¿Quién le teme al retiro de Messi?

Para un grupo humano, mancomunado en los esfuerzos por obtener un cierto resultado, es no solo mucho más cómodo actuar junto a un líder democrático. Es, además, más efectivo: la probabilidad de obtener el objetivo deseado es mayor.

Lionel Messi, el mejor jugador del mundo
Lionel Messi, el mejor jugador del mundo

La coronación de la selección en Qatar fue precedida por una serie de logros tan ansiados como importantes. Las victorias en la Copa América en 2021 y en la finalísima en junio de 2022 contra Italia anunciaban ya el triunfo mundialista.

En medio de la euforia y los festejos, un hecho sugestivo –en realidad, una correlación temporal– pasó extrañamente inadvertido: todas las conquistas recientes de la “Scaloneta” fueron conseguidas, después de décadas de frustraciones, a partir del fallecimiento de Maradona.

Sucesión cronológica no implica necesariamente relación de causalidad. Nadie en su sano juicio afirmaría que una tormenta desatada minutos antes de un colapso bursátil mundial ha causado la caída de las acciones. Particularmente los fenómenos psicológicos actúan mediante procesos difícilmente observables. Un cierto tipo de liderazgo, por ejemplo, se plasma en hechos concretos, aun cuando no sea posible señalar con certeza científica cuál fue la acción que culminó en el efecto observado.

En 1983, el destino y la voluntad popular quisieron que la transición a la democracia una vez caída la dictadura fuera liderada por el presidente Alfonsín. El legendario fiscal Strassera solía contar que jamás recibió del presidente ni siquiera una insinuación acerca del rumbo que deseaba para la causa contra las juntas militares. Probablemente, distinto hubiera sido el camino recorrido por la democracia argentina de haber tenido el país otro primer mandatario.

Ciertos líderes permiten actuar a sus colaboradores para que éstos se perfeccionen en su rol profesional y crezcan como seres humanos. Ejercen la dirección y conducen el proceso, pero sin imponer su voluntad a los dirigidos, en un ambiente democrático e igualitario. El buen líder prepara a su equipo para que le reemplacen, una vez retirado. Y, llegado el momento, da un paso al costado y se abstiene de todo rol protagónico futuro que pudiera interferir en el manejo de los asuntos. El buen líder no deja legados ni pesadas herencias; más bien, contribuye con su trabajo al constante proceso de desarrollo que otros continuarán.

Por contrapartida, existen líderes que pretenden dejar su impronta personal en todo lo que hacen, condicionando así a su entorno, tanto en el presente como en el futuro. Terminan asfixiando a sus subordinados, frustrando todas sus iniciativas e impidiendo el surgimiento de pensamientos y acciones independientes. Esos líderes simplemente no desean –¿no pueden, psicológicamente? – aceptar que nuevos actores ocupen el lugar que ellos, por una u otra razón, en algún momento deberán dejar, y pretenden entonces condicionar todo el desarrollo ulterior a su voluntad.

Para un grupo humano, mancomunado en los esfuerzos por obtener un cierto resultado, es no solo mucho más cómodo actuar junto a un líder democrático. Es, además, más efectivo: la probabilidad de obtener el objetivo deseado es mayor. Pero, por sobre todas las cosas, se ven librados de toda presión psicológica que pudiera inhibir su capacidad creativa o impedir expresiones auténticas de su personalidad y carácter, consecuencias inevitables de una conducción tóxica.

Todos recordamos nuestra frustración en el pasado al ver al capitán de la selección nacional de fútbol ausente, al menos anímica sino físicamente, en ciertos partidos decisivos. Y todos esperábamos fervientemente que, en algún momento, asumiera ese papel y condujera a sus compañeros a la victoria. Ese fenómeno se produjo, finalmente, a partir de la última Copa América, o por menos se inició en resultados concretos en ese momento.

Sin Maradona. ¿Otra coincidencia temporal? Sea cual sea la razón de ese cambio, existen razones para abrigar la esperanza de que los triunfos de la selección continúen en el futuro, aun cuando Messi se haya retirado. Sin duda, porque la generación de jugadores que ha ganado el Mundial es promisoria. Pero aún más importante es el hecho de haberse instalado en el equipo nacional un nuevo estilo de liderazgo, abierto, respetuoso y democrático, en el cual mil flores podrán sin duda florecer, cubriendo de goles y gambetas el verde césped de las canchas.

¿Vale este pronóstico también para el país en general? Espero que sí, pero demorará más tiempo. En el ámbito de la política, el proceso instalado en la selección mayor de fútbol ni siquiera ha comenzado.

* Claudio Tamburrini hoy es Docente de la Facultad de Filosofía Práctica de la Universidad de Estocolmo. En la Argentina era arquero del club Almagro y estudiante de Filosofía cuando fue secuestrado por un grupo de tareas en 1977. Después de 120 días de encierro y tortura, logró escapar de manera cinematográfica, junto a otros 3 detenidos. Se exilió en Suecia, donde se graduó y formó una familia.

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