La moderación como futuro

Ese 60% “no grieta” debería ser suficiente para generar dentro de las fuerzas políticas dirigentes capaces de dialogar. Pero resulta mucho más fácil la chicana berreta que pensar y proponer programas que lleven a un cambio cultural imprescindible para el desarrollo.

No se trata de nombres, ni de personas. La verdadera opción es más profunda. La alternativa crucial son las ideas.
No se trata de nombres, ni de personas. La verdadera opción es más profunda. La alternativa crucial son las ideas.

“La pregunta es ¿cómo creen que se puede arreglar / un mundo donde todos llevan la razón?”

La canción de las bestias. Fito Páez

Hay un dato que resulta tan extraño como alentador: 60% de los argentinos se identifican como “no grieta”. No es poco para un país urgido de consensos pero dominado por posiciones tan extremas como inconducentes para resolver los problemas que nos agobian desde hace décadas.

El estudio de la consultora Pérez Aramburu & Asociados pretende seguir la evolución de esa franja de gente que no se identifica con Cristina Fernández de Kirchner ni con Mauricio Macri. El principal detalle es que, aunque entre ellos predomina un perfil opositor, este tiene una intensidad menor que en los extremos de la grieta por lo que buscan ser representados por líderes moderados.

No se trata de nombres, ni de personas. La verdadera opción es más profunda. La alternativa crucial son las ideas. “Una noche volvimos y vamos a ser mejores” dijo Alberto Fernández entre los vahos de la victoria. “Volveremos al poder con la enseñanza adquirida” dijo Macri la semana pasada en la presentación de “Primer tiempo” el libro con el que pretende explicar su gestión de gobierno.

La experiencia, aún en curso, del retorno kirchnerista dispara augurios poco auspiciosos. La gestión, hasta ahora, es la mejor refutación de aquella frase de Alberto. ¿Macri se plantea un segundo tiempo? Así parece. Y la enseñanza adquirida ¿alcanzará para corregir los desatinos de esa experiencia? A 45 años del último golpe de Estado y a casi 38 del retorno de la democracia, no hemos logrado articular un esqueleto compartido de país a partir del cual construir un sistema que nos saque de la decadencia.

Se trata de qué país queremos ser hacia el futuro. No de qué quisimos ser en el pasado. Está claro que la distancia entre lo que quisimos y lo que somos mide el tamaño de nuestro fracaso. Se trata, también, de qué métodos y valores queremos aplicar para construir ese modelo de país. No hay muchas opciones. El mundo nos muestra un menú limitado. Como sociedad, ¿seremos capaces de refutar las ideas que nos trajeron hasta aquí?

Las pedradas arrojadas contra el presidente, que impactaron en la combi de Parques Nacionales que lo trasladaba por Lago Puelo, Chubut, son una muestra a escala de las tendencias autoritarias que los fanatismos de distinta índole anidan en las sociedades del siglo XXI. Hay facilidad para confundir con la viralización de fake news, por los más variados terraplanismos y por cínicos que se aprovechan de causas nobles para sus propios intereses. Otra muestra es el tomatazo virtual en la tapa del libro de Macri que un par de librerías y editores (Céspedes, En el viento y Sudestada) se apuraron a decir que no van a vender con diversas excusas.

El último informe del instituto V-Dem que elabora la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, releva la evolución institucional de 202 países y deja un dato preocupante: el nivel de democracia en el que viven los ciudadanos en el mundo bajó a niveles cercanos a fines de los ’80. Mientras 48% de la población vivía en regímenes autocráticos en 2010, el año pasado ese porcentaje se elevó a 68%. 87 países son gobernados en forma autocrática, 63 de los cuales eligen sus gobernantes (Venezuela, por caso). En tanto, mientras en 2010 había 41 naciones gobernadas por democracias liberales, ahora son sólo 32.

Armando Chaguaceda, el historiador y politólogo cubano radicado en México, señala como “agentes de la autocratización” a líderes populistas, fundamentalismos religiosos, movimientos extremistas de distintos signo y advierte que “se expanden dentro del organismo político hasta copar y colapsar la soberanía popular”.

Ese 60% “no grieta” debería ser suficiente para generar dentro de las fuerzas políticas dirigentes capaces de dialogar. Pero resulta mucho más fácil la chicana berreta que pensar y proponer programas que lleven a un cambio cultural imprescindible para el desarrollo. Dilemas que están en lo profundo de un año electoral.

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