¿Por qué hay palmeras en los cementerios?

El ciprés es señalado como el árbol funerario por excelencia, ya que se eleva al cielo poéticamente, mientras sus raíces crecen hacia abajo y no hacia los costados, lo que lo convierte en ideal.

Detrás de cada acción humana del pasado hay un porqué y la belleza de descubrirlo es lo que impulsa a todo historiador / Orlando Pelichotti
Detrás de cada acción humana del pasado hay un porqué y la belleza de descubrirlo es lo que impulsa a todo historiador / Orlando Pelichotti

Las personas tendemos a naturalizar todo lo que nos rodea como un resultado casual de acciones pasadas. Sin embargo, las generaciones pretéritas lo pensaron todo, incluso qué especies de plantas debían ser parte de los cementerios.

En todo camposanto la existencia o no de vegetación habla de sus arquitectos y la influencia a la que fueron permeables en la época en que vivieron. Así, observando la botánica fúnebre podemos observar más allá del presente. En todos estos espacios suelen mezclarse plantas introducidas en el diseño original con algunas más cercanas en el tiempo.

Analizar estos aspectos nos lleva a tiempos muy lejanos. Debido a la influencia de los antiguos romanos, en Occidente el uso funerario de las flores se volvió algo común. Para estos los vegetales, en general, representaba a la inmortalidad por su constante ciclo de vida y muerte. No sólo ofrendaban flora, además sepultaban a sus muertos en espacios ajardinados o bosques a la orilla de los caminos.

Sin embargo este concepto de unión con la naturaleza tuvo altas y bajas. El uso de árboles en los espacios de enterramientos decayó durante la edad media y parte de la moderna, no era recomendado por los expertos hasta bien entrado el siglo XIX cuando se produjo un nuevo cambio.

En un texto español del siglo XVIII se pueden observar diversas opiniones al respecto, escrito por el arquitecto Benito Bails leemos el concepto general de entonces sobre plantar o no árboles en estos espacios: “pues sobre que sus raíces estorban a los sepultureros [para] hacer las hoyas y perjudican notablemente a las paredes de las iglesias, sus ramas forman uno como cubierto que detiene los vapores fétidos y estorba circule el aire con [el] deshago que circularía estando abierto el cementerio a todos vientos, cuya disposición es mejor que otra cualquiera”.

Cabe destacar que al hablar de “vapores fétidos” se hace referencia a la teoría de los “miasmas”, muy difundida por entonces y que consideraba que el origen de las enfermedades estaba en los olores o se adquiría respirando en avientes viciados.

Hacia finales del siglo XIX se descartan por completo las consideraciones vertidas por Bails y se incorpora vegetación a los cementerios por motivos higiénicos. Aparece entonces un texto de enorme influencia mundial perteneciente al catalán Celestino Barallat y Falguera: “Principios de botánica funeraria”, escrito en 1885. Se trata de una especie de catálogo sobre qué especies utilizar en los cementerios y su simbolismo, descarta totalmente aquellas que den frutos.

El ciprés es señalado por el autor como el árbol funerario por excelencia. Se eleva hacia el Cielo poéticamente, mientras sus raíces crecen hacia abajo y no hacia los costados, lo que lo convierte en ideal. Además, su permanentemente color verde, sumado a una longevidad que puede superar los mil años (en el caso del cipres italiano), aluden simbólicamente a la eternidad. En la Antigua Roma estos aspectos ya se advertían y la rama de ciprés era señal de luto en las casas, como señaló Plinio.

La palmera es otro infaltable. De hecho en el cementerio de Mendoza pueden verse muchos ejemplos. Dicha planta puede durar de 200 a 300 años, lo que la vuelve un símbolo de lo perenne por excelencia. Además entre los cristianos simboliza la resurrección. Su uso en los espacios de enterramiento es de larga data, hay registros de las mismas en el cementerio de Córdoba –España- ya en el siglo XIII.

Como vemos detrás de cada acción humana del pasado hay un porqué y la belleza de descubrirlo es lo que impulsa a todo historiador.

*La autora es Historiadora.

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