Mendoza, una cultura andina del oasis que debe ser repensada

Somos una cultura del oasis. Somos una cultura andina. Somos una cultura del trabajo. Somos una cultura del árbol. Somos, y hoy más que nunca debemos serlo, una cultura del agua. Hay que recuperar la Mendoza del pasado que supo encarar mejor esos desafíos. Hay que mirar, en estos tiempos de globalización, cómo encararon similares desafíos comunidades internacionales que se nos parecen. Y hay que construir un nuevo proyecto de provincia que haga la revolución del agua y convoque los mendocinos a las cosas.

Dique Potrerillos
Dique Potrerillos

Si Mendoza quiere volver a crecer debe volver a pensarse, no para cambiar o negar lo que es o lo que fue, sino para recuperar en un nuevo tiempo aquellas estrategias y concreciones que la hicieron ser exitosa en el contexto nacional pese a no forma parte de la Pampa Húmeda. Pero además de recuperar lo perdido, debe sumar aquellas cosas que no pudimos tener por no ser parte, precisamente. de la Pampa Húmeda. Porque es bien sabido que la cultura nacional es básicamente la pampeana, la del hombre de los llanos al decir de nuestros poetas cuyanos. Mientras que las culturas andinas siempre fueron marginales en el desarrollo nacional. Y si hay algo que hoy debe repensarse es ese país andino para darle la proyección histórica que nunca tuvo, ampliando su importancia nacional. Del mismo modo que del otro lado de nuestra geografía nacional hay que reconstruir o más bien refundar Buenos Aires, esa provincia inviable que algún día habrá que transformar en varias provincias viables. Mendoza, a pesar de lo que le falta, es justamente una provincia viable, quizá la más adecuada al tamaño humano, ni megalópolis ni aldea, ni grande ni chica. Un territorio donde no crece nada que el hombre no haga crecer por lo cual su principal valor cultural es el del trabajo.

Una gran provincia para el desierto cuyano

Somos la cultura del oasis en la Argentina. Así como Alberdi y Sarmiento, entre otros patriotas, construyeron una gran nación para el desierto (pampeano) argentino (al decir de Tulio Halperín Donghi) con ferrocarriles, inmigrantes, ríos navegables, apertura al mundo y una constitución republicana , en Mendoza se ocupó el desierto (andino) con árboles, agua e instituciones, siendo esencial la Constitución de 1854, que fue la primera elaborada por una provincia de la confederación y se redactó sobre la base de un proyecto de Alberdi. Luego vendría la de 1916 que más que una constitución sería un proyecto estratégico de provincia del cual todavía hoy vivimos, y que si no podemos reformar es porque no hemos sido capaces de darle a Mendoza un nuevo proyecto provincial. Sin otro proyecto estratégico no habrá otra Constitución, salvo parches de la anterior.

Formamos parte de las grandes culturas de oasis del mundo. Tal cual históricamente lo fueron Tigris, Eufrates y las primeras ciudades como Ur, Lagash o Babilonia. También el Nilo y los egipcios. Tenemos culturalmente mucho que ver con los incas que llegaron hasta aquí fusionando su idea del oasis con las artesanales construcciones hídricas de los huarpes. Debemos aprender del Israel actual.Y apostar a ser como California, Languedoc o Rousillon. Pero a quien más nos parecemos es a Valencia o Murcia, a la España Mediterránea. Todos ellos son el espejo donde nos debemos ver. Y adaptar lo mejor de cada uno a los requerimientos de nuestro oasis.

Por otro lado, debemos recuperar la idea un tanto postergada de culturas andinas, a las cuales pertenecemos. Como dijimos en una nota anterior, don Juan Draghi Lucero hablaba del “andícola” como un hombre con una psiquis diferente al hombre pampeano, porque “la abrupta conformación serrana expulsa a la rueda y su exotismo e impone el paso cauteloso, propio de las llamas cargueras”. Los accidentes geográficos impedían el uso permanente de la rueda y en cambio convocaba al transporte con mulas. Y ese tipo de transporte influyó en nuestra identidad cultural. Nos hizo ser de un modo distinto a los hombres y mujeres de la Pampa Húmeda. Más cautelosos que exóticos, más reservados que extrovertidos, más conservadores y menos aventureros, pero no por ello menos emprendedores.

Draghi piensa que estamos conformados a la vez por la cultura andina y por la cultura del oasis. Incluso cita en una nota poco conocida, al doctor Emiliano Torres quien sostenía que la nación huarpe era un “mitimae”, o sea una población que bajo la autoridad inca fue trasladada del Ecuador a Cuyo a fin de que sirviera como una especie de paragolpes para los incas que querían conquistar a los araucanos del sur. Las bases teóricas de Torres eran precarias (apenas algunas similitudes de nombres toponímicos de San Juan y Mendoza con cierta región del Ecuador) pero habla de la identidad andina compartida entre incas y huarpes en la construcción del oasis en el desierto.

Para Edmundo Correas somos una síntesis primigenia de huarpes y españoles que luego supimos construir una identidad propia a través de la gran importancia que le dimos a las ideas republicanas liberales en contra del caudillismo que se impuso en las provincias cercanas. Lo dice así: “Cuyo recogió del aborigen el paisaje, la colonia formó los claroscuros del alma y genio de la raza. Y el siglo XIX le arraigó bien hondo los sentimientos de la libertad y la democracia”.

El ferrocarril andino y los revisionistas liberales

Fue el coronel Manuel Olascoaga quien nos dejó como herencia la necesidad de construir un país andino en una Argentina donde sólo se gestó un país pampeano. Y para eso pone de ejemplo a los trenes que trajeron un enorme progreso al país pero que se diseñaron como un gran embudo donde toda iba a Buenos Aires y había pocas conexiones de las otras regiones entre sí, lo cual formó una nación desequilibrada.

Según Olascoaga, el primer tren que tenía que haberse construido en el país debió ser aquel “que llevara por las faldas andinas el progreso que allí tiene su camino de prosperidad natural”. Pero, contrariamente, para diagramar las comunidades viales se obviaron las fronteras internacionales como la cordillera de Los Andes y los países andinos hermanos y solo se privilegió la seguridad interior. Entonces, termina el preclaro coronel cuyano, se construyó un país donde las luchas sociales determinaron el entramado de los medios de comunicación.

Casi proféticamente, Olascoaga afirma compungido que “es monstruoso que un territorio que daría lugar a 200 millones de habitantes no alcance aun los 8 millones porque no se distribuye la población y solo aumentan en los centros los proletariados angustiados”.

Su propuesta era la de trazar un entramado de ferrocarriles, canales y caminos formando la ruta andina. Porque tal como se hicieron las cosas desde Buenos Aires, “los ferrocarriles recorrieron las distancias dándole comodidades a la gente de recursos y al comercio, pero suprimieron el comercio de los pobres y sus industrias por medio de tarifas tan elevadas como no las hay en otras partes del mundo”.

Con su proyecto del ferrocarril andino que integrara a las provincias a lo largo de la Cordillera de Los Andes entre sí y con los países vecinos, Olascoaga podría ser considerado como el primer revisionista histórico liberal, porque es precisamente desde la misma ideología con que se construyó la nación argentina que él hace sus críticas.

Algo menos conocido es que quien tuvo también algo de revisionista liberal en lo que hace a los ferrocarriles fue Emilio Civit cuando fuera ministro de Roca y advirtió las deformaciones que traía aparejado el modo de construcción de dicho medio de transporte. El historiador Julio Irazusta lo rescata por esas ideas.

Irazusta no niega que el resorte de la expansión nacional había sido el desarrollo ferroviario. Se decía incluso que el afianzamiento de las instituciones se debía sobre todo al ferrocarril y como sus propietarios eran ingleses, todo era por su benéfica acción. Pero, advierte el historiador nacionalista, gente como Osvaldo Magnasco había denunciado como esas empresas paralizaban el desarrollo nacional, con una carga inmensa para el Estado para el presupuesto nacional.

El doctor Emilio Civit piensa algo parecido, y en una memoria ministerial, cuidándose mucho en sus palabras para no herir susceptibilidades políticas o económicas, dijo que la Argentina “construyó su red ferroviaria por medio de la empresa particular, pero con apoyo del Estado en forma de intereses garantidos, aportes de capital, exenciones de impuestos a la importación de maquinarias, concesiones de tierra, etc.”

Y además de recordar el papel del Estado en la construcción de los ferrocarriles agrega que “la explotación de los ferrocarriles en la forma en que han sido concedidos han legado serios problemas en lo que concierne a las relaciones entre las empresas, el comercio y la producción, que la crisis que viene gravitando sobre el país ha agravado y de los que es indispensable preocuparse para resolverlos dentro de los principios de equidad y justicia, y teniendo presentes los intereses que por una y otra parte están comprometidos”.

Como un gran estadista que sin negar sus sólidos principios liberales pensaba más en el país que en su ideología, Civit propuso lúcidamente “moderar lucros excesivos y proteger la producción del país..... He sostenido que todas esas concesiones importan monopolios y privilegios que no deben mantenerse a perpetuidad porque afectan el orden público contra el cual nadie puede tener derechos irrevocablemente adquiridos y que es necesario modificarlos con prudencia para salvar al país de los perjuicios y peligros que comportan”.

Al igual que Olascoaga, Civit también fue en este tema un revisionista histórico liberal que a la idea del ferrocarril andino del coronel, le agregaba la necesidad de controlar el lucro excesivo de las empresas inglesas, no sólo para limitarles las sobre ganancias, sino sobre todo para que las líneas ferroviarias se construyeran en base a las necesidades geoestratégicas del país y no basadas principalmente en los negocios económicos de las empresas privadas a cargo. Muy probablemente, formar parte de la cultura cuyana fue lo que lo hizo pensar así.

La revolución del agua

En base a todos esos ilustres antecedentes es que hoy es prioritario, fundamental, gestar en Mendoza una revolución del agua. En las obras hidroeléctricas que se irán haciendo, lo más importante no es la electricidad que producen sino su aporte hídrico. Pero las nuevas tendencias, en base a las experiencias pasadas, hoy insisten en que no hay que hacer más proyectos monumentales que no se construyen nunca o cuando se construyen ya están antiguos para las nuevas realidades climáticas. Hay quienes proponen utilizar los dólares de Portezuelo (los ahorros que pueden iniciar la construcción del nuevo proyecto provincial al que nos venimos refiriendo en toda esta nota) para generar diques pequeños diseminados por todo el territorio provincial a fin de alcanzar un nuevo equilibrio del agua que permita su eficientización a lo largo y a lo ancho de la provincia. Diez diques pequeños que cuesten lo mismo que uno grande, valen más para el crecimiento hídrico que necesitamos, según esta propuesta. Pero estamos lanzando solamente una idea para discutir a la cual deben agregarse muchas otras, incluso enfrentadas a ésta.

Hoy en Mendoza, volver a los orígenes es un salto hacia adelante. Y eso se logra agregando más valor y generando más empleo con mejor tecnología. Pero para eso hay que repensar la provincia estudiando en profundidad el nuevo fenómeno de cambio climático que se puede afrontar con más tecnología y menos contaminación. Dicen los especialistas que debemos prestarle especial atención a los residuos sólidos que degradan nuestra vida. Y para invertir contra los residuos hay que hacerlo a favor del agua con tratamientos eficientes, que a la vez sean fuente de energía. Minimizar el costo ambiental del desarrollo pero sin renunciar al desarrollo, sino no tenemos destino.

Así como dijimos en otra nota, el ingeniero César Cipolletti armó las bases estructurales del sistema hídrico mendocino del siglo XXI. Y fue Luis Carlos Lagomaggiore el primer gran sanitarista determinante en hacer los sistemas de saneamiento de la ciudad de Mendoza. Construyó las defensas contra las frecuentes epidemias de cólera y fiebre amarilla, las dos ocasionadas por el agua. Y así como hoy necesitamos un Cipolleti para que diseñe el nuevo sistema del agua, necesitamos también un Lagomaggiore que piense cómo integrar Mendoza a los nuevos requerimientos del cambio climático, el gran desafío amenazante que tenemos por delante.

Hoy, sintetizar la cultura andina con la cultura del oasis como hicieron nuestros mejores prohombres a lo largo de la historia, debería ser prestarle igual importancia a la dirección estratégica del agua y de la tierra. Para eso el Estado (o la sociedad políticamente organizada) debe conducir su uso y hacer que los intereses privados acaten las reglas institucionales en vez de tratar de imponer las suyas. El desarrollo inmobiliario privado debe hacer crecer a Mendoza, pero la especulación inmobiliaria puede hacerla crecer deforme, como en parte ocurre ahora por falta del debido control.

La Superintendencia de Irrigación fue creada como una institución señera que tiene, si lo desea, poder estatal y autónomo suficiente para imponer sus criterios a los de los particulares. Antes el agua la manejaban las intendencias, hasta que se creo una “super-intendencia” con la autoridad suficiente para controlar a las grandes empresas.

Pero a la vez tenemos una ley del uso de la tierra que no posee una institución similar para limitar la especulación inmobiliaria a la cual el Estado hoy no puede controlar como controla el uso del agua. Quizá deberíamos pensar en algo así como una Superintendencia del uso de la tierra para los gobiernos que vienen.

En general. deberíamos construir una Mendoza que recupere lo mejor de nuestra identidad pero en nombre de un futuro que hoy por hoy no tenemos demasiado en claro. Y que es imprescindible primero pensarlo para luego concretarlo. No es que nos falte inteligencia, es que estamos demasiados conformes con vivir de grandezas anteriores ya desgastadas y con divisiones presentes innecesarias. Hay que romper ese conformismo y simplemente decir, recordando a Ortega y Gasset, “mendocinos, a las cosas”.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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