La patria de Belgrano era el bien común

Belgrano estuvo signado por un destino de entrega. Incluso hoy, a 200 años de su fallecimiento y por el contexto de pandemia,  su figura histórica debe renunciar a un sinnúmero de homenajes presenciales preparados desde hace tiempo en todo el país.

El creador de la bandera honraría una vez más a la patria. Se preocuparía sólo por el bienestar de la población y no por  reconocimientos a su trayectoria.

Su vocación de servicio era el bien común que se sintetizaba en el progreso social de la patria americana y la plasmación de las ideas del iluminismo y la ilustración.

Se apasionó de estos conceptos en su estadía europea (1786-1793) cuando estudiaba derecho en la Universidad de Salamanca.

El siguiente texto de su autobiografía da cuenta de ese norte que eligió para su existencia: “En los primeros momentos en que tuve la suerte de encontrar hombres amantes al bien público que me manifestaron sus útiles ideas, se apoderó de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho  general”.

El creador de la bandera vivió cuarenta años bajo el régimen colonial y diez en una patria en guerra y convulsionada. Murió  sin disfrutar de la victoria definitiva ante el absolutismo español y sin ver a su país unido y estabilizado.  El contexto socio-político del país le fue adverso. Aún así cumplió con su vocación, trascendió intereses personales y sectoriales y vislumbró un horizonte de bienestar y progreso para su entorno.

En su memoria como vocal de la Primera Junta  en 1810 dio cuenta de su vocación y escribía: “Era preciso corresponder a la confianza del pueblo y me contraje al desempeño de esta obligación (…  )  el bien público estaba a todos instantes a mi vista”.

Y así fue, acatando órdenes de los gobiernos de la Provincias Unidas del Río de la Plata, organizó campañas militares hacia Alto Perú, Montevideo y Paraguay.

Si bien tenía una breve experiencia con las armas durante las invasiones inglesas, esta actividad no era lo que más le interesaba. Su formación era jurídica y económica. Pero la patria lo necesitaba y el valiente Manuel, intelectual instruido y reconocido por academias europeas, se convirtió en general. 

Creó la bandera el 27 de febrero de 1812 al iniciar sus expediciones. Ese paño de dos colores transmitía identidad, fervor patriótico y la misión de liberar a América del Sur.

Su estatura moral y su convicción revolucionaria infundían fuerza a las tropas. Como jefe del Ejército del Norte pudo realizar el heroico éxodo del pueblo jujeño, obtener las grandes victorias de Tucumán (1812) y Salta (1813); y aceptar las consecuencias de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma (1813).

La Asamblea del año XIII le otorgó 40.000 pesos en oro como premio a sus victorias. Belgrano lo destinó a edificar cuatro escuelas, misión que los encargados de construirlas nunca hicieron.

Luego entregó el mando del Ejército del Norte, apoyó a San Martín y  a la declaración de la Independencia en el Congreso de Tucumán.

Estos fueron algunos hitos en el derrotero de un actuar acorde al bien común y de aceptación de un destino colectivo.

Su legado axiológico se sintetiza en la coyuntura que rodeó  su muerte aquel 20 de junio de 1820. Existieron tres condiciones visibles: la vocación de servicio a la patria a través de duras campañas militares y el consecuente debilitamiento de su salud; la fidelidad de amigos incondicionales que cumplieron con su última voluntad; y la entrega de sus bienes a la causa americana que lo dejaron en la extrema pobreza. Su país necesitaba independizarse y llevó este estandarte con su ejército hacia donde su tierra lo requería. Desestimó inquietudes particulares y el refugio de una vida familiar. Todo era poco para la libertad de la patria. Esta fue su pasión y a la que entregó su existencia.

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