Un personaje en busca de autor

Antiimperialista para la tribuna nac & pop y cholulo de los jefes del imperio en el G20, Alberto no encuentra su lugar en el mundo... Hasta que lo encontró.

Podríamos estar en el G80 o G180 pero no entre los 20 primeros.
Podríamos estar en el G80 o G180 pero no entre los 20 primeros.

En 1921, el gran dramaturgo y novelista italiano Luigi Pirandello estrenó en teatro la que sería la más famosa de sus obras, “Seis personajes en busca de autor”, un anticipo genérico de lo que luego se llamaría teatro del absurdo. Según un crítico que analizó el significado de la obra, en ella los personajes que buscan un autor no son actores sino personajes. Por tanto, no pueden aceptar otra realidad que no sea exactamente aquella para la que fueron creados.

En el mismo sentido, y aceptando que en la Argentina desde siempre (pero cada vez más y sobre todo en estos tiempos estrambóticos) la realidad imita a la ficción, podría decirse que en el teatro del absurdo en que se ha convertido nuestro escenario político, el presidente de los argentinos no es lo que casi todos pensaron que era. En efecto, no es un actor que puede desarrollar cualquier papel que se le asigne aunque así lo parezca, sino un personaje que no puede ser otra cosa que aquello para lo que fue creado.

Ese es el principal error de interpretación que se comete cuando se analiza el camaleonismo extremo de Alberto Fernández que lo hace ir de papel en papel, mintiendo de una manera descarada o contradiciéndose a veces en el mismo transcurso de un día. Y es, a no dudarlo, el grave error que cometió Cristina Fernández de Kirchner al transformarlo por divina voluntad en presidente formal de la Nación. Y del cual ahora ella, y todos, nos damos cuenta.

Desde que decidió elegir a Alberto, Cristina sabía que lo necesitaba para ganar y que para eso se requería nombrarlo presidente. Pero no para que ejerciera como tal sino solo como abogado de sus causas de corrupción y como testaferro de ella misma. Fue tan grande su omnipotencia que siempre creyó -y sigue creyendo- que podría ejercer la presidencia desde la vicepresidencia. Pero el problema es que para que eso fuera posible Alberto debería ser alguien maleable, un títere como todo hacía suponer, porque interpretaba cualquier papel que le dieran. Pero el drama del cual pocos se dieron cuenta es que no era un actor sino un personaje. Vale decir, todo lo que actuaba lo hacía horriblemente mal porque no podía dejar de ser lo que es. ¿Y qué es? Depende.

En el escenario frente a la multitud poco antes de viajar al G20 se mostró como un feroz antiimperialista que en su visita al antro del mal le cantaría las cuarenta a esa manga de macristas que anidan en el FMI, Lo aplaudieron pero hubo alguien que se dio cuenta de la mala actuación, Hebe de Bonafini, quien afirmó que: ”Antes Alberto Fernández me llamaba para explicarme cosas que hacía. Yo le decía que si me tenía que explicar todo era porque lo que estaba haciendo no estaba bien. Soy vieja, pero no estúpida”, E insistió que no le gusta ir a los actos de Alberto, “porque no te quieren y vienen y te besan... son tan hipócritas”. Podrá discutírsele muchas cosas a la señora pero no a que en estas cuestiones habla con la total verdad.

Bueno, fallido el antiimperialista que nunca fue ni sabe serlo, Alberto viajó al imperio donde apareció bajo otro rol: no podía disimular que ni él ni el país que él preside tiene nada que ver, hoy, con el G20. Podríamos estar en el G80 o G180 pero no entre los 20 primeros. Por eso Alberto actuó como si a un hombre cualunque lo invitaran a la ceremonia de la entrega de los Oscar donde pudiera codearse con los dioses de Hollywood. Ese hombre lo único que querría es sacarse una foto con Angelina Jolie o Brad Pitt, abrazar a alguna estrella o llevarse algún souvenir del para él colosal, evento. Deambulando como perdido, el presidente aldeano, ante un público casi inexistente, se dedicó a explicarle al mundo que el problema que él tenía se llamaba Mauricio Macri como si al mundo le importaran sus problemas domésticos. Pero un personaje no puede dejar de ser lo que es.

Entre el antiimperialista de cartón y el cholulo que quería sacarse fotos con los jefes del imperio, Cristina debería estar agarrándose los pelos al ver sus deplorables actuaciones.

Sin embargo, le bastó volver a la Argentina para que el pésimo actor encontrara aquel lugar donde el personaje que lleva dentro pudiera sentirse plenamente contento. Fue en la presentación del libro de Evo Morales, donde junto con el prófugo de Ecuador, el expresidente Rafael Correa, y el recientemente liberado por delitos de corrupción, Amado Boudou, explicó como él le había salvado la vida a Evo Morales.

Es que ese mundo, el del grupo de Puebla, formado por un grupete de expresidentes y otros que nunca pudieron llegar a serlo pese a que lo intentaron de todas las formas, él se siente a sus anchas. Es el único presidente en ejercicio de esa asociación de jubilados ilustres (y no tanto) y por ende es el único lugar donde es el primus inter pares que en su presidencia jamás pudo ser.

Allí está su lugar, en el del presidente que en serio nunca le permitieron ser pero que junto a sus amigos revolucionarios se permite añorar aquello que nunca jamás sucedió, como diría Joaquín Sabina.

No obstante, el actor que buscó Cristina pero que terminó siendo el personaje que ella hoy deplora, deberá (ahora que su autora se rindió de querer usarlo, no porque él no se deje usar, sino porque lo hace mal) hallar otro autor para seguir gobernando los dos años que tiene la obligación de culminar. Y, como dijimos en otra nota, ese es problema del partido de gobierno que es quien primero debe ordenarse internamente en fijarse el mismo objetivo (no varios y contradictorios como ahora) para recién después -tal vez- dialogar con la oposición.

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