Los nazis en el relato de Putin

El manejo que hace de la propaganda evidencia que Putin se formó en el KGB, uno de los instrumentos claves del totalitarismo soviético.

El presidente ruso, Vladimir Putin. (Sergey Guneev, Sputnik, Kremlin Pool Photo vía AP/Archivo)
El presidente ruso, Vladimir Putin. (Sergey Guneev, Sputnik, Kremlin Pool Photo vía AP/Archivo)

Marko Dren esconde gente en un sótano para protegerla de los nazis. Los protegidos deben fabricar armas para que su protector las entregue a los partisanos que luchan contra los nazis que ocupan Yugoslavia. Pero, 20 años después, la gente sigue fabricando armas sin salir del sótano porque Marko Dren les hace creer que la guerra continúa y que en la superficie están los nazis.

La patraña de la “desnazificación” y del nazismo controlando Ucrania hace que Vladimir Putin se parezca a Marko Dren, el desopilante personaje de Underground (Erase una vez un país), la película con que Emir Kusturica retrató el fanatismo en Yugoslavia desde la Segunda Guerra Mundial hasta su desintegración.Los nazis fueron el enemigo perfecto en los relatos políticos creados para justificar guerra y dominación en Los Balcanes. También lo fueron en los países europeos sobre los que Rusia siempre intentó imperar. Por cierto, la invasión alemana al III Reich dejó resabios ideológicos tóxicos en esos países que vieron en la “Operación Barbarroja” una posibilidad de librarse de los brazos rusos. Pero que, a esta altura de la historia, la coartada para justificar una invasión con consecuencias catastróficas sean los nazis, resulta delirante.

Ni siquiera hace falta retrucar semejante excusa, pero a quienes le señalan al Kremlin que el presidente de Ucrania no puede ser nazi porque es judío, el canciller Serguei Lavrov les respondió de una manera oscura y retorcida, diciendo que Hitler tenía sangre judía en sus venas. Que esa alta figura del régimen de Putin use como argumento una teoría conspirativa elucubrada desde tiempos remotos para instalar en las mentes que los judíos fueron sus propios victimarios a lo largo de la historia, muestra que, en todo caso, hay más intoxicación nazi en el Kremlin que en Ucrania.

Tanto los habitantes de esa porción del territorio de Moldavia que está en manos de separatistas pro-rusos que la llaman Transnistria, como los de muchas ciudades del Este de Ucrania y los de la propia Rusia, se parecen a la familia del sótano de la historia que escribió Dusán Kovacevic y dirigió Kusturica en 1995.

Putin intenta en la realidad lo que el delirante Marko Dren lograba en la ficción: convencer a gente desprovista de información veraz que él está luchando contra los nazis.

Muchos habitantes del Transdniester moldavo controlado por pro-rusos, y de las ciudades del Este de Ucrania, esperan que los rusos vayan a salvarlos del nazismo ucraniano. Lo mismo repiten como disco rayado los medios de comunicación de Rusia y todo los dirigentes y referentes que no quieran terminar encarcelados como Alexei Navalni y tantos activistas y manifestantes que hablaron de “guerra” y de “invasión”, o acribillado a balazos como Boris Nemtsov o como la periodista del portal de investigación The Insider, Oksana Baulina, asesinada por soldados rusos en los suburbios de Kiev.

Incluso en el resto del mundo hay dirigencias y militancias de izquierdas y derechas fascinadas con Putin que sintonizan la realidad paralela creada y difundida por los aparatos de propaganda del líder ruso.

En todos los países centroeuropeos hay residuos de nazismo. También en países que, como Ucrania y Finlandia, en la Segunda Guerra Mundial aprovecharon la invasión de Alemania a la URSS para saldar cuentan pendientes con Moscú.

Por caso, los finlandeses intentaron sin éxito recuperar los territorios perdidos en la Guerra de Invierno, que les impuso Stalin en 1939 para apropiarse del istmo de Carelia.

En el caso de Ucrania, esos resabios tóxicos se ven incluso en fuerzas paramilitares que terminaron integradas al ejército, como el Batallón Azov. Pero describir al gobierno y a las Fuerzas Armadas de Ucrania como nazis, es incursionar de lleno en el absurdo. Y hablar de “operación para desnazificar” implica niveles lisérgicos de satanización de lo que se pretende destruir.Aún en la agudización autoritaria iniciada con la invasión, el régimen de Putin no es totalitario. Pero el manejo que hace de la propaganda evidencia que su líder se formó en el KGB, uno de los instrumentos claves del totalitarismo soviético.

Hasta fines del siglo 19, los rusos tenían como encarnación del mal a los tártaros. Luchar como lo habían hecho los cosacos se justificaba ante el supuesto eterno asedio de los tártaros, reencarnados en el yihadismo terrorista que Putin enfrentó en el Cáucaso tras demoler con bombardeos el independentismo musulmán en Chechenia, Ingushetia y Daguestán.

Pero como los ucranianos son tan eslavos y cristianos ortodoxos como los rusos, a los tártaros los reemplazaron los nazis en el relato. El objetivo de esa burda patraña es convertir a Rusia y su periferia en el sótano del desopilante Marko Dren.

*Claudio Fantini es politólogo y periodista

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