Rituales de otros tiempos

A finales del siglo XIX no era fácil ver a mujeres solas ocupar mesas en confiterías, porque eso estaba asociado con la prostitución. Todo estaba muy ritualizado, no como ahora.

Imagen ilustrativa
Imagen ilustrativa

En la actualidad se impone la espontaneidad a la hora de relacionarnos con otros, salvo claro por los límites impuestos con el actual flagelo llamado COVID19. Pero hubo otra época en la que la sociedad se conducía de modo diferente.

A finales del siglo XIX y principios del XX, ciertos comportamientos eran clave entre los miembros de la clase social elevada. Los sectores económicamente menos favorecidos, con voluntad de prosperar y ascender, imitaron los modos de los más prósperos.

Todo parecía estaba estrictamente ritualizado, desde el bautismo hasta el funeral. Con respecto al amor no había mucha diferencia.

Por ejemplo, en esta época no era fácil ver a mujeres solas ocupar mesas en bares o confiterías, esto era asociado con la prostitución. Además los hoteles de renombre no admitían el alojamiento a féminas solas, por eso en países como Estados Unidos comenzaron a construirse hoteles para señoritas.

La presentación en sociedad era el punto de partida de toda carrera hacia un buen matrimonio. Se exhibía a las chicas entre los 17 y 20 horas celebrando un baile con dicho fin, algo así como una fiesta de quince. Podía presentarse a varias jóvenes al mismo tiempo organizando una enorme celebración.

Hombres y mujeres en “edad de merecer” podían interactuar en ciertos espacios y siempre vigilados por alguna chaperona. Uno de estos lugares era la puerta de la iglesia tras la misa del domingo, otro el hipódromo y en el caso de Mendoza, la Alameda.

En caso de que se produjese cierta afinidad entre algún caballero y cierta dama, el hombre se convertía en “festejante”, algo así como un amigo con ciertos intereses románticos. La señorita podía recibir a otros festejantes al mismo tiempo, siempre bajo la custodia familiar y sin exagerar, claro.

Si la cosa funcionaba y se lograba el consentimiento de los padres, el festejante pasaba a ser novio. Para marcar este acontecimiento, le regalaba a la muchacha “una sortija de compromiso” de acuerdo con el gusto de su prometida. La costumbre era que ambos seleccionaran el anillo.

A partir del compromiso se iniciaba el noviazgo, no al revés como sucede en las películas norteamericanas. Las visitas siempre se daban con presencia de familiares para evitar cualquier atentado a la virginidad y a medida que se acercaba la fecha del matrimonio las mismas iban en aumento.

El novio debía hacer regalos de buena calidad -como joyas- durante el noviazgo, ella también podía hacer alguno. En caso de romper el compromiso se hacían mutua devolución de los obsequios. Además el exnovio devolvía a la muchacha fotos y cartas y ésta debía quemar las de su antiguo prometido (no se las devolvía).

En caso de haber atentado contra el pudor de la dama la familia de ésta podía hasta retar a duelo al indecente pretendiente.

El honor se cuidaba al punto de que las mujeres no podían dar sus retratos a cualquiera, algo que en la actualidad es impensado.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA