Primeras repercusiones del atentado: lo bueno, lo malo y lo feo

Fue la declaración del Senado lo más bueno de estas aciagas horas. Fueron los extremistas de ambos lados los sempiternos profetas del odio. Y, en el medio, el presidente formal de los argentinos, no fue ni chicha ni limonada.

Detuvieron a un hombre que quiso dispararle a Cristina Kirchner en la puerta de su casa. Foto: Captura de video
Detuvieron a un hombre que quiso dispararle a Cristina Kirchner en la puerta de su casa. Foto: Captura de video

El intento de magnicidio felizmente quedó en eso, en intento fallido. La violencia, sea política o violencia a secas, no logró su cometido aunque nos colocó al borde de un gran retroceso institucional puesto que uno de los pocos grandes valores de los que puede presumir nuestra ya prolongada pero igual de baqueteada democracia, es que la violencia física en los conflictos políticos parecía una cosa del pasado enteramente superada. Y quizá así lo siga siendo, ya que los primeros indicios hablan de un mente desaforada como autor del terrible acontecimiento. Pero sea así o haya más responsables, de lo que se trata es que la Justicia investigue hasta las últimas consecuencias, tanto todas las presuntas culpabilidades como las eventuales fallas en cuidar a una vicepresidenta en ejercicio.

Sin embargo, más allá de eso, y se averigüe lo que se averigüe del atentado en sí mismo, están las inevitables consecuencias políticas que de aquí en más producirán cambios sustantivos en la vida pública de la Argentina. Y de cómo procesen esos cambios, en particular la elite dirigente, se verá el temple y la verdadera vocación de los argentinos por la paz y la unión de todos. O no.

Hagamos entonces una breve crónica de algunas declaraciones paradigmáticas de las primeras horas después del atentado para analizar hacia donde nos podrían llevar unas u otras. Hablemos, en términos sucintos, de lo bueno, la malo y lo feo después de producido el drama.

Lo bueno, quizá lo más rescatable de todas estas agitadas y apresuradas horas es la declaración de todos los bloques e interbloques del Senado Nacional, cuya brevedad coincide con su sobriedad e inteligencia. Allí se repudia el intento de magnicidio, se le da la solidaridad a la señora vicepresidenta y su familia, se pide el pronto esclarecimiento del hecho. Y al final se exhorta “a la dirigencia toda y a la población a buscar todos los caminos que conduzcan a la paz social”.

No falta ni sobra una palabra. Es lo que más que se puede bien decir por ahora y lo que todos deberían haber dicho. Pero lo significativo no es sólo el sentido de las palabras, sino la actitud de firmarla tanto el oficialismo como la oposición y sacarse una foto todos juntos. Una grandeza poco, muy poco frecuente en la Argentina actual, ante un hecho que claramente lo amerita.

Lo malo es el sectarismo, el fanatismo, el odio demostrado por expresiones de los sectores minoritarios de ambos extremos que buscan incentivar lo peor de los argentinos, cada uno desde su particular mirada fundamentalista.

Así, de un lado tenemos a la legisladora Amalia Granata que con un grado de irresponsabilidad indigno de su cargo institucional afirmó: “Todo armado, qué pantomima, ya no saben qué hacer para victimizarla... y para que suba en las encuestas, demasiado obvio”.

La teoría conspirativa de un atentado armado por sus víctimas no tiene el menor sustento y en un momento de suma gravedad para la República como el presente, sólo contribuye a incentivar las propensiones al enfrentamiento entre los argentinos cuando -incluso más allá de nuestras a veces inmensas diferencias políticas- todos debemos estar unidos para garantizar la paz social que ayer vivió un evidente peligro.

Pero del otro lado pasó lo mismo, porque los extremos se tocan. ¡Y cómo se tocan! El escritor Mempo Giardinelli, tan impregnado de mísera indignación como su sucedánea de la vereda políticamente opuesta, hace responsables del atentado a los periodistas independientes a los que incluso cita con nombre y apellido. Dice textualmente: “Ex amigos, ex compañeros, ex colegas: es inútil, y mentiroso, que en esta emergencia pretendan parecer moderados y como objetivando un caso que en el fondo ha de frustrarlos, inconfesadamente, porque el sicario enviado no logró matar a la vicepresidenta. Escribo y sostengo que la Patria, mi Patria, está en esta emergencia feroz por culpa de ustedes. Yo los acuso”.

Giardinelli, el intelectual atrapado por la barbarie, pletórico de odio político, como Granata, la diputada, habla de “sicario enviado”, mientras en su berretísimo “Yo acuso”, escupe todas sus broncas y resentimientos, insinuando, o algo más, que los periodistas objeto de su desprecio habrían gozado con el éxito del magnicidio. Más miserable imposible.

Lo feo lo dejamos para el final. Porque se trata de algo que no expresa ni las sanas intenciones del acuerdo senatorial ni las furiosas diatribas de los odiadores de siempre. Es algo que está en el medio, en el purgatorio de las intenciones y de las actitudes. Lugar donde siempre suele estar el presidente sin poder y sin gobierno que nos ha tocado en suerte.

En efecto, Alberto Fernández, el hombre que por su rango institucional debió ayer, en su cadena oficial, haberse puesto por encima de todas las partes y predicar el encuentro de los argentinos para garantizar la paz social, lo que hizo fue, en breves pero decepcionantes minutos, ponerse como jefe de un partido o facción en vez de como presidente de la Nación entera.

Así, el sonambulesco primer mandatario desvió presuntas culpabilidades hacia “el discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos”. Vale decir, la oposición, el fiscal Luciani y el periodismo crítico son los responsables del hecho trágico para el presidente que no supo ser.

Y para colmo, convocó a sus huestes partidarias, desde la presidencia de la Nación, a una marcha en apoyo de Cristina Kirchner, para lo cual dispuso un feriado nacional.

Quedó bien, o intentó por enésima vez quedar bien, con su jefa política aun a costa de sus responsabilidades institucionales y sin que, por enésima vez, la vicepresidenta acuse recibo de tanta obsecuencia.

Esperemos, por el bien de la República Democrática, que en los próximos días, que serán claves, se afiance lo bueno de los argentinos, se elimine lo malo y se envíe lo feo al limbo de la inexistencia.

El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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