

Después del impacto que produjo la publicación, las dos máximas figuras del Gobierno nacional volvieron al diálogo y 24 horas después definieron los nombres para darle oxígeno y más volumen político al Gobierno.

En el despacho principal del Senado, siguiendo el final de la novela junto al círculo íntimo de Crstina, estaba Anabel Fernández Sagasti, la presidenta del PJ mendocino que buscará revalidar su banca en noviembre.

A ninguno de los referentes locales escapa que fue Fernández el que más resignó, aunque quedaron finalmente en sus puestos Martín Guzmán y Matías Kulfas, mientras que Cafiero, degradado, seguirá en el gabinete. La mayoría de los que ingresaron ya fueron funcionarios K, incluido el jefe de gabinete, Juan Manzur.

Tal vez la mayor derrota para el primer mandatario haya sido tener que mantener en el cargo a Wado de Pedro, el ministro del Interior, que lideró la rebelión de funcionarios cristinistas que presentaron la renuncia y a quien amagó con echar.

En una puja que la vice ganó, era obvio que su preferido quedara. Pero Fernández ni siquiera pudo remover a Juan Cabandié y Tristán Bauer, que fueron parte de la “estudiantina” y cuyas gestiones son cuestionadas.

“Alberto ya entregó, la próxima vez le toca a ella. Después de estos cambios, Cristina no se podrá desentender de los resultados”, analiza un hombre de peso del PJ mendocino.

Esa esperanza tal vez choque con la realidad: si finalmente en las legislativas el Frente de Todos cae ante Juntos por el Cambio en el país, seguramente habrá nuevos cambios y allí nadie garantiza que puedan continuar Guzmán y Kulfas, por ejemplo.

“Todo lo que pasó estuvo mal, desde las provocaciones de Alberto a las renuncias masivas y la carta de Cristina. Si no explotó el Frente fue por el miedo de todos. Porque ellos se necesitan mutuamente y lo saben”, analizó otro legislador provincial del PJ.

Dos meses para olvidar

Mientras el peronismo era un tembladeral, en el radicalismo se frotaban las manos. Nuevamente, sumaban votos sin tener que hacer nada. Al fin de cuentas, el desprestigio de su rival es hoy su principal fortaleza. Por eso, hablaron lo menos posible.

Puesto a analizar lo ocurrido, un radical encumbrado fue contundente: Fernández debería haber hecho lo contrario de lo que finalmente hizo. “Era su momento de romper con Cristina, mostrar que él es el presidente y llamar a un gran acuerdo nacional. Nosotros hubiéramos apoyado y él hubiera pasado a la historia”, evaluó.

En su raid mediático del viernes, el gobernador Suárez encontró una explicación a esa decisión: “Si no lo hizo cuando tenía el 80% de popularidad incluso en Mendoza, menos lo iba a hacer ahora”, con la imagen por el piso y tras una derrota electoral le faltó agregar.

En el peronismo mendocino temieron lo peor y por eso, apenas consumada la ola de renuncias, hubo un acuerdo entre los jefes partidarios: mantenerse ordenados y tratar de aislarse. Aunque no hay albertistas allí, son muchos los que no comulgan con la vicepresidenta y tomar posición hubiera hecho explotar la unidad.

“Si se quebraba definitivamente el Frente de Todos era un desastre. En las listas estamos todos mezclados y nadie podía imaginarse cómo ir juntos a la elección en un escenario de separación”, se sinceró el referente de un de sector interno.

El culebrón nacional comenzó justo el día que el PJ provincial anunció un cambio estratégico: el intendente de Tunuyán, Martín Aveiro, asumió la conducción de la campaña en lugar del senador Lucas Ilardo.

El objetivo es concreto: intentar contener con un mensaje más conciliador (o sea menos kirchnerizado) a todos los justicialistas. A los que podrían fugarse porque eligieron una colectora de concejales que perdió. Y también a aquellos que optaron por alguno de los peronistas que compitieron por afuera, como Carlos Iannizzotto y Jorge Pujol, que sumaron casi 7%. Saben que ahora es casi imposible atraer votantes de afuera del peronismo.

El mismo día de las renuncias, Fernández Sagasti había dicho que era hora de pasar el Gobierno de “gas a nafta”, repitiendo un concepto que ya había expresado Adolfo Bermejo. Por eso, en el Gobierno provincial aseguran que fue ella quien inició la ofensiva cristinista contra el Presidente.

En el PJ lo niegan, es más, para desmentir que estuviera al tanto de la movida, aseguran que se enteró de las renuncias masivas mientras viajaba a Buenos Aires en su auto. “Si hubiera sabido, se iba en avión”, razonan.

Lo que nadie se anima a pronosticar aún es el impacto electoral que pueda tener la crisis. En el PJ se ilusionan con que los dos meses que faltan para las generales hagan olvidar a la gente el caos de la semana que pasó y den tiempo a que el Gobierno nacional se ordene, mejore la gestión y anuncie medidas.

El deseo es recuperar a algunos de los votantes de hace dos años, que se fueron por la decepción que les generó el desempleo, la inflación, la pobreza y la mala gestión nacional de la pandemia.

En los recuentos de votos de los últimos días hubo dos datos muy festejados: en San Rafael y en San Martín, la boleta de del Frente de Todos se impuso a la de Cornejo y Cobos. Cambia Mendoza terminó ganando allí por los votos de su lista B, la de los libertarios y los demócratas disidentes.

La meta, nuevamente, es llegar al 30%. Pero después de la derrota de hace una semana y de lo que pasó los últimos días, nadie apuesta por un crecimiento. Se contentan con no caer más abajo todavía.

La debilidad del rival hace que el oficialismo provincial se atreva a soñar en voz alta. Suárez dijo que Cambia Mendoza podría quedarse con cuatro de las cinco bancas de diputados nacionales, un hito que ningún partido logró hasta ahora. Pero el exceso de confianza es un pecado que ningún gobernante se puede permitir. Lo sabe bien el Frente de Todos.

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