Otra escuela posible y otra normalidad

La escuela aún tiene deudas pendientes y no sería una mala idea aprovechar la pandemia como una oportunidad para repensarla.

Aportes para la educación que viene.
Aportes para la educación que viene.

Es tiempo de pandemia. Nuestra vida diaria se ha vuelto extraña, la escuela también. El abrazo que nos protege se tornó peligroso y la mirada, desconfiada. Nos recomendaron distancia, confundiendo social con física. La escuela que nos obligaba a ir, de repente, nos prohibió hacerlo. El espacio cotidiano de nuestras familias se escolarizó. El espacio privado de los docentes se convirtió en público. Los roles se alteraron.

En este sorpresivo proceso, el extrañamiento y la vulnerabilidad frente a una amenaza imperceptible, pero evidente, pareciera impulsarnos a procesos de sobre adaptación en busca de la añorada normalidad y la tranquilidad perdida, pero, asimismo, invita a reflexionar sobre la pertinencia y sentidos de esa normalidad. De este modo, y como ocurre muchas veces, una tragedia nos abre también la puerta a la oportunidad.

¿Volver a la vieja normalidad o ir hacia una nueva normalidad? Esa pregunta nos excede, pero ¿podremos pensarla en torno a la escuela? ¿Volver a la normalidad de la escuela o ir hacia una nueva escuela?

Deudas y oportunidades

Aún los que tenemos una valoración positiva de la escuela, pensamos que todavía tiene deudas pendientes y que no es una mala idea aprovechar la oportunidad para repensarla en sus sentidos. Pero, para ello deben darse, cuanto menos, dos condiciones: en tender que el futuro no es un único destino a transitar sin más remedio, sino una construcción que en menor o menor medida hacemos entre todas y todos y, por otro, saber que una oportunidad es solo eso, una puerta abierta, nada cambiará si no hacemos algo para que cambie.

En términos generales, hemos observado una preocupación exacerbada por la continuidad, donde el interés primordial ha estado puesto en cómo podemos seguir haciendo lo mismo a pesar de las distancias. Esto quizás revela que la oportunidad de cambio es una pretensión lejana o que, en el fondo, no se quiere cambiar, porque en educación, cambiar los medios de comunicación e intercambio de información, sin cambiar los fines de la escuela y el contenido de la misma, puede constituir un esfuerzo inútil para llegar al mismo destino. Esta pérdida de oportunidad se torna más lamentable cuando los especialistas y autoridades nos señalan que con la escolaridad en tiempos de pandemia se ha acentuado la desigualdad y vulnerabilidad de muchos sectores sociales.

Si, en cambio, nos proponemos aprovechar esta oportunidad de cambio que nos ofrece la indeseable pandemia tendremos que preguntarnos por los sentidos de la escuela en tiempos de normalidad, ponerlos sobre la mesa y reflexionar sobre su validez y pertinencia. Esta mirada es posible al reconocer que responde a muchos sentidos. Muchos grupos y sectores sociales encuentran en ella a una institución capaz de canalizar diversos intereses y pretensiones, eso quizás explica su expansión, vigencia y resistencia al cambio.

Un rol vigente

La escuela responde a las demandas de socialización, tanto de las familias como de las sociedades, asume procesos de formación laboral y ciudadana, colabora con las familias frente a la necesidad temporal de cuidados y de ciertos aprendizajes específicos, tiene un rol central en la conservación de la cultura y en su resignificación, es un escenario de políticas públicas de derecho, salud y alimentación, constituye un espacio de alteridad social, es depositaria de sueños transformación y ascenso social, entre muchas otras intenciones de mayor o menor nobleza que se imprimen en una misma, pero multivalente, institución social.

Entre tantos sentidos, elegimos detenernos en la escuela como institución que habilita un espacio para encontrarse con otros y otras, con los otros y las otras, es decir aquellos y aquellas que no pertenecen a mi en torno de referencia primario y cotidiano y, de algún modo, ofrece la oportunidad de apropiarse de un legado cultural y de construir una sociedad entre todos y todas. Creemos que cuando una pandemia sanitaria pone en crisis las respuestas neoliberales de un mercado voraz e insaciable, quizás el cambio posible pasa poner el acento ahí, en las propuestas humanistas que valoren la alteridad como posibilidad de aprendizaje, que enfaticen la construcción colectiva de saberes, que promuevan una vivencia rica a partir de compartir lo valioso de las distintas culturas que nos atraviesan, que fortalezcan el vínculo con las otras y los otros, con sus culturas y sentires, que valore lo hermoso de la naturaleza y lo bello de las expresiones de la humanidad.

Quizás también, será necesario, poner en duda la circulación de ciertos saberes y evitar el desarrollo de estrategias que enfaticen las lógicas individualistas y competitivas del capitalismo.

¿Qué hacer, mientras tanto?

Dudar, sí, dudar si lo que hacemos desde la escuela y envestimos como escuela en este tiempo es lo mejor que podemos hacer y, sobre todo, lo mejor para todas y todos. Frente a la magnitud de la problemática y de las transformaciones que está implicando a nivel mundial, una respuesta rápida y segura por lo menos debería invitarnos a desconfiar.

Algunas pistas tenemos. Ya sabemos que la educación en pandemia no puede apoyarse solo en las tecnologías, porque la brecha digital existente no hace otra cosa que alimentar la brecha social previa a estas circunstancias y, también, que las familias no están en condiciones materiales y simbólicas de asumir la enseñanza. Esta es una tarea que requiere de formación profesional y de recursos específicos. Por ello y coincidiendo con muchos discursos circulantes, la centralidad de este periodo debe ir en torno a la continuidad del vínculo entre estudiantes y docentes y a la desesperada búsqueda este “encuentro” cuando no se establezca.

Asimismo, en este tiempo, es posible promover experiencias y reflexiones que la escuela no siempre suele proponer, pero que la cultura y la vida cotidiana nos ofrece a borbotones. Desescolarizar la educación, para que otros aprendizajes sean posibles y hacer lugar a la cultura amplia que no suele pasar por los tamices de la urgencia y de la conveniencia mezquina de algunos. Será necesario, por tanto, hacer el correspondiente duelo y abandonar el espejismo de ir tras los contenidos y metodologías que desarrollamos en las aulas en tiempos de presencialidad y permitir una educación con horizontes más amplios que los de las propuestas escolares oficiales, con vínculos más humanos que los de las transacción de tareas y actividades, con expectativas menos especulativas que medir aprendizajes. Es decir, una educación que nos invite a pensar en las otras escuelas posibles y a construir otras normalidades más deseables que la añorada.

*Profesor de Grado Universitario en Educación General Básica, Licenciado en Gestión Institucional y Curricular y Magíster en Procesos Educativos Mediados por Tecnología.

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