Obligado y Grünberg, justicia corrupta que se cree revolucionaria

Más grave que unos jueces cooptados por la corrupción, es que la izquierda K suponga que hay una corrupción mala -la de los otros- y una buena -la de ellos.

Más grave que unos jueces cooptados por la corrupción, es que la izquierda K suponga que hay una corrupción mala -la de los otros- y una buena -la de ellos.
Más grave que unos jueces cooptados por la corrupción, es que la izquierda K suponga que hay una corrupción mala -la de los otros- y una buena -la de ellos.

Lo que Néstor Kirchner cooptó hablándoles en su mismo idioma (algo que luego Cristina profundizó absolutamente) fue a la izquierda tentada por el fenómeno peronista: la populista, la progresista, la socialista nacional, la comunista…._La izquierda entrista. La que cree que sólo se puede hacer política revolucionaria desde dentro del peronismo, se piense o no como Perón o el resto de los peronistas.

Queda afuera la izquierda trotskista, quizá la única que no es entrista, que quiere que los obreros vayan hacia ella en ver de ir ella a donde están los obreros. Y también queda afuera la socialdemocracia que se ubica dentro del universo liberal, ese universo que repudian las izquierdas entristas.

Para esa izquierda antiliberal que se incorporó mayoritariamente al peronismo en los 70, no se trataba de construir la democracia sino de hacer la revolución. Lo que Perón jamás pensó. Partían de una concepción jodida: quien fusila a un fusilador como Aramburu o asesina a traidores como Vandor y Rucci, tiene cien años de perdón: el poder estaba en la boca de un fusil.

Sin embargo, en los años 80 esa izquierda entrista se incorporó -al menos formalmente- a la concepción democrática que hasta entonces no tenía en cuenta. Habían defendido o directamente sido los jóvenes idealistas de los 70 echados por Perón pero ahora -en lo que parecía una autocrítica- eligieron un lugar distinto desde el cual militar: Se erigieron en los jueces morales de la república desde la cátedra o el periodismo, ya que poder político real tenían poco. Pero fueron habilidosos en devenir los principales críticos de la corrupción, la voz pura de la conciencia nacional y popular. Los que denunciaron el robo para la corona o los negociados del menemismo. Y con eso alcanzaron popularidad; hasta pusieron un vicepresidente: el Chacho Alvarez.

Pero con Kirchner volvieron a las andadas y ahora desde la centralidad del poder. Ya no serían los jueces morales de la corrupción, sino que lucharían por la revolución con otra concepción casi opuesta a la anterior, aunque el relato siguiera siendo parecido.

La teoría general de la izquierda es que aunque haya hechos individuales de corrupción, lo principal de la corrupción en la sociedad capitalista es que ésta es sistémica; por eso más que luchar contra los corruptos individuales, hay que luchar para acabar con el sistema. La lucha contra la corrupción más que moralizar la república (como sostuvieron en los 80 y 90) debe cambiarla por otra república no liberal, socialista, revolucionaria. Kirchner les llevó, en apariencia, el apunte diciéndoles: “Muchachos, sigan como antes, la corrupción neoliberal es sistémica, hay que luchar contra el sistema”. Pero, y he aquí la novedad, “para luchar contra el sistema ya no se trata a la vez de luchar contra la corrupción. Lo que tenemos que hacer es poner la corrupción al servicio de la causa nacional y popular”. Fue un salto copernicano.

Y los progres entristas estuvieron chochos ante el primer político que hablaba igual que ellos pero les decía algo más: “Vuestra concepción de la política es la mejor pero no sirve para tomar el poder. Para tomar el poder tenemos que hacer lo mismo que hacen los capitalistas solo que en sentido inverso: sacarles el dinero de la corrupción para ponerlo al servicio de la revolución. Que en vez de ser los políticos meros testaferros del poder real capitalista, que el poder real sea testaferro de nosotros, con lo cual nosotros pasaremos a ser el poder real”.

Y la izquierda clamaba de felicidad. Gracias a Kirchner habían descubierto lo que les faltaba: un modo efectivo de acceder al poder real.

“Para eso quería los dos millones de dólares que usted me criticó” le dijo Néstor a Víctor Hugo Morales y lo convirtió. “Para sacarles el poder es que les robamos a los corruptos” le dijo a Hernán Brienza y éste dijo, “hurra, viene a democratizar la corrupción para que los de abajo lleguen arriba”.

Kirchner ideologizó la corrupción pero no solo eso, la dio vuelta. Hizo a la izquierda que era anticorrupción cuando la hacía el menemismo, la principal defensora de la corrupción cuando la hacía el kirchnerismo.

En los demás gobiernos la corrupción era una pata del sistema, a veces la pata central como en el menemismo, pero pata al fin. Con Néstor, la corrupción fue el corazón del sistema. Cristina se limitó a continuarlo porque no le quedaba más que eso o denunciarlo, pero nunca estuvo tan convencida como Néstor de la centralidad de la corrupción.

Kirchner logró hacer, en una pirueta fenomenal, que los principales críticos de la corrupción en los gobiernos anteriores, fueran sus principales defensores. Eso le otorgó una impunidad para acumular poder y dinero que nunca nadie había tenido.

Los jueces Obligado y Grünberg que acaban de liberar a Cristina, hijos y empresarios amigos de los presuntos delitos en la causa Los Sauces-Hotesur. son hoy la punta del iceberg de este sistema, sus consecuencias más visibles. Dos jueces contra toda la justicia y contra todo el sentido de la justicia. Por haber sido cooptados material o ideológicamente, lo mismo da. Lo cierto es que más allá de ellos, toda la izquierda K salta de alegría por la impunidad de la dama. La indultaron ideológicamente aunque todos, incluso la izquierda K, sepan que ella y su marido robaron. Pero robaron para el pueblo, mientras que Menem robaba para la corona. Es afane con épica, son chorros heroicos. A eso sucumbió toda la izquierda, menos la trotskista y la socialdemócrata.

En síntesis, Néstor cooptó a un sector cultural minoritario pero que tenía un atributo: que se consideraba -y en gran parte era considerado por muchos otros- como la conciencia moral e intelectual de la sociedad. Y la cooptó no para que robaran con él, sino para que le avalaran el robo y le dieran justificación ideológica. Y puso a su mujer en la conducción de este movimiento hasta que ella terminó por creérselo del todo. No les pagó con parte del botín, pero sí les dio una parte, aunque minoritaria, del poder. Lo suficiente para que la conciencia y el poder se imbricaran tanto que generaran algo nuevo en la Argentina. O una forma nueva de algo viejo. Un odio moral e intelectual increíble, que separó a unos de otros según avalaran o no las políticas de los Kirchner y lo hizo divisoria de aguas como no se veía desde el primer peronismo. Les hizo beber sangre, les gustó y se volvieron vampiros.

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