La derrota y la victoria de Donald Trump

Biden, el ganador, iniciará un periplo homérico porque implica navegar las aguas que el magnate neoyorquino volvió turbulentas hasta la exacerbación.

Las urnas le dijeron eso que a Donald Trump tanto le gusta vociferar: “you’re fire” (estás despedido). De no haber muerto poco después de expresar como último deseo que impidan la entrada de Trump a sus funerales, John McCain habría levantado su copa para celebrar el resultado como buen conservador, por ende repudiado por el magnate neoyorquino y sus seguidores ultraconservadores.

Joe Biden enfrentará una tarea difícil y Trump se abocará al objetivo por el cual había subido al escenario político: la cadena “Trump TV”.

El ganador iniciará un periplo homérico, porque implica navegar las aguas que el derrotado volvió turbulentas hasta la exacerbación. Se trata de tempestades que parecen excesivas para un mandato asumido como transición, ya que difícilmente intente la reelección cuando tenga 82 años.

En cambio Trump, aunque queda en el cuadro de deshonor de los presidentes reprobados en las urnas, quedará en condiciones óptimas para alcanzar la meta que tenía en mente cuando se entrometió en las primarias republicanas del 2015. Por entonces, ni soñaba con ganar la candidatura; lo que buscaba es notoriedad sacudiendo las primarias con un discurso anti-sistema.

En los debates de precandidatos, decía todo lo que piensan los blancos con prejuicios raciales, los fundamentalistas bíblicos, los sin título universitario, los poco ilustrados en general, los amantes de las armas y demás variantes de conservadurismo recalcitrante.

Él daría voz a esa América silenciada por la cultura liberal-demócrata. Ni soñaba con ganar, por eso podía darse el lujo de decir lo que quisiera. La sorpresa es que ganó la postulación. Entonces los analistas dijeron que el Partido Republicano perdería la elección por tener un candidato desmesurado y diletante.

Mientras los estrategas de la campaña presidencial le recomendaban moderarse para conquistar el voto del centro, los analistas políticos vaticinaban que el Trump candidato se mostraría como un hombre equilibrado y respetuoso. Pero su instinto le aconsejó lo contrario. Si siendo él mismo, o sea un tipo arrogante y agresivo, que miente y agita rencores, supremacismos y prejuicios, había ganado las primarias, tenía que seguir usando la misma fórmula. ¿Por qué no? Qué podía perder, si aún siendo derrotado por Hillary Clinton estaría todavía en mejores condiciones que lo esperado para lanzar su cadena de televisión.

Lo único en lo que pensaba Trump era en escenarios. Y el escenario de la contienda por la Casa Blanca era mucho más espectacular que el de las primarias. La cuestión es que así, pensando en la visibilidad de los escenarios, conquistó el más grande: la presidencia.

Otra vez los analistas hablaron de una mutación inexorable. El Trump que ocupara el Despacho Oval sería más moderado y respetuoso que el agitador exacerbado de la interna republicana y de la contienda por la Casa Blanca. Y otra vez se equivocaron. Trump gobernó como un provocador abocado a representar y expresar sólo a los sectores ultraconservadores que lo idolatran porque él los sacó del placar, redimiéndolos y reivindicando sus fobias raciales, políticas y culturales.

Eso, entre otras cosas, lo condujo a un resultado electoral que, desde un ángulo de observación, constituye un fracaso, porque coloca a Trump en la brevísima lista de los pocos presidentes que no fueron reelegidos.

En el siglo 20 sólo Herbert Hoover, Gerald Ford, Jimmy Carter y George H. W. Bush fracasaron en lograr un segundo mandato. La elección en la que un presidente puede ser reelegido es, en realidad, un examen sobre su primer mandato. Trump reprobó ese examen. No obstante, gobernar pateando tableros y redimiendo a sectores recalcitrantes le dio un núcleo duro de apoyo incondicional de dimensión considerable.

Lo obtuvo aplicando el método de liderazgo y construcción de poder que aplican los populistas de izquierda y derecha: dividir la sociedad en dos bandos enfrentados; inocular odio político en la fractura; tratar al adversario como “enemigo”, denunciar oscuras conspiraciones de grandes medios de comunicación y gobernar como caudillo de un sector de la sociedad y no como presidente de todos los ciudadanos.

El traje ideológico que se calzan los líderes sectarios puede ser diferente, pero el método de construcción de poder es el mismo y el objetivo también: imperar por encima de las instituciones.

Cuando termine de confirmarse, el resultado será un tremendo fracaso de Trump. Pero quedará en las mejores condiciones para crear, ahora sí, su anhelada cadena de televisión. La meta por la cual se aventuró en política para dar visibilidad a su aborrecimiento a las elites políticas, a la América ilustrada y progresista, a la institucionalidad del sistema que limita la personalización del poder. El canal que haga ver a Fox News como exponente de una moderación pusilánime: Trump TV.

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