Últimas imágenes del naufragio

Lo que viene no es el momento de una alianza entre el gobierno y la oposición, sino de un peronismo que se ponga a gobernar, algo que no hizo en estos dos años.

Va a la deriva y si Alberto pierde lo poco y casi nada que le queda de poder, a la titiritera no le quedará más remedio que cambiar de títere o ponerse ella a cumplir las funciones que cumplía el títere.
Va a la deriva y si Alberto pierde lo poco y casi nada que le queda de poder, a la titiritera no le quedará más remedio que cambiar de títere o ponerse ella a cumplir las funciones que cumplía el títere.

El gobierno nacional está naufragando, nadie ni ellos mismos lo dudan; el problema es cómo recuperar la gobernabilidad perdida, cuando la estructura de poder que sostiene todo, dejó de funcionar y lo hizo antes incluso de las PASO, si es que alguna vez funcionó. Estalló porque era contra natura y nadie sabe cómo reemplazarla.

La actual conformación del poder, tan útil para ganar hace 2 años, justamente por la forma en que se constituyó, no puede -ni en realidad nunca pudo- gobernar, pero además ahora tampoco puede ganar elecciones y ni siquiera sirve para mantener el peronismo unido. Hoy no sirve para nada.

Su reemplazo por cualquier otra cosa es cuestión de tiempo si el peronismo quiere recuperarse no sólo de la derrota electoral sino de su crisis interna que lo está haciendo gobernar de una manera desastrosa.

A golpe de imágenes terribles puede verse simbólicamente lo que está pasando. Cada una de esas imágenes le hace perder votos y popularidad de modo incalculable. Las elecciones fueron apenas una encuesta de cómo hace tiempo todos veían a un gobierno confundido casi desde siempre. En realidad, reiteramos, acá la disolución empezó desde el principio, mejor dicho nunca se construyó un gobierno en serio porque la estructura de poder generada para ganar era absolutamente imposible para gobernar.

La gente día a día recibe pantallazos de un gobierno que ha perdido el control. Hitos visuales que en sí mismos simbolizan el deterioro absoluto del poder que estamos viviendo.

Como el vacunatorio vip que expresó el modo privilegiado de entender la pandemia por parte de todo el gobierno. Junto a la fiesta de Fabiola, donde se vio a una elite absolutamente escindida de las vivencias de la población durante el covid.

Pero esos imágenes que fueron tan contundentes para el resultado de las PASO, no cesaron después sino que se continuaron con locuras como el anibalazo, donde se amenazó mafiosamente vía twitter a las hijas de un dibujante. O la Plaza del terror el 17 de octubre, decadente, delirante, expresando el viva la muerte al profanar la memoria de los muertos o con insultos brutales a un expresidente o con divisiones internas de grado tal que ni siquiera el presidente de la nación pudo asistir, para evitar que lo lapidaran con críticas. Un miniEzeiza del kirchnerismo. Un todo contra todos.

Pero eso no para allí, sigue y sigue, ahora con el delirio de los mapuches del RAM donde el gobierno, al no saber qué hacer, porque lo tironean sus tendencias contradictorias internas, decide quedarse en la vereda del medio: frente al ataque violento contra la integridad nacional de los sublevados manda fuerzas federales pero no para poner orden sino sólo para mirar, mientras deja toda la responsabilidad de detener el caos es el gobierno provincial porque si no se enojan los cristinistas promapuches. Un gobierno incapacitado de actuar por sus tendencias internas en cada día más dura pugna. Que tiene sólo como elementos electorales regalar todas las dádivas que se puedan o fingir que controlan precios para derivar la culpa de todo lo que pasa en los empresarios.

En sus inicios, Alberto Fernández pudo hacer gobernable un gobierno ingobernable por sus orígenes, pero nunca se animó. Para eso ni siquiera se necesitaba que librara una lucha a muerte con Cristina, sino simplemente ponerse en su lugar y ponerla en su lugar. Decirle a la vicepresidenta que él era el presidente, poco más que eso. Pero nunca se lo dijo, mejor dicho cada día dejó de ser un poco menos presidente con tal de seguir vegetando en el cargo. Cuando sólo se trataba de hacerse respetar. Al juntarse con Rodríguez Larreta por el tema de la pandemia vivió la única y definitivamente última oportunidad de un acuerdo entre gobierno y oposición que la gente aplaudió, por eso los llevó a los dos a la gloria. Pero cuando Fernández se rindió, Larreta, el acuerdista -pese a fracasar el acuerdo- no perdió ni un punto de la popularidad ganada, en tanto que Alberto la perdió toda.

La segunda oportunidad, ya no para lograr un acuerdo sino para salvar la autoridad de su gobierno fue el desplante de Wado de Pedro la semana después de las elecciones cuando éste le tiró en la cara la renuncia para obligarlo -por órdenes de Cristina- a cambiar de gabinete. Al presidente, por el más elemental sentido de autoridad, no le quedaba más remedio que aceptarle la renuncia, era eso o perder el gobierno. Y lo perdió. Desde entonces es un sonámbulo, ni siquiera un títere o u testaferro porque ya no funcionan los hilos. Va a la deriva y si Alberto pierde lo poco y casi nada que le queda de poder, a la titiritera no le quedará más remedio que cambiar de títere o ponerse ella a cumplir las funciones que cumplía el títere. Y ella no quiere ninguna de ambas cosas, sobre todo porque este probable nuevo experimento prescindiendo de Alberto le puede resultar aún más horrible que lo que inventó hace dos años.

El tema que viene después del 15 no es en absoluto, como quiere Sergio Massa, el acuerdo con la oposición, algo hoy tan delirante como imposible como innecesario, sino la reconstrucción del peronismo por el peronismo mismo. Es su responsabilidad, o se diluye y liquida él mismo su propio gobierno o se reconstruye sacando las fuerzas de su enorme potencialidad y arma una estructura de gobierno que sea apta para gobernar.

El peronismo debe transformarse como tantas veces lo hizo, en algo que tenga relación con la realidad presente, no alguien detenido en los gobiernos cristinistas. Hay que hacer lo que Pichetto se imaginó al subir Macri: cambiar de liderazgo interno, pero hacerlo desde el peronismo, no aliándose con la oposición. Cómo se hace es un problema del peronismo. Que la Iglesia vaya discutiendo con sus obispos cómo ir creando las condiciones para nuevos papados y/o nuevas ideas. El peronismo, si quiere sobrevivir, debe ponerse al día con los tiempos. Hoy el cristinismo es una imposibilidad y un anacronismo. La plaza del horror es una clara imagen de lo que es el cristinismo, un caos desorganizado de gente que va para cualquier lado.

Antes Cristina podía garantizar quizá malos gobiernos pero gobiernos al fin. Ahora no puede garantizar ningún gobierno. El peronismo como entidad colectiva -partido, alianza o movimiento- debe decidir su relación con el presente y el futuro, y no seguir en el pasado donde está ahora. Tiene la responsabilidad de hacerlo siendo gobierno, porque si no el desgobierno se lleva puesto no solo al peronismo, sino también a la Argentina.

La oposición no puede aliarse con este gobierno en estos momentos, además tampoco tiene consenso para ello. Debe fortalecerse para ser una alternativa dentro de dos años y mientras tanto prepararse para la elección de sus nuevos líderes.

En síntesis, el que debe seguir gobernando es el peronismo, sólo el peronismo, pero es imposible que lo siga haciendo como hasta ahora, le vaya mejor o peor en las elecciones.

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