Mendoza y la Nación: ¿Realmente nos merece la pena?

Reconozco que siempre he sido un enamorado de Mendoza y lo que representa. Desde hace mucho tiempo, sentí una gran diferencia entre la forma de hacer de mendocinas y mendocinos con lo que percibí en otras partes de Argentina.

Imagen Ilustrativa / Gentileza
Imagen Ilustrativa / Gentileza

Todos y todas en Mendoza, independientemente de su afiliación política, estamos viendo con estupefacción y enojo la sucesión de eventos sobre la licitación de Portezuelo del Viento. La negativa del Gobierno Nacional en continuar con la decisión de la construcción de una obra esencial para la provincia, con fondos que son de las y los mendocinos, representa una de múltiples decisiones en contra de esta provincia durante décadas.

Esta decisión del Presidente Alberto Fernández nos debe obligar a reflexionar, con mayor profundidad, el encaje de nuestra provincia en el entramado nacional. El origen de la nación argentina proviene de una unión de provincias como se especifica en el propio himno argentino. Esa unión provino del germen de una desafección de la población y de sus líderes con la situación en la metrópoli. Esas ansias de un futuro más brillante a través del control de su propio destino, fue la clave del éxito de esa independencia del poder central, que tanto admiramos.

Reconozco que siempre he sido un enamorado de Mendoza y lo que representa. Desde hace mucho tiempo, sentí una gran diferencia entre la forma de hacer de mendocinas y mendocinos con lo que percibí en otras partes de Argentina. Resulta obvio resaltar la capacidad de trabajo y sacrificio, su frugalidad, el respeto institucional entre sus referentes políticos independientemente de su perfil político, su orgullo de pagar las deudas tomadas, el valor de la palabra, entre otras características particulares de mendocinos y mendocinas. No deseo hacer juicios de valor, pero creo necesario contrastar estas particularidades locales.

  Mendoza es una provincia con una capacidad de desarrollo económico impactante tomando en consideración sus inherentes condiciones para el éxito en este siglo. Posee universidades de prestigio, un sistema educativo implantado, recursos naturales, potencial de generación de energías limpias, como la que queremos conseguir con Portezuelo del Viento, vitivinicultura, industrias metalmecánicas de nivel internacional, turismo, industrias importantes del conocimiento y software, contacto directo con el Pacífico y el Oriente, polo de desarrollo del siglo XXI. Adicionalmente, Mendoza posee unas condiciones climáticas muy atractivas para conseguir un alto nivel de vida para posicionarse como la California del Sur.

Desgraciadamente, muchas de estas potencialidades, que podrían mejorar exponencialmente la vida de nuestra población, quedan cercenadas por las condiciones generales de Argentina. Las sucesivas crisis recurrentes, los múltiples defaults, la inflación constante, el gastar más de lo que se ingresa, fuerzan a las mendocinas y mendocinos a unas condiciones de vida sustancialmente peores de lo que su potencial ofrece.

Es revelador que Mendoza genera más impuestos para la Nación que las transferencias que recibe, como se resaltaba en un brillante artículo publicado el 28 de junio pasado, en el Diario los Andes. Mendoza fue perjudicada con la instauración de la Promoción Industrial, con la coparticipación, con las transferencias de la Nación que legalmente nos corresponden y que no se reciben en su totalidad, con la negativa a autorizar la construcción de Portezuelo del Viento, entre otros muchos agravios. Siempre hemos sido componedores y reacios al conflicto, como es la filosofía de vida que compartimos como sociedad. Pero llega un momento en el que hay que plantarse, por el bien de nuestra generación y de las futuras generaciones de mendocinas y mendocinos. Si la situación nacional, desde el punto de vista económico, político, financiero, no ofrece soluciones a corto y largo plazo, solo generando inestabilidad y pobreza, puede que esté llegando el momento de comenzar a pensar en controlar nuestro propio futuro y destino. Tengo el profundo convencimiento que la situación no da más de sí. No pedimos más de lo que nos corresponde. No exigimos más de lo que merecemos. Ansiamos un tratamiento justo y equilibrado, no una humillación y un vasallaje constante. Preferimos la ilusión de un futuro mejor, que la desesperación de un continuo languidecer. Si no nos quieren, por lo menos que nos dejen volar libre.

No estoy hablando solo de mejoras económicas para la población. Estoy hablando de acabar con la frustración de no obtener un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Es ofrecer un halo de ilusión y oportunidad de crecer aquí, para no tener que emigrar, rompiendo familias y corazones. En estas condiciones, y contrastando la persecución constante del Gobierno Nacional hacia Mendoza y su gente, yo prefiero soñar…

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