¿Qué clase de presencialidad?

En la educación personalizada el enfoque educativo no es el mismo para todos los alumnos. El docente se convierte en guía del proceso de cada estudiante. No es complicado, sólo hay que repensar la práctica educativa y analizar cuál es la mejor organización de las aulas.

Imagen Ilustrativa / Los Andes
Imagen Ilustrativa / Los Andes

Con 60% de personal docente vacunado contra el Covid-19 con una dosis -y 25% inmunizado con ambas- y si el panorama epidemiológico de la provincia lo permite, la Dirección General de Escuelas piensa en una mayor presencialidad.

En las casas están de acuerdo con esta idea. Según datos del Observatorio de Argentinos por la Educación: tres de cada cuatro familias argentinas relevadas (74%) prefieren que la escolaridad vuelva a ser únicamente presencial. Los datos -que surgen del informe “Vínculo educativo y experiencia pedagógica en la reapertura escolar”, con autoría de Melina Furman, Víctor Volman y Federico Braga- también señalan que a una de cada cuatro familias (24%) le gustaría mantener un formato bimodal que alterne entre educación presencial y virtual, mientras que un mínimo porcentaje de familias (2%) optaría por una educación únicamente virtual.

Como ya hemos visto, la pandemia aceleró los cambios que la sociedad venía pidiendo al sistema escolar. ¿Son las modificaciones que se necesitaban? ¿Pudieron solucionar los nuevos desafíos? ¿Qué curso deben tomar esos cambios? Eso queda por ver.

También hemos visto algunas pistas durante todo el 2020 y el primer semestre del 2021. Si bien los balances preliminares hablan de una adaptación de la escuela y, sobre todo, de la mayoría de los docentes y alumnos a la nueva manera de enseñanza-aprendizaje, no podemos soslayar el retroceso que ha significado en otras variables como el abandono escolar. El mismo Ministerio de Educación de la Nación ha admitido que sólo un tercio de los estudiantes que perdió el contacto el año pasado regresó al sistema este año.

En muchos casos, ese desgranamiento fue porque la brecha digital tuvo un fuerte impacto. Sin embargo, en otros tantos fue la falta de innovación la que contribuyó a esa pérdida de contacto. La motivación del alumnado ha sido una preocupación in crescendo en los últimos años y más el año pasado y éste. Algunos docentes se cuestionaron por qué los estudiantes faltaban a sus clases y dieron un volantazo. Otros se siguen quejando y no se plantean por qué cada vez menos alumnos se sienten atraídos por sus 45 minutos aburridos de Zoom.

En este contexto, la presencialidad vuelve a tomar fuerza. Más allá de los inconvenientes en la organización institucional para cumplir con los protocolos y los reflejos de los cuerpos directivos para aislar burbujas, los agrupamientos han funcionado muy bien. Desde la DGE evalúan que este contacto docente-alumno se ha aprovechado desde lo pedagógico y desde lo emocional. “Mendoza es una isla respecto al país”, expresan al confirmar la idea de extender la presencialidad.

Pero ¿qué sería más presencialidad? ¿Volver a los grupos de 30?

Uno de los aspectos más valorados de las burbujas por maestras y profesores es el hecho de que estén compuestas por pocos estudiantes. Pueden interactuar mejor y acercarse a una educación más personalizada. ¿Tener pocos alumnos es educación personalizada? Claramente, no. Pero es un paso. Tener cursos con más de 25 alumnos -como sucede en la mayoría de las escuelas mendocinas- es sin dudas un obstáculo para que el niño, niña o adolescente sea el centro de atención de la clase.

En la educación personalizada el enfoque educativo no es el mismo para todos los alumnos. El docente se convierte en guía del proceso de cada estudiante. No es complicado, sólo hay que repensar la práctica educativa y analizar cuál es la mejor organización de las aulas.

Recuerdo que allá por los ’90 en mi paso como docente en la escuela secundaria Presbítero Núñez, de Chapanay (San Martín), la psicopedagoga que nos ayudaba en la planificación insistía en este punto. Allí procurábamos que cada adolescente aprendiera a su ritmo y el taller de Comunicación Social fue un espacio propicio para ello, porque cada estudiante accedía a un trabajo diferente para poder alcanzar el objetivo. Tenía 15 alumnos por curso y -como dije- una profesional, más allá de los directivos, que velaba por lo pedagógico.

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