Un ciclo que comienza, un ciclo que termina

No todo es economía. También creemos en el orden, la seguridad, la disciplina y el esfuerzo como valores, como el piso para poder edificar una Nación.

Imagen ilustrativa / Archivo
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Estamos cerca de fin de año. Las fiestas están próximas y comenzamos a repasar mentalmente el año que culmina. La fecha es propicia para el balance y para las proyecciones. Un ciclo termina y otro ciclo se abre, renovando expectativas, sueños y esperanzas.

Este año quedará grabado en la memoria de todos. Lo recordaremos de una y mil maneras. Habrán miradas y percepciones diferentes sobre tantísimas cuestiones, pero creo que todos estaremos de acuerdo en la excepcionalidad de lo acontecido.

2020 fue un año en el que debimos replegarnos hacia nuestras casas, hacia nuestras familias, restringiendo a lo mínimo y necesario las actividades que desarrollábamos en la cotidianeidad. El impacto fue enorme en lo educativo, lo laboral, lo familiar, lo económico. Se modificaron todas las relaciones sociales. Cambió el mundo y las maneras de percibir nuestra relación con la naturaleza, con nuestros semejantes, con el consumo, con la tecnología.

Vivimos un año jamás pensado, jamás imaginado. Irrumpió un desafío desconocido, de alcances que no llegábamos a comprender, y las respuestas se fueron construyendo sobre la marcha. El año se hizo difícil para el mundo entero, que experimentó la mayor caída económica en décadas. En nuestro país actuamos a tiempo, tomando dimensión de la magnitud del problema enfrentado desde el minuto cero. Nadie tuvo la receta perfecta, pero con claroscuros podemos decir que estamos próximos a salir de esta encrucijada. La vacuna está próxima y, con ella, la posibilidad de recuperar la plenitud de nuestra cotidianeidad perdida.

2020 será recordado como el año en el que peligró la humanidad entera. Aún con el dolor de cada pérdida sufrida, podemos pensar que estamos cerca de cerrar una etapa e iniciar un nuevo ciclo, el de la recuperación. Quienes tenemos responsabilidades públicas debemos actuar sobre el presente y también proyectar hacia el futuro. Es nuestra obligación prepararnos para lo que considero una nueva oportunidad, oportunidad de ponernos otra vez de pie, como en tantísimas oportunidades.

La apertura de las actividades que hoy funcionan de un modo restringido, junto con un horizonte más despejado en materia económica por la renegociación de la deuda, nos va a permitir transitar un nuevo ciclo de crecimiento. Claro que nada sucederá por arte de magia. El piloto automático funciona en situaciones de normalidad, cuando cada cosa está en el lugar que le corresponde. En las circunstancias actuales es necesario tomar decisiones todos los días, con celeridad, con firmeza, para imponer una dinámica distinta. Argentina necesita reconstruir su mercado interno a partir de mejorar el poder de compra de los sectores de ingresos fijos. No hay condiciones para la inversión si la demanda no existe. Por eso es que debemos seguir adelante con esta tarea bifronte de sanear cuestiones de la macroeconomía sin caer en las remanidas exigencias de aplicar ajustes que sólo conducen a más recesión y profundización del rojo de las cuentas públicas. Ese camino de equilibrio es posible.

En la Argentina hay dos proyectos enfrentados. Por un lado está el proyecto de la especulación financiera, que alienta la fuga de capitales y el endeudamiento fácil como modo de financiar gastos corrientes. Sabemos que ese proyecto termina siempre mal. Por el otro está el proyecto de la Argentina que produce y que genera empleo. Esta es la Argentina que debemos cuidar, promover y potenciar con un Estado que se convierta en socio estratégico de la reconstrucción productiva. Hay que terminar con las falsas antinomias que se llevan lo mejor de nuestras energías. Hay que cuidar al empresario que invierte, que produce, que renueva su tecnología, que procura expandirse y sueña en grande. Necesitamos un Estado activo, con políticas que permitan dinamizar y poner definitivamente en marcha nuestra economía.

Tenemos una certeza que ordena toda nuestra práctica: no hay Nación sin producción y sin trabajo. Por eso entendemos que hay que integrar cadenas de valor, diversificar mercados, recomponer el poder de compra para estimular la demanda, recuperar el crédito público y construir sustentabilidad de las cuentas públicas.

Pero no todo es economía. También creemos en el orden, la seguridad, la disciplina y el esfuerzo como valores, como el piso para poder edificar una Nación. La seguridad no es de derecha ni de izquierda. Tampoco tiene implicancias de clase social. La seguridad es un derecho ciudadano, como lo son el trabajo digno, la educación y la salud. Es responsabilidad indelegable del Estado proveer seguridad a todos, para que la convivencia colectiva no sea un suplicio sino una manera armoniosa de compartir un mismo destino. La disciplina, el orden y el esfuerzo son valores de una sociedad que quiere superarse a sí misma para ser mejor.

Somos hijos de un país que labró su grandeza a base del sacrificio de muchas generaciones que soñaron con legar un futuro de prosperidad para sus hijos. Es la Argentina de la movilidad social ascendente, la de M´hijo el doctor. Es el país que fue una máquina de crear clase media. Ese debe ser nuestro horizonte: recuperar los valores fundantes de una Argentina que fue próspera, que fue justa, que tuvo una educación de excelencia y fue admirada en todo el mundo. No tenemos que buscar ejemplos muy lejos. Tenemos que buscar en nosotros mismos. Recuperar la memoria de un tiempo en que la Argentina fue grande y su Pueblo feliz.

*El autor es Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires.

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