Mendoza debe retomar los caminos del desarrollo

Más allá de los vaivenes del péndulo y de la inestabilidad política reinante a nivel nacional, el período entre 1930 y 1975 se caracterizó por un modelo económico y social que generó prosperidad y mejora de la calidad de vida: el desarrollismo.

Industria vitivinícola de Mendoza. Foto: Archivo Los Andes
Industria vitivinícola de Mendoza. Foto: Archivo Los Andes

Allá por noviembre de 1983, en pleno retorno a la democracia, el ingeniero Marcelo Diamand publicaba su artículo “El péndulo argentino”. En él, sostenía que, a lo largo de los últimos setenta años, el país alternó entre “cambios muy bruscos y muy frecuentes de la política económica que muestran una oscilación pendular entre dos corrientes antagónicas: la corriente expansionista o popular y la ortodoxia o el (neo)liberalismo económico”. El péndulo se origina en los desequilibrios de la balanza de pagos derivados de la restricción externa y está asociado a tres “círculos viciosos”: la deuda externa, el carácter conflictivo del desarrollo y la eficiencia para lograr el desarrollo. Hasta el momento, los gobernantes argentinos no han optado por frenar la oscilación del péndulo, ni han logrado diseñar un modelo económico propio que sea capaz de sacarnos de las variantes neoliberales o populistas, que por sí solas no resuelven los problemas crónicos que afectan a la economía nacional.

Más allá de los vaivenes del péndulo y de la inestabilidad política reinante a nivel nacional, el período entre 1930 y 1975 se caracterizó por un modelo económico y social que generó prosperidad y mejora de la calidad de vida: el desarrollismo. En Mendoza, en aquellos años, la provincia fue gobernada por los conservadores populares (peronistas) y por los conservadores liberales (demócratas). Las influencias desarrollistas en los gobiernos conservadores saltan a la luz en los hechos y en las obras de aquellos tiempos. Petróleo, vitivinicultura, industria local. El 50% de los recursos corrientes de la provincia eran propios entre 1951 y 1971. En 1970, la tasa de urbanización era de 65,86% y la tasa de extensión de educación primaria, del 94%.

Por contraste, en los últimos cuarenta años, la provincia de Mendoza se ha posicionado en el sector neoliberal del péndulo, produciendo un estancamiento y retroceso en comparación con el acelerado crecimiento de otras provincias vecinas. En ello influyeron: la caída del consumo del vino en el país y la desaparición de su producción en grandes volúmenes; haber dejado el primer lugar como provincia productora de petróleo y la pérdida del dinamismo de los sectores metalmecánicos, asociados a esos dos motores de la economía local. Con más de un siglo de una dirigencia claramente liberal pero defensora de un Estado activo, dedicado a conducir el motor de la economía en beneficio de todos los mendocinos, Mendoza pasó a ser gobernada por meros administradores que permiten un laissez faire económico, con las consecuencias hoy padecidas por todos. Se suma también una alta deuda externa -gran parte de ella en dólares generada por la gestión Cornejo-, imposible de refinanciar. Y, por otro lado, la galopante inflación “macro” que ha llegado a niveles extremadamente altos y el gobierno nacional no parece poder admitir ni controlar.

La salida a ello no parece estar en el populismo que algunos pocos pregonan, sino en encontrar un camino propio acorde con la idiosincrasia mendocina y los deseos del desarrollo tan ansiado. Debemos ampliar la matriz productiva, generando un verdadero auge económico en la provincia, permitiendo el ingreso de dólares necesarios para afrontar gastos corrientes y la infraestructura imprescindible para el desarrollo. Recuperar el aparato industrial, comenzar a debatir la posibilidad de implementar una minería sustentable -incluso pensar en la realización de un plebiscito para definirlo-. Contamos con un gran potencial de minerales, que pueden constituirse en el primer eslabón de una cadena de valor diversificada, teniendo como mascarón de proa a las energías renovables. Crear centros de innovación para el desarrollo, que en forma de clusters se asocien al aparato industrial. Reforzar el gran potencial académico que tenemos -hoy emigran nuestros profesionales-. Los polos TICs deben servir a un ecosistema mayor que incluya a los sectores agroindustrial, vitivinícola, a la biotecnología y también a otros nuevos que se incorporen a nuestra matriz productiva.

Es necesario pensar en un nuevo Estado que ponga en el centro al ciudadano mendocino. Un Estado ágil y eficiente, con buenos equipos de gestión en todos los estamentos. Con innovación para la gestión pública. Con estadistas con capacidad de liderazgo. Que priorice a la cultura y la educación. Que promocione los valores tradicionales que tiene esta provincia. El progreso no surge por generación espontánea; el Estado debe ser un catalizador del desarrollo económico provincial.

Hoy urge retomar los caminos del desarrollo. Con un modelo basado en los recursos naturales, en el potencial que tienen nuestros oasis, pero también en lo que contiene el suelo y subsuelo de todo el territorio provincial, apoyado en las premisas de sostenibilidad de la Agenda 2030, para el logro del triple impacto. Integrando la totalidad de las cadenas de valor locales y globales, insertos en el mundo, con salida al Atlántico y al Pacífico. El desarrollo es posible, pero depende de buenos liderazgos y estadistas fuertes, del acompañamiento de todos los mendocinos con una mentalidad capaz de superar los obstáculos y las barreras que nos han llevado hasta aquí. El desarrollo de Mendoza es posible. ¿Seremos capaces de construirlo?

*El autor es consultor en desarrollo territorial y políticas públicas. Además es docente universitario.

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