La polarización material y la paradoja de Griesa

Fernández cerró dos pactos para llegar a la Presidencia. Uno con Cristina que le demanda acciones concretas. Y otra con un sector del electorado que le reclama acciones tal vez opuestas.

Editorial
Editorial

Alberto Fernández se enfrenta hoy con algo más profundo que la grieta que prometió: las bases materiales de la polarización. Bien querría el sistema político que la grieta fuese sólo una discusión verbal, un contraste de valores o un combate de emociones. No lo es. Hay circunstancias factuales que exceden los dominios del discurso. La liberación de Lázaro Báez es un hecho. Las movilizaciones de protesta son otro.

Fernández cerró dos pactos para llegar a la Presidencia. Uno con Cristina y su sector, que le demanda acciones concretas. Y otro con un sector del electorado que le reclama acciones distintas y tal vez opuestas.

Durante la cuarentena, Fernández les pidió paciencia a aquellos que lo votaron siguiendo su promesa de reactivar la economía sin atropellar las instituciones. Pero al mismo tiempo cedió ante la impaciencia de quienes aprovecharon el confinamiento social para obtener impunidad, en defensa de su economía propia. Uno de los dos pactos se impuso sobre el otro. En ese desequilibrio político se encuentra el Presidente.

La situación no sería muy distinta a la que imaginó antes de asumir, confiado en su capacidad como operador político. Pero ocurre en circunstancias objetivas que no esperaba: una crisis global que le sobrevino a la Argentina cuando ésta ya estaba en terapia intensiva.

Es un condicionante tan grave que le impide al Presidente cumplir en simultáneo con sus pactos preexistentes. O beneficia a Cristina y sus seguidores, cuya base material es el enriquecimiento que lograron durante su década ganada; o cumple con los votantes que confiaron en su promesa de reactivación.

Fernández avanzó con la amnistía encubierta a la corrupción kirchnerista. En los términos que había presupuestado antes de asumir, con factura al voto castigo. Pero las decisiones económicas que tomó durante la pandemia le agravaron muchísimo el contexto. No existe la pospandemia como una normalidad a la que la sociedad despierta despues de una pesadilla. La pospandemia es la sociedad dañada durante la pesadilla.

Se debate entonces qué crisis del pasado se parece más a ésta. Cavallo sostiene que lo actual se parece a la estanflación de 1988. Mide sólo las variables económicas. Los intendentes y sacerdotes del conurbano bonaerense comparan con 2001. Miden especialmente el colapso social.

Algunos politólogos creen que el sistema de partidos está más estable ahora que entonces. Otros dicen lo contrario: los populismos más radicalizados incuban en bolsillos vacíos.

Alrededor de Alberto Fernández imaginan una escena apenas similar a 2015. El déficit fiscal trepa a los niveles que dejó Cristina. La emisión monetaria para cubrir el bache promete inflación mayor. La recesión que entonces se exageraba por la crisis global, ahora es una depresión innegable, por la crisis global. La deuda estaba entonces en default por el juicio en lo de Thomas Griesa. Y regía un cepo cambiario que no lograba contener el valor marginal del dólar.

Entre los indicadores sociales, la pobreza crecía a un ritmo acelerado. Sólo se atenuó antes de las legislativas de 2017. Ahora se dispara hacia un escalón mayor.

Y entre los indicios políticos: como consecuencia de un balotaje estrecho, en la oposición predominaba en 2015 una línea dura que tornaba difícil (y oneroso cada vez que una negociación llegaba al Congreso y aparecía el poder de los gobernadores) el equilibrio precario de la gobernabilidad.

La última reunión de Alberto Fernández con los jefes territoriales se resumió en una sola cosa: la transacción de los subsidios por la emergencia. Y el Presidente accedió a un encuentro con referentes de la oposición porque registró la vigencia del vínculo entre el expresidente Mauricio Macri y las protestas callejeras, potenciadas por el agobio de la cuarentena eterna.

Fernández y Macri comparten una limitación común: al presidente actual le cuesta transformar el proyecto político de la resistencia a Macri -que nació por la negativa- en una política propositiva que a la vez incluya el pacto de impunidad para Cristina.

A Macri le cuesta todavía articular un discurso donde no se advierta la frustración por la oposición salvaje que tuvo cuando le tocó gobernar. Y lograr que ese resentimiento -que permea entre sus seguidores- no le obstruya una política propositiva.

Fernández intentará esta semana abrir espacios para un acuerdo de gobernabilidad, a través del mismo camino de 2016: pedir compañía política para firmar con los acreedores externos. Su margen está acotado por hechos nuevos. La negociación con los bonistas se hizo de un modo tan incauto que los fondos de inversión presionan ahora sobre las reglas de juego, las cláusulas de acción colectivas. Qué derechos se reservan los que queden afuera del acuerdo.

El riesgo no es menor. Evoca la recordada paradoja que consagró el juez Griesa: si Argentina les pagaba a los holdouts, disparaba el default. Y si no les pagaba, también.

La novedad desagradable es que después de esa emboscada, aún resta negociar un plan económico con el principal acreedor, el FMI. Esa negociación tiene un vértice ineludible hasta noviembre: Donald Trump.

Una alfombra en la que se inclinó hace unas horas el mexicano Andrés López Obrador. El socio que venía a cambiar el mundo.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA