Más iguales y más pobres

En Argentina, tanto la pobreza como la indigencia vienen mostrando un deterioro tendencial desde el año 2011, con picos en las crisis de 2014, 2019 y la crisis del Covid-19

Los merenderos son lugares donde se percibe el crecimiento de la pobreza en Mendoza. Foto: José Gutiérrez / Los Andes
Los merenderos son lugares donde se percibe el crecimiento de la pobreza en Mendoza. Foto: José Gutiérrez / Los Andes

El último dato de la pobreza, que se dio a conocer recientemente, arrojó que la misma, durante el primer semestre de 2021, llegó al 40,6%. En otras palabras, estamos hablando aproximadamente de 18,5 millones de personas que no llegaron a superar el umbral mínimo que establece la línea de pobreza. Por su parte, la medición de la indigencia fue de 10,7%. Es decir, 4,8 millones de personas no alcanzaron a cubrir las necesidades alimenticias más básicas. Lo cierto es que tanto pobreza como indigencia viene mostrando un deterioro tendencial desde el año 2011, con picos (como es de esperarse) en las crisis de 2014, 2019 y la crisis del Covid-19 (que impuso un piso del 40%). Esta última crisis representó un incremento de 5 puntos porcentuales entre 2019 y la primera parte de 2021.

Siendo que la distribución del ingreso es la misma que hace dos años (el índice Gini arrojó el mismo valor en el primer semestre de 2021 que en el primer semestre de 2019), no hay dudas de que el problema de la pobreza es un derivado de la caída del ingreso y de la falta de crecimiento.

Asimismo, y dentro de la región, la Argentina es el país que sufre el mayor empobrecimiento. Según datos del Ministerio de Desarrollo Social de Chile y las oficinas de estadísticas de Uruguay y Argentina, se observa que en Uruguay la pandemia produjo un aumento de la pobreza del 8% al 12% de la población total, en Chile subió de 8% a 11% y en Argentina la incidencia de la pobreza era de 35% antes de la pandemia y actualmente llega al 41% de la población. Siendo que la Argentina entró a la pandemia en condiciones mucho más delicadas que la de sus países vecinos y que en el contexto de la crisis sanitaria se profundizaron las diferencias, no hubo sólo peores resultados en términos de muertes sino también en empobrecimiento.

Medidas tan estrictas sin sostén científico complicaron aún más el cuadro. El enfoque netamente sanitario no evitó muertes y produjo enormes daños económicos y sociales. Con un grado mayor de pragmatismo, los países limítrofes evitaron picos de contagios, desbordes del sistema de salud y muertes, obteniendo mejores resultados en ambos frentes. El empobrecimiento con más gasto asistencial no es una derivación exclusiva de los errores por la pandemia.

En el segundo trimestre del 2020, cuando el confinamiento fue más estricto, había 3 millones de ocupados informales menos. Como la informalidad está muy correlacionada a la pobreza, era previsible que en la primera mitad del 2020 la incidencia de la pobreza superara el 40%. Ahora, con el incremento de los planes sociales, la pobreza se sostiene y se incrementa. Según el INDEC, para el primer semestre del 2021, los ingresos laborales representan el 73% de los ingresos totales de las familias, los ingresos no laborales (mayormente asistencia social) representan el otro 27% y en el 2019 se observaba una distribución similar ya que los ingresos no laborales representaban el 28%.

En el 2021, cuando la población se liberó y volvió al mercado laboral, la fuente principal de ingresos de los pobres vuelve a ser el trabajo. Siempre subyace la idea de que el grueso de los ingresos de los hogares pobres proviene de las ayudas asistenciales. Este es el diagnóstico con el que se sostiene que, para paliar la pobreza, hay que destinar más fondos a la asistencia social.

En síntesis, las evidencias señalan que el principal instrumento para luchar contra la pobreza es reducir la inflación y no que, con un nivel de inflación interanual corriendo arriba del 50%, el aumento de ingresos llegue a través de los planes asistenciales, que nunca terminan compensando la pérdida por la licuación que se produce. Asimismo, la vía directa para combatir la pobreza es aumentar la cantidad y calidad de los empleos y los niveles de empleabilidad para los sectores más vulnerables, modernizando la legislación laboral y tributaria.

Por otra parte, más allá de los niveles de igualdad, las cifras denotan que los ingresos se han deteriorado en los últimos años. Analizando el comportamiento, vemos a una sociedad aún bastante igualitaria pero cada vez más pobre. El foco debería estar en no volver a caer en una nueva crisis macroeconómica y en volver a plantear un escenario que habilite la posibilidad de recuperar una senda de crecimiento. Este último punto, poniendo el acento en la recuperación del sector privado.

*El autor es Profesor de la Universidad del CEMA

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