Otrora, antaño, las antípodas y el sambenito

El refrán “Carne de hoy, vino de antaño, y vivirás sano” se da como consejo de ingerir alimento fresco y, en cambio, beber un vino debidamente añejado, acciones que constituyen una fuente de salud.

El refrán “Carne de hoy, vino de antaño, y vivirás sano” se da como consejo de ingerir alimento fresco y, en cambio, beber un vino debidamente añejado, acciones que constituyen una fuente de salud.  / Foto: AP
El refrán “Carne de hoy, vino de antaño, y vivirás sano” se da como consejo de ingerir alimento fresco y, en cambio, beber un vino debidamente añejado, acciones que constituyen una fuente de salud. / Foto: AP

Con deleite, abordo la lectura de una obra académica reciente, el libro “Nunca lo hubiera dicho”; allí me encuentro con algunos conceptos que me llevan a reflexionar sobre el dinamismo y el uso de nuestro amado español. Leía, entonces: “El ser humano quiere expresarse y comunicarse, aspira a darse a entender, a comprender lo que le dicen, a explicarse a sí mismo y a explicarse a los otros, a todos sus posibles interlocutores. Sin duda, no son pocos los hablantes que se preguntan de vez en cuando si no deberían tener más conocimientos sobre la lengua, sobre su origen, sobre su extensión, sobre las normas que facilitan una expresión correcta, sobre los diferentes usos de las palabras y los matices que caracterizan la forma de hablar en los lugares donde se practica, y otra gran variedad de datos. Unos conocimientos que les permitieran, en fin, utilizarla con seguridad y con satisfacción. […] El interés por la propia lengua es algo casi inherente a la misma. Quien habla siente curiosidad por saber por qué una cosa ha de decirse así y otra asá. Como hablantes, queremos adentrarnos por los caminos internos y más o menos ocultos de la lengua, volver a recorrer con nueva mirada los senderos más anchos y conocidos, disfrutar enteramente de este instrumento insustituible que es la lengua y ampliar nuestra capacidad de expresión y de comunicación”.

Esta reflexión me lleva a poner sobre mi mesa de trabajo algunos vocablos que hemos usado los hablantes de mayor edad, vocablos que resultan incomprensibles para los jóvenes. El primero que viene a mi mente es “antípodas”, ya que escucho al locutor de un programa televisivo: “La propuesta de ese candidato está en las antípodas respecto de la de su rival”. Y busco, en primer lugar, su etimología; proviene del griego “antípodes”, vocablo que, a través de sus componentes explica su valor significativo actual: “Que está opuesto a nuestros pies”. El término puede ser adjetivo y sustantivo. Como adjetivo, posee una sola terminación y se atribuye al lugar situado en un punto diametralmente opuesto al de referencia; si se aplica en sentido figurado, tanto a una persona como a una cosa, va a significar “que está totalmente contrapuesta a otra”. El diccionario académico nos da como ejemplo “La sexualidad no se resuelve ni con la castidad ni con la imagen antípoda, el desenfreno”.

Si es sustantivo y se lo refiere a persona, se usa en ambos géneros, tanto en sentido recto (“persona que habita en los territorios antípodas”), como en sentido figurado (“persona totalmente contrapuesta a otra”): “Su opinión es la antípoda de la tuya”. Cuando se usa en plural, como sustantivo, puede tener el valor recto de “lugar terrestre situado en el punto diametralmente opuesto al de referencia”, o sentido figurado de “postura o actitud diametralmente opuesta a otra”; por lo general, se usa en femenino y plural: “las antípodas”. Leemos, por ejemplo, “La moral política está, por lo general, en las antípodas de la moral del ciudadano común”. No existe la forma “antípodo”.

Si hemos realizado alguna acción en el pasado, tenemos a disposición el adverbio “otrora”, originado en la unión de “otra” y “hora”; de uso culto, su valor significativo es el de “en otro tiempo, un tiempo pasado indeterminado y lejano”: “Esta zona de la ciudad, hoy tan insegura, era otrora un lugar pacífico”.

Y ya que nos hemos ubicado en el pasado, también podemos rescatar el vocablo “antaño”. De clara raigambre latina, encontramos en su formación el prefijo “ante-”, con el valor de “antes”, y “annum”, que traducimos como “año”. Así, arribamos a su definición actual, con valor de adverbio: “En un tiempo pasado”. Lo vemos usado en expresiones como “Ese sitio se reservaba, antaño, para los que venían regularmente al teatro”. A veces, puede ir precedido de la preposición “de”: “Son costumbres y usos de antaño”. Es posible advertir que “antaño” y “otrora” se pueden usar como sinónimos.

Un refrán conocido con este término es “Carne de hoy, vino de antaño, y vivirás sano”: se da como consejo ingerir alimento fresco y, en cambio, beber un vino debidamente añejado, acciones que constituyen una fuente de salud. Otro refrán es “Grano a grano, se acaba el montón de antaño”: metafóricamente, se indica que cualquier fortuna acumulada a lo largo del tiempo puede dilapidarse de a poco e insensiblemente.

Totalmente desconocido nos resulta el sustantivo “sambenito”: si recurrimos a su etimología, nos encontramos con que viene, según Covarrubias, de “saco bendito”, luego habría pasado a “san bendito” y, finalmente, a “sambenito”. Pero ¿qué era? Según este estudioso, se denominaba así a una especie de abrigo de lana con que se arropaba a las víctimas de la Inquisición que confesaban sus faltas y se declaraban arrepentidas; también, siguiendo esta fuente, recibía este nombre un letrero que se ponía en las iglesias, con el nombre y castigo de los penitenciados, y las señales de su castigo. En cambio, el ilustre etimólogo Joan Corominas sostiene que “sambenito” era, en realidad, el escapulario de la orden de los benedictinos, de lana amarilla, con la cruz de San Andrés y llamas de fuego, que se colgaba al cuello de los condenados por la Inquisición. De modo que “colgar el sambenito” debe haber significado, en su origen, señalar a un culpable y no culpar a un inocente. Era un signo de infamia y, por ello, se considera “sambenito” el descrédito que queda de una acción; también es equivalente a “difamación”: “Después de semejante lío, le quedó colgado el sambenito de tramposo”.

En la actualidad se utilizan expresiones como “llevar un sambenito”, “te cuelgan un sambenito” o “cargar a alguien un sambenito” con el significado de sobrellevar una culpa que no le corresponde o perder la reputación y ser despreciado por algún oprobio.

Curiosa resulta la formación de un verbo a partir de este sustantivo; se trata del verbo “sambenitar”, que toma, precisamente, la acepción de “infamar, desacreditar a alguien”.

*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.

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