La victoria de los segundones

Con la derrota victoriosa que acaban de inventar los peronistas segundones, si Freud viviera se haría un picnic.

Con la derrota victoriosa que acaban de inventar los peronistas segundones, si Freud viviera se haría un picnic.
Con la derrota victoriosa que acaban de inventar los peronistas segundones, si Freud viviera se haría un picnic.

Lo del domingo pasado fue algo parecido a las testimoniales nestoristas de 2008, un invento peronista. Ahora idearon la derrota victoriosa, otra auténtica contradicción en sus términos. Con las testimoniales los candidatos se postulaban a un cargo con la intención explícita de no asumir sino sólo para sumarle votos a otros candidatos menos conocidos. Con la derrota victoriosa se gana perdiendo porque se sacó un escaso número de votos más que en las PASO en la provincia de Buenos Aires. Sólo un grupo de segundones de la política (entre los cuales, por supuesto, no se encuentra_Cristina Fernández) pueden saltar de alegría y cantar victoria pese a haber sacado 5 millones de votos y 15 puntos porcentuales menos que en 2019 en todo el país, haber perdido en 16 provincias y siendo derrotados en el 80% de los municipios de la provincia donde recuperaron dos puntos.

Se trata del mismo grupete que durante el domingo de las PASO, a las 20 horas, festejaron bailando un triunfo que suponían haber logrado cuando fue exactamente al revés. Pero por lo menos aquella vez cuando se dieron cuenta del error, pusieron la cara larga que se suele poner en las derrotas. Ahora no, incluso habiendo perdido bailaron y festejaron como si hubieran ganado.

¿Disimulaban o realmente se creían lo que estaban haciendo? Ni una cosa ni la otra, estaban contentos en serio porque en realidad habían ganado de acuerdo a las expectativas que tenían, al lograr que con ese resultado Cristina ni pudiera proclamarse la ganadora exclusiva como hubiera ocurrido en el caso de un triunfo verdadero, y por otro lado,que tampoco pudiera retarlos como lo hizo tan duramente cuando las PASO. Era el resultado ideal para los segundones de la política. Habían conseguido sobrevivir, y la realidad es que nunca estuvieron allí para otra cosa, para disfrutar las mieles del poder prestado, que aunque no sea el poder real, para los que no tienen nada propio es mucho más que nada. Pese a que todos los votos que Alberto y compañía atrajeron en 2019 sumándolos a los de Cristina y los inamovibles del justicialismo, huyeron prácticamente en su totalidad hacia otros destinos, de los más diversos, ni siquiera tanto hacia Cambiemos que le bastó repetir algo parecido a la última elección para arrasar.

En fin, con la derrota victoriosa los segundones lograron que la mamá jefa no los retara. Ella fue la única, junto con la Cámpora, que no participó del eufórico festejo por el insignificante repunte en medio de una derrota estrepitosa. Y eso es porque ella se considera (y es considerada por los segundones aunque la teman más de lo que la quieran) una reina. Y una reina no puede festejar una derrota aunque aparezca simulada de triunfo. Eso lo pueden hacer sólo los súbditos que alejan con la derrota victoriosa su ira, o al menos que ella pueda expresarla públicamente como hizo en las PASO. No hay mayor felicidad para esa clase de gente que el silencio de Cristi.

Los segundones tenían todo preparado para lo que esperaban fuera una derrota por un margen más amplio: el domingo a la noche mientras la oposición festejaría, Alberto Fernández se engalanaría con todos los atributos presidenciales y mediante una especie de cadena oficial leería un discurso preparado por su agenda catalana de marketing, donde básicamente diría: ciudadanos, acá no ha pasado nada, vamos hacia adelante, acordemos entre nosotros y con el FMI y empecemos a gobernar de nuevo. Ni siquiera se referiría al resultado electoral, intentaría saltear el laberinto por arriba. Que se hablara lo menos posible de la previsible derrota. Pero hete aquí que mientras se divulgaba el anodino documento del olvido, no se perdió por más sino por menos en la provincia. Entonces Alberto decidió sobre la marcha contradecir lo que dijo en el discurso recién pronunciado (algo que de tanto hacer ya le sale admirablemente bien) y volar al bunker del Frente de Todos para en vez de alentar el olvido, proclamar literalmente la victoria, en una de las escenas más surrealistas de que se tenga memoria en la política argentina.

Y luego fue el exitoso presidente el miércoles al mitin donde hablaría sólo frente a la multitud de los que le temen pero quisiera liberarse de Cristina, mientras que de lejos los miraban los camporistas en señal de ni fu ni fa. En el acto, agrandado, Alberto abortaría el acuerdo político al que convocó el domingo con la oposición al negar que asistan dos de sus principales referentes -Macri y Milei-. Esta gente pequeña pasa del susto a la soberbia en solo un instante.

Tiene además este peronismo segundón una dependencia psicológico política pocas veces vista en la historia nacional frente a una persona que en su vida perdió aún más que ellos. Un peronismo que le tiene miedo terrorífico a una jefa que aun así deberá también validar sus jerarquías, ya que perdió en el Senado y en Santa Cruz y Buenos Aires, sus dos provincias pero que aun así mira con la nariz tapada a ese peronismo que desprecia pero que necesita.

Si Freud viviera se haría un picnic.

Una encuesta ejemplifica bien lo que está pasando. Sólo Cristina posee alguna cantidad de votos propios. Y como nadie más en el peronismo tiene un voto, ella hace valer su poderío relativo como si fuera el poderío total. En el país de los ciegos el tuerto es rey.

Hablamos de una reciente encuesta de CB consultora que propone elegir un candidato presidencial del Frente de Todos: a Juan Manzur lo elige el 0,6%, a Kicillof el 1,1%, a Máximo Kirchner el 2,7%, a Alberto Fernández el 3,5% y a Sergio Massa, el 3.9%. Sólo sobresale Cristina que es elegida por el 16,2%. Mientras que el 52,7% de los votantes no elegiría a ninguno.

Eso es hoy el peronismo del 33%, la mitad de esos votos son exclusivos de Cristina y el resto son las inamovibles del movimiento. Los otros dirigentes son prácticamente nulos en arrastrar voluntades populares. Es mucho lo de Cristina en relación a los demás, es poco para ganar una elección. Lo cierto es que todos los que votaron al peronismo en 2019 creyendo que les ofrecía algo más que Cristina aunque se los ofreciera Cristina, fugaron en estas elecciones hacia otros rumbos, incluso ideológicamente opuestos.

Es imposible creer que ese cambio sustancial del voto pueda deberse solamente a la pandemia y a la herencia recibida como suponen los segundones. Es básicamente el castigo a una pésima gestión, incluyendo, claro está, a su principal responsable, Cristina Fernández, la única que -al menos- cree que se perdió perdiendo.

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