Radiografía política en un año electoral

El principal problema del peronismo gobernante es que le falta poder en vez de sobrarle porque Cristina y Alberto se restan en vez de sumarse.

Massa, arma una especie de pyme del poder donde ubica a los suyos en la medida que servirían de árbitros si el poder sigue sin lograr sumar los atributos de Alberto y Cristina.
Massa, arma una especie de pyme del poder donde ubica a los suyos en la medida que servirían de árbitros si el poder sigue sin lograr sumar los atributos de Alberto y Cristina.

En la Argentina 2021 -como diría el filósofo francés Michel Foucault- el poder “circula”, vale decir, no está depositado en ningún cetro de manera estable, aunque quien más se aproxima a él es quien más poder maneja en este país disgregado, vale decir, la señora vicepresidenta de la Nación.

Desde este punto de vista, el principal problema del peronismo gobernante, no es que le sobra poder como casi siempre supo sobrarle a los anteriores peronismos, incluido los K, sino que le falta.

Al sobrarle poder el peronismo siempre abusó de éste, lo dilapidó en vez de acumularlo para transformar la realidad. Y ahora quiere seguir abusando pero, al faltarle, se encuentra un tanto paralizado y confundido. Por ejemplo, Cristina no puede creer que haya pasado un año entero manejando ella un poder supuestamente enorme y que sus causas judiciales sigan en el mismo estado de cuando era oposición.

Pero no es que falte poder porque otros fuera del gobierno lo tengan, sino por la arquitectura frankenstiniana que la propia Cristina armó. Ya que si se sumara el poder formal de Alberto que le da el solo hecho de ser presidente más el poder real de Cristina, el resultado sólo sería mucho, mucho poder. Pero ocurre que, al menos hasta ahora, se contrarrestan.

Alberto no puede ejercer ni siquiera las atribuciones que le da su poder formal porque Cristina le critica casi todo, por no decir todo, aterrada porque quien ella cree un inútil, le pueda hacer volar por los aires el capital político que la vice piensa, no sin algo de razón, que es del todo suyo.

A su vez, ella no puede ejercer todo su poder real porque para eso necesita unificarlo con el poder formal, o al menos marchar juntos. Pero Alberto no entiende bien qué quiere Cristina porque no piensa como ella. Y Cristina cree que Alberto es inútil, en parte porque no piensa como ella, pero en otra parte porque efectivamente su gobierno es bastante inútil.

El problema del peronismo hoy no es tanto que sea autoritario sino que es ineficaz en casi todo lo que hace. Aunque Cristina quisiera creer que eso sólo es por culpa de Alberto, sin ver la parte que le corresponde a ella. Alberto es su creación y jamás se liberó de ella, hace lo que puede, quisiera hacer más por Cristina, pero llega hasta donde le da el cuero.

En la realidad estructural del país y del peronismo, Alberto expresa más bien, si expresa algo, a los sectores más tradicionales del peronismo y a una concepción corporativista del poder. No es un socialdemócrata liberal como la fue la renovación u hoy lo son, por ejemplo, Schiaretti o Lavagna, sino alguien más cerca de los gordos de la CGT, algo de Moyano (aunque éste es un líbero), de los intendentes del conurbano, de los gobernadores de provincias medianas y chicas.... de todo lo que Cristina y su príncipe heredero quieren ir cambiando por los suyos, copando el Estado sin asumir responsabilidades de gobierno y usando mecanismos como las PASO a fin de que la estructura del PJ apoye a los camporistas para disputar intendencias y gobernaciones.

Aclaremos, no es que Alberto los represente, sino que ellos quisieran que él los represente o sino algún otro, porque saben que Cristina quiere deshacerse de ellos. Pero hasta ahora Alberto se acerca naturalmente siempre a ellos al principio, aunque a la menor orden de Cristina no duda en traicionarlos uno a uno a la vez.

En medio de ese conflicto chapulea, como lo hizo siempre, Sergio Massa, armando una especie de pyme del poder donde ubica a los suyos que no son muchos pero tampoco pocos en la medida que servirían de árbitros si el poder sigue sin lograr sumar los atributos de Alberto y Cristina.

Ese fue el estilo con el que le fue bien en 2013 cuando rompió con el kirchnerismo y con astucia pudo sobrevivir estando cerca de todos los bandos sin definirse por ninguno, a ver si por el medio lograba pasar. El massismo será posible solo si el empate entre la institución más poderosa en manos del político más débil y una institución poco poderosa en manos de la política más poderosa, los inhibe a ambos. A eso juega Massa.

Su camaleonismo es un modo de construcción de poder, mientras que el de Alberto es lo contrario a pesar de ser aún mayor que el de Massa. Su ir y venir, lo conduce a una constante licuación de su poco poder. Cada día cede más para mantener el puestito de presidente (cómo lo ejerce, a esta altura ya es un puestito). No es Cámpora sólo porque hoy Cristina no lo puede sacar. Por ende, estamos en esa rara situación en que Alberto no puede hacer nada que no quiera ella, pero ella no puede hacer todo lo que quiere y eso la tiene mal, muy mal.

Así como Alberto está cerca de las ideas del peronismo corporativo (Duhalde intenta acercarlo a eso), Cristina expresa el ala estatista del justicialismo. Con dos fracciones internas K bien marcadas: el estatismo más clásico que quiere expropiar todo lo que pueda pero sin cambiar de sistema político y el más gurka que mira con simpatía a Cuba y Venezuela.

Por ahora Cristina usa a los segundos como una especie de partisanos, como Perón utilizaba a los montos (pero sin violencia física) para asustar y amenazar con que vamos a Venezuela si no hacemos lo que ella quiere. Pero no parece querer eso de eliminar el sistema político actual, sino reformarlo estructuralmente lo más que pueda, con medios de comunicación lo suficientemente divididos y condicionados para que no puedan ser contrapoder. Con una Justicia que no se meta nunca más con el poder político. Con un empresariado propio. Con súbditos en vez de militantes. En síntesis, una democracia todo lo populista que se pueda y todo lo menos republicana que se pueda, sin cambiar de sistema formalmente.

El estatismo “racional” que anhela Cristina tuvo su primera expresión y también su primer fracaso con Vicentín. Su mentor ideológico, Claudio Lozano (un izquierdista que criticaba al kirchnerismo pero que se cansó de ser punto y decidió ser banca aliándose a los que antes criticaba), anhelaba crear un nuevo IAPI, el instituto estatal con el cual el primer Perón manejaba el comercio exterior, o sea estatizar al campo, el sueño de Cristina. Ahora va por YPF y tiene casi todas las cajas del gobierno. Y por las telecomunicaciones, y por la salud. Este es el año en que tratará de quedarse con el poder suficiente para hacer valer su proyecto. Entonces ocupa uno a uno los cargos estratégicos del Estado pero sin aceptar ninguna corresponsabilidad de gobierno. Si todo va bien, bien, pero si no la culpa será de Alberto y ella devendrá opositora interna contra el inútil o el traidor, vaya a saber cómo lo calificará..

¿Queda algo de poder para la oposición? Claro que sí, si actúa con apertura y amplitud de miras. Si se mantiene unida como hasta ahora, pero amplía el espectro conceptual para que así como todo el populismo estatista corporativo pelea dentro del peronismo, todo el republicanismo en sus distintas concepciones pelee dentro de un Cambiemos ampliado.

Para ello, la oposición tiene que desmacrizarse, no eliminando a Macri, sino ser menos dependiente de lo que él representa: un liberalismo de centro derecha. Hay que abrir más puertas a partir de la ventaja extraordinaria de que la coalición no se ha roto. Abrir tres alas para peronizar, izquierdizar y radicalizar. Pichetto, Stolbizer y Cornejo al poder podría decirse. Reunir en un solo haz a todo el país republicano versus el país populista. Lo más de república y lo menos de populismo que pueda tolerar un país más populista que republicano como lo es Argentina. Aunque no todos los socios sean iguales, hay que darles a todos parecida participación en el poder como lo hizo la concertación chilena. Esta es la punta del ovillo, ahora hay que desenredarla, una apasionante tarea política a futuro.

Las elecciones tienen que mirarse desde esta perspectiva: No importa tanto cómo queda conformado el Congreso, sino la dirección que indique el voto popular.

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